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difícil futuro

¿Covid, estás?

La inminente segunda ola permitirá comprobar el nivel de lucidez de nuestro liderazgo político.

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Homo Homini Lupus. | Pablo Temes

Aliviado, aunque con un dejo de culpa, el país se conmovió el jueves ante el hallazgo de una niña pobre secuestrada por un allegado, presuntamente perverso o alienado. Miseria, desamparo, falta absoluta de oportunidades enmarcan este episodio, que hará aflorar por unos días la sensibilidad comunitaria y burocrática, hasta regresar a la indiferencia recelosa con que la sociedad trata a los marginales.

La idea de esta columna es hablar de otra desgracia, aunque empleando una analogía de la infancia: aquella famosa canción donde los chicos juegan en el bosque mientras el lobo no está. Lo provocan risueños, afrontando el riesgo para disfrutar. Sabemos la respuesta del animal: me estoy vistiendo y cuando termine me los comeré. Tierno y siniestro como todo cuento infantil.

De alguna manera, la sociedad que se conmueve por la niña arrebatada está jugando en el bosque: se distendió, salió de vacaciones, subestimó la pandemia. Como los niños, desafió al lobo exponiéndose para gozar. Pero cada vez se pregunta con más ansiedad cuándo se desatará la segunda ola. Los especialistas estiman que falta poco, los casos escalan, el otoño hará cerrar las ventanas aumentando los contagios.

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La actualización del Covid, previa al esperado recrudecimiento, es poco alentadora a nivel mundial. Si bien los contagios y las muertes tienden a descender, surgen mutaciones alarmantes; la vacunación avanza lenta y en forma despareja, con un significativo acaparamiento por parte del mundo desarrollado. Estados Unidos mejora, Brasil estalla: una muestra dramática de la desigualdad entre el norte y el sur.

Pero no todo se explica por la exclusión que practican los países ricos. América latina ha demostrado que con administraciones ineficientes y corruptas, más liderazgos extravagantes, no se puede combatir un desastre sanitario. Brasil y México son los casos paradigmáticos. Steven Levitsky, que nos conoce bien, explica el fenómeno en un reportaje concedido a Marcelo Longobardi esta semana.

Después del escándalo de las vacunas, que le costó considerable prestigio al gobierno, aquí prevalece la vacilación entre las autoridades, mientras el temor regresa poco a poco a la gente. No hay vacunas suficientes, en los grupos de riesgo apenas fue inoculada la minoría, las prevenciones sanitarias se relajaron. A diferencia de un año atrás, nadie imagina la sociedad paralizada y la población confinada en su casa.

Una vez más las élites se distancian. Desconocen la excepcionalidad y gravedad de la situación sanitaria. Analizando sus comportamientos se concluye que naturalizaron el Covid y, como de costumbre, permanecen aferradas a sus intereses y negocios, dispuestas a vivir al filo del abismo. Menosprecian al lobo, jugando en un bosque próximo al vacío.

La política no es la única responsable. Al principio de la pandemia, dio un ejemplo de consenso, poniendo la atención de la crisis por encima de las diferencias partidarias. Eso produjo una excepcional aprobación de los gobiernos de la nación y la ciudad.

Después, la fatalidad que rige nuestra discordia histórica se impuso, aunque tal vez un agravamiento de la pandemia restituya el acuerdo desecho.

En cualquier caso, la legitimidad de la clase dirigente sufrió un fuerte desgaste, que el vacunagate profundizó. Descendieron la aprobación del gobierno, la imagen de los principales dirigentes, tanto del oficialismo como de la oposición, y el optimismo social. La sensación de que la democracia le soluciona los problemas antes a los gobernantes que a los ciudadanos probablemente explique la desilusión.

Los grandes conglomerados económicos, de adentro y de afuera, tampoco estuvieron a la altura. Si hicieron algún aporte, no quisieron o no supieron comunicarlo. Lo cierto es que al menos en el plano de los productos masivos, particularmente alimentos, no tuvieron piedad con una población sumida en la angustia económica y sanitaria. La tasa de ganancia es un dogma indiferente a las tragedias.

Debajo del poder, padecen las Pymes, que son las que dan empleo, devastadas por la recesión y el peso de los impuestos. Las ayudas del gobierno disminuyeron o cesaron, mientras la pequeña economía privada se desangra, con el comercio como emblema.

Basta recorrer las calles de las ciudades para comprobarlo: la cantidad de locales cerrados supera a la de la crisis de principio de siglo.

El Presidente habló el jueves asumiendo la impotencia para conseguir vacunas; afirmó implícitamente que a la sociedad no le queda otra que cuidarse a sí misma. Pareció abrir el paraguas ante un eventual desastre. Ese mismo día un alto funcionario insultó a un par, disputando el rédito de haber recuperado a la niña hundida en la pobreza. Y un expresidente empezó la campaña electoral. Que siga el baile.

Aunque la naturaleza de la pandemia no releve a nuestros dirigentes de su pequeñez, la tragedia del Covid es global y de una profundidad que pocos están dispuestos a reconocer y asumir. Thomas Friedman volvió sobre el punto esta semana en el New York Times, atestiguando las conclusiones de un importante congreso científico: los virus son la consecuencia de la depredación de la naturaleza.

Esta es otra forma, quizá la más irresponsable, de jugar (con) el bosque. Es tan irracional como lucrativa, tan arrasadora como egoísta. Se necesita consenso para revertirla.

Pero no hay caso: en lugar de concentrarse en eso, que le incumbe, Joseph Biden denominó a su par ruso “asesino”. Lamentable intervención de un mandatario elegido para unir, no para ampliar la grieta. Para eso estaban Trump y sus turbas.

Friedman afirma que no existen planes para enfrentar el futuro. No habla de las vacunas, que tienen de sobra, sino de la destrucción del medioambiente, que de no detenerse condenará a la humanidad a nuevos y cada vez más peligrosos virus. Cita a un ambientalista que le dijo: nos maravillamos cuando una nave desciende en Marte buscando vida improbable, mientras aquí seguimos degradando los ecosistemas.

Con la segunda ola en puerta, y en este contexto mundial y local, se comprobará en pocas semanas el nivel de respuesta del sistema de salud y la lucidez del liderazgo político en el país. No se podrá avanzar con aquellos que en este momento privilegian sus intereses por encima de los del conjunto. Se necesitan dirigentes que acuerden con sensatez, como hace un año. Acaso así se minimicen los estragos.

El lobo está, terminando de arreglarse. Y todos sabemos que para que el cuento tenga su cuota de crueldad, debe tener mucha hambre.

*Analista pólitico. Director de Poliarquía consultores.