Después de un año o más, volví al cine. No es que interesara particularmente la película que iba a ver, pero la daban en el complejo nuevo debajo de Plaza Houssay, donde no había estado. Es una cuadra que, para mí, tiene un intenso significado personal porque cuando era muy joven, durante la Dictadura cívico-militar, los policías que vigilaban la entrada a la Facultad de Ciencias Económicas cruzaron la calle y me golpearon sin razón aparente. Yo hacía tiempo con un amigo para rendir un examen. Para mi sorpresa él se fue y me dejó solo ante las fuerzas del orden. Nunca más volví a verlo.
La plaza tuvo varias intervenciones arquitectónicas. La de 1980 establecía circuitos muy rígidos de circulación que (nosotros pensábamos) eran especialmente aptos para la represión de las manifestaciones estudiantiles, que quedarían literalmente acorraladas.
La nueva versión (después de una tímida remodelación en 2007 o cosa así) mejora un poco el perfil que da a la avenida Córdoba. La barranca de pasto que baja hacia el patio de comidas y los cines le agrega un poco de desnivel a una ciudad que carece de relieve.
Los cines tienen pantalla muy chica y todo en ellos funciona automáticamente. Es raro que no haya boleterías, pero por fortuna hay empleadas muy amables y ansiosas por ayudar.
Fuimos a ver Flash, que es, según mi ya desvencijada memoria, el primer episodio de Crisis en las tierras infinitas, un choque entre la Gesamtkunstwerk wagneriana y los superhéroes de la pop culture marca DC. Desde una perspectiva adorniana es abominable, pero desde mi odio inclaudicable al universo Marvell, está bien.