COLUMNISTAS
a proposito del crimen de mariano

Crónica de una muerte anunciada

Las estructuras sindicales mafiosas se cobraron la vida del joven Ferreyra, del PO. Ahora, el Gobierno se despega del ferroviario Pedraza. Vivir en Moyanolandia.

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Cristina se calzó el gorrito verde de la Unión Ferroviaria y empezó a mover sus caderas al ritmo de los bombos. Los muchachos elevaban cánticos para esos dos galanes maduros que estaban, de saco y sin corbata, junto a la Presidenta: José Pedraza y Hugo Moyano. “Doña Cristina y sus dos sindicalistas” no se parecían en nada a la novela de Jorge Amado. El jueves 12 de noviembre del año pasado festejaban y unidos la remodelación de la vieja sede de la UF. El clima era mucho mas caliente que los 29.6º que marcaba el termómetro. Juan Belén, el metalúrgico heredero de Lorenzo Miguel y, en ese momento, lugarteniente de Moyano en la CGT, había cometido sincericidio radial al fustigar a “esa zurda loca manejada desde afuera como la CTA que responde a la Cuarta Internacional”. Desde el terrorismo de Estado que no se escuchaba tanto macartismo. Eran las convicciones de algunos jerarcas que luego se sumaron a las intervenciones militares de los sindicatos y que en varios casos delataron a esa militancia que los corría por izquierda y denunciaba los grandes negociados que hacían con el Estado y los empresarios. Como ahora.

Pero hace menos de un año, la pelea no era en los trenes. Era en los subterráneos, con más o menos los mismos actores. CFK tomó el micrófono entre los dos socios en el Belgrano Cargas, los dos gremialistas que más subsidios millonarios reciben y los que se enriquecieron con la misma matriz de negocios vinculados a las obras sociales, las empresas de sus esposas e hijos y la mafia de los medicamentos. Cristina le pidió al camionero que suspendiera un acto previsto en “apoyo del modelo sindical” y en contra de los “intentos desestabilizadores” de quienes ellos llaman “troskodelegados” o directamente “zurditos de mierda”, tal como pudo comprobarse en estas horas en el Facebook de la Unión Ferroviaria. “Un zurdo menos”, dijo uno de los patoteros que participó en la cacería feroz que terminó con el asesinato de Mariano Ferreyra. Varios de esos perseguidores custodiados por expertos de la Federal arrojaban sus piedras al grito de “Aguanten Moyano y Cristina”. Diego Cardía, delegado de los trabajadores tercerizados, dijo ayer que no puede salir de su casa porque está amenazado y que si le pasa algo “la responsabilidad será de Cristina”.

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Aquel día glorioso para Pedraza quedó reflejado en la revista El obrero ferroviario, con Presidenta chica de tapa. En la crónica aparecen más personajes que participaron del acto que hoy adquieren otra relevancia después del “Crimen contra la clase obrera”, como tituló el periódico del Partido Obrero. El ministro de Trabajo, Carlos Tomada, sonreía satisfecho entonces, pero este último jueves fue el blanco de graves acusaciones en un comunicado oficial del PO: “Tomada y Noemí Rial, ex abogados de la UF, no condenan el crimen de Mariano”.

En aquella exhibición del triángulo Cristina-Moyano-Pedraza también puso su granito de arena la mano ultraderecha del titular de los ferroviarios: Juan Carlos Fernández (a) “El Gallego”, dueño y señor de todo lo que pasa en el Roca y “secretario administrativo” del gremio. Los militantes de izquierda y algunos peronistas no K declararon que Fernández es el que “contrata a los barrabravas que utilizan como fuerza de choque y fueron los autores materiales” de la masacre de Barracas y el que decide aumentos de sueldos, despidos y ascensos más que los propios empresarios”. Pedraza le tiene tanta confianza al “Gallego” Fernández que lo envió en su nombre al palco del Moyanazo en River, como ofrenda y presión hacia el matrimonio gobernante. Allí, Cristina también agitó sus caderas, esta vez sin gorrito. Se probó la camiseta de la Juventud Sindical Peronista, sigla que expresa la pertenencia de Moyano en los 70 y, en muchos casos, fue utilizada como cobertura por grupos del peronismo fascista (el CdeO, la CNU) que no dudaron en asesinar “zurdos locos” de la Jotapé o de la izquierda y colaborar con la policía criminal del comisario Alberto Villar y con la Triple A de José López Rega.

Ha corrido demasiada sangre desde aquellos crímenes y el de Mariano Ferrerya. Pero la metodología es la misma. Ha corrido mucha información desde aquel gorrito de Cristina y esta camiseta de la JSP. Políticos honrados y valientes como Graciela Ocaña y muchos diputados opositores (nunca del oficialismo partidario ni mediático) fueron denunciando un modus operandi que la ex ministra definió como “Moyanolandia”. Anticiparon ese poder corrupto capaz de hacer cualquier cosa con tal de defender sus cuentas bancarias, que en el caso de Moyano, marchan sobre ruedas y en el de Pedraza, sobre rieles. Algunos ministros y hasta la propia Cristina piden la cabeza de Pedraza, ahora. Pero los más ortodoxos pejotistas dicen que ya entregaron la de Juan Zanola, de idénticos métodos y fortuna.

Varios oficialistas se vieron obligados a tomar distancia y levantar sus banderas históricas acompañando la marcha del jueves a Plaza de Mayo. Hugo Yasky, Martín Sabbatella y Ricardo Forster condenaron las patotas y pusieron su cuerpo en una vereda que el sindicalismo oficial y el Frente para la Victoria prefirieron no transitar. La CGT no decretó ni siquiera un minuto de silencio. La tropa confundida que quiere huir del crimen se debate en contradicciones. ¿A quién creerle? ¿A Hebe de Bonafini, que acusa a Eduardo Duhalde? ¿A Aníbal Fernández, que lo defiende? La impericia oficial para montar sus ya tradicionales operaciones de prensa limitan con el amateurismo. La Presidenta condenó primero el crimen y luego cargó las culpas sobre las víctimas, por su elevada combatividad. Falta estrategia. Sobran chicanas que cargan el clima democrático de pólvora beligerante. Eso no es gratis. Si se desata a cada rato una batalla de vida o muerte, finalmente, alguien muere. Es de manual. Sólo basta leer la historia.
El crimen de Mariano marcó un antes y un después. Ya no será tan fácil atacar y amenazar a cualquiera. Los mercenarios del paraperiodismo K ya no podrán burlarse de los que hace tiempo vienen denunciando sus temores de que todo termine (o comience) con un muerto.