Hace pocos días, falleció el gran criminólogo noruego Nils Christie, quien ayudó a cambiar nuestra forma de pensar sobre el delito y sobre nuestras respuestas frente al mismo. Se trataba fundamentalmente de un hombre bueno que, desde siempre, pensó distinto que la mayoría de sus pares sobre todos los temas relevantes relacionados con el derecho penal. Como pequeño homenaje hacia él, en lo que sigue enumeraré (por razones de espacio) sólo cuatro de las muchas cosas que aprendí escuchándolo, leyéndolo, o hablando con él, y que creo pueden ser de interés para todos aquellos interesados en estos temas.
No hay persona con la que no compartamos un terreno en común. Christie recorrió el mundo como experto en temas penales, invitado para disertar en torno a las cuestiones sobre las que trabajó toda su vida. En tal condición, visitó cárceles en todos los continentes, en los lugares más remotos. En cada una de ellas –contaba– siempre se enfrentó con una situación similar. En algún momento, el encargado del establecimiento penitenciario lo llevaba a conocer a “las bestias,” “los monstruos,” “los insalvables,” “los peores criminales” formados en la comunidad. Christie llegó a la misma conclusión, en cada caso: jamás se encontró con esos pretendidos “monstruos”, jamás se enfrentó a una persona con quien no compartiera un amplio terreno en común –terreno desde el cual podía hablarse con el otro, entenderlo, reconocerse uno mismo en aquél–. (Decir esto no implica librar al otro de responsabilidades, ni tomar un hecho grave como inofensivo. Implica, simplemente, romper con los habituales intentos de trazar una línea entre “los otros allí,” endemoniados, y “nosotros aquí,” los seres angelicales).
Comunidad y castigo. Christie solía citar un estudio empírico que demostraba de qué modo, frente a las primeras preguntas que recibían en torno a algún grave crimen, las personas tendían a reclamar respuestas estatales muy duras, extremas a veces. Sin embargo, el mismo estudio tenía la virtud de demostrar de qué modo tales respuestas comenzaban a variar, moderándose sustancialmente, cuando las personas encuestadas conocían más información en torno a aquellos a quienes habían “condenado” impiadosamente, en sus primeras respuestas. La conclusión parecía tan obvia como importante: cuanto más sabemos de los otros, de sus vidas, de sus dramas, cuantas más oportunidades tenemos de conocerles como seres humanos –en lugar de verlos simplemente de lejos, como criminales– más tendemos a “ajustar” nuestros juicios hacia ellos.
No expropiar el conflicto. El profesor noruego llegó al reconocimiento académico tempranamente, a fines de los años 70, a partir de un artículo simple, en el que daba cuenta sobre el modo en que el Estado tendía a “expropiar” el conflicto de las personas que se veían afectadas por el mismo. Por caso (y para comenzar con un ejemplo sencillo) un individuo aprovecha la ausencia de su vecino para forzar la puerta de la casa de éste, o romper la ventana, y así quitarle a su vecino sus herramientas de trabajo. El Estado interviene luego, como es habitual, deja de lado a la víctima y castiga al victimario, jactándose de haber hecho justicia. De ese modo, decía Christie, el Estado perdía la oportunidad de tomar otro camino distinto y mucho más interesante, para acercar a las partes, dejándolas a ellas como “dueñas” del conflicto, y ayudándolas sobre todo a “reparar” el drama ocurrido –a “restaurar” en todo lo posible el estado de cosas anterior al conflicto. Este tipo de proceder alternativo es conocido como “justicia restaurativa” –un intento de “volver a levantar los leños caídos”, tal como lo sugiere el término “restaurar”, en su sentido originario.
Enfrentar los grandes crímenes de otro modo. Para algunos de sus críticos, la postura de Christie tiene sentido únicamente en países como Noruega, en donde –suponemos, equivocadamente– no hay conflictos mayores. Por ello –se seguiría de aquella prejuiciosa premisa inicial– las doctrinas de Christie sirven únicamente para comunidades sin mayor violencia, donde no hay grandes crímenes que enfrentar y “reparar.” Esta crítica, sin embargo, se aleja por mucho de lo que es cierto: en distintos momentos y lugares, Christie se dedicó a pensar en las respuestas posibles frente a los grandes crímenes: desde situaciones de apartheid, como en Sudáfrica, a las desapariciones en la Argentina, o la propia masacre en el campamento de estudiantes que tuviera lugar en Noruega, pocos años atrás. Las propuestas de Christie, frente a todos estos casos dramáticos, tuvieron siempre algunos elementos en común: preocuparse menos por la “imposición deliberada de dolor” (ésta es la definición tradicional de “castigo”) y más por la búsqueda de la verdad frente a lo ocurrido; buscando conocer quién fue responsable de qué; y tendiendo puentes de encuentro y diálogo, capaces de ayudar a restablecer los vínculos sociales gravemente afectados.
*Doctor en Derecho.