COLUMNISTAS
ya se definio el combate de fondo

Cristina vs. Alfonsín

Con tantos renunciamientos, vuelve a resultar que la pelea final estará entre el peronismo y la UCR. ¿Habrá ballottage?

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La excelente noticia para Cristina es que tiene una intención de votos superior al 42%. La mala nueva para la Presidenta es que le cuesta romper ese techo y que la curva dejó de ser ascendente y empezó a girar en círculos. Hay un núcleo duro, impenetrable, que en muchos casos no sabe a quién votar pero sabe perfectamente a quién no votar: a Cristina. Estos datos la ponen a las puertas de la reelección pero, al mismo tiempo, le ofrecen a la oposición la gran oportunidad de encontrar el mejor candidato para dar una pelea digna que no sea una paliza. Me refiero a las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) del 14 de agosto.

Nadie advirtió todavía que se han transformado en una elección de extraordinaria importancia para que la sociedad vislumbre quién le puede hacer más fuerza al oficialismo. Nadie analizó con la suficiente profundidad esos comicios que, tal como vienen, anticipan virtualmente la primera vuelta y convierten al 23 de octubre en una segunda vuelta de hecho. Utilizaré el trazo grueso y ejemplos lo más parecidos a la realidad para que se entienda con claridad por qué sostengo que el 14 de agosto se realizará en la Argentina la mayor y más creíble encuesta de la historia: conoceremos la opinión certera de cerca de 30 millones de argentinos que están en condiciones de votar. Ese día, cada ciudadano colocará la boleta de la fórmula presidencial que esté más cerca de su corazoncito. No habrá competencia intrapartidaria. Ese mecanismo de selección interna ya decantó naturalmente en estas últimas semanas y habrá un solo binomio por cada agrupación. Es el síntoma más claro de la fragilidad de la democracia de partidos que fue reemplazada por la de candidatos. Pero es lo que hay.

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Supongamos que las encuestas más creíbles aciertan y Cristina consigue el 42% de los votos. Y que Ricardo Alfonsín cosecha el 23%; que entre Eduardo Duhalde y Alberto Rodríguez Saa sumen parte de lo que dejó vacante Mauricio Macri y trepen al 15% entre ambos, y que Elisa Carrió merodee el 10%. Salvo que haya una hecatombe y cambie todo el tablero, no hay otros candidatos que puedan aspirar con facilidad al 5%. Incluso algunos corren el riesgo de no llegar a los 400 mil votos, requisito indispensable para participar en las elecciones del 23 de octubre. Con este escenario que se apoya en los guarismos que hoy están dando las consultoras, esa misma noche se va producir un cambio de estrategias en muchos competidores, pero fundamentalmente en los ciudadanos. Alguno se bajará de sus aspiraciones y le pedirán a sus simpatizantes que voten por el opositor mejor posicionado. Pero la inmensa mayoría de los que no apoyan que Cristina siga gobernando por cuatro años más van a querer dar utilidad a su voto, y por eso el 23 de octubre se producirá el milagro de que la primera vuelta se convertirá en segunda. Eso sin dudas que va a polarizar al máximo el resultado. Será una especie de plebiscito sobre la continuidad o no de la Presidenta y su proyecto. Por eso, aunque hoy está ganando con tanta amplitud, el kirchnerismo sigue intentando sumar hasta el último voto posible. Eso explica que su segura candidata se muestre moderada, dialoguista, con señales a la clase media, a los jubilados y al campo que se van a intensificar en los próximos días. Pese a lo abultado de la diferencia con Alfonsín, el oficialismo no está en condiciones de despreciar ni un solo voto. Para asegurar el triunfo en primera vuelta, para que sea con amplitud y para dejar la sensación de que es necesaria una reforma constitucional que “no nos prive a los argentinos” de semejante liderazgo. Esa acción del Gobierno va a producir una reacción de igual envergadura pero de distinto signo. Por descarte y con el pragmático criterio del mal menor, casi obliga a que el ciudadano antikirchnerista se encolumne detrás del que salga segundo el 14 de agosto. En la práctica y en las urnas se sellará una unidad que los acuerdos de cúpula y el imán de los candidatos no lograron hacer. Ricardo Alfonsín, por el despliegue territorial del radicalismo, parece ser el beneficiado principal con todo esto. Se acerca bastante a lo que él definió como el sueño del pibe: ser el único candidato contra Cristina. Su siguiente sueño es lograr que ella no supere el 45% y que no le saque 10 puntos. Imagina este resultado: Cristina 44, Alfonsín 35. No es disparatado pensar en esas cifras pero tampoco es seguro. Un empujoncito más y la Presidenta seguirá gobernando otro período.

En la provincia de Buenos Aires, la única que adhirió al régimen de internas nacional, se puede producir algo similar. Se le podrán contar las costillas a Daniel Scioli y comprobar cuál es el verdadero potencial de Francisco de Narváez o de Martín Sabbatella. ¿O acaso no es razonable que los que voten a Alfonsín en lo nacional para ponerle obstáculos al triunfo de Cristina también quieran derrotar a Scioli y elijan al que esté más cerca? Eso ocurre inexorablemente en todas las elecciones presidenciales. Y ya pasó hace dos años cuando De Narváez derrotó la boleta que llevaba a Néstor Kirchner y a Scioli a la cabeza. Ni De Narváez lo podía creer. Su figura en aquel entonces y la de Alfonsín el 23 de octubre pueden succionar votos que no comulgan ideológicamente con ellos y que en otro escenario estaban destinados a diversos candidatos no kirchneristas.

Eso puede ser letal para Carrió, Duhalde, Binner, De Gennaro o cualquier otra propuesta que pueda aparecer y que no consiga más votos que Alfonsín el 14 de agosto.

Otra cosa es la propuesta programática o el tipo de campaña que cada uno va a hacer. La de Cristina está muy clara y es la que más resultados le da: aparecer todos los días en gestión, solucionando problemas, inaugurando obras y proclamando –aunque sea retóricamente– su llamado a la unidad nacional y a dejar de lado los odios y los enfrentamientos. Ya lo dijo: no quiere que ningún conflicto le arruine su casi segura consagración.

Estos caminos conducen una vez más al bipartidismo. El radicalismo ya recuperó su lugar de contracara del peronismo. Falta que decidan de qué manera se pararán ante la sociedad. Por ahora no proponen mucho más que el mismo modelo económico kirchnerista, menos autoritario y más honesto. No es poco. ¿Alcanzará?