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De Máximo a Guzmán

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Verdugo y víctima. El hijo de la vicepresidenta y el ex ministro de Economía, una colisión cultural. | pablo cuarterolo / juan obregón

David Owen fue rector de la Universidad de Liverpool, miembro de la Cámara de los Lores en Inglaterra, ministro de Salud de su país entre 1974 y 1976, y ministro de Relaciones Exteriores entre 1977 y 1979, en ambos casos de gobiernos del Partido Laborista. En 1981 fundó el Partido Socialdemócrata inglés que  condujo desde 1983 hasta 1990. Previamente había ejercido la medicina en su especialidad: la neurología. Su doble condición de neurólogo y político destacado le permitió escribir con más fundamento El síndrome de hubris: Bush, Blair y la intoxicación del poder y En el poder y en la enfermedad, dos de sus once libros.  

El Drácula, en sentido figurado y en el marco de esta escena, es el propio Máximo Kirchner

La intoxicación del poder y la hegemonía se retroalimentan. El poderoso se cree las mentiras que dice y el dominado tiene que aceptarlas (o hacer que las acepta) como verdades. En el paroxismo de la hegemonía, el poderoso no solo le impone al dominado su dominio, sino que además reclama del dominado que responda diciendo que le gusta.

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Sin llegar a tanto, el poderoso que se intoxica con su poder invierte el orden de causalidad colocando su acción agresiva como legítima defensa acusando a la víctima de haber desencadenado lo que terminó sufriendo. Un buen ejemplo de esta alteración del orden causal se percibe en el discurso del jueves de Máximo Kirchner en Escobar: “Muchas veces en estos últimos meses, no sin dolor, escuché a dirigentes de nuestro espacio referirse muy mal, de muy mala manera, a Cristina y se abrazaron a Guzmán. Los dejó tirados y ahí está otra vez Cristina poniendo la cara para sacar esto adelante. A ver cuándo aprenden que dar debates y discusiones internas no significa ponerse del lado de Drácula para tener razón”.

No hay un mínimo atisbo de consciencia: Martín Guzmán renunció al Ministerio de Economía por las presiones del kirchnerismo para que se fuera y fue el sector que el propio Máximo coconduce el que lo hizo renunciar. Al igual que cuando dice que Cristina “pone la cara  para sacar esto adelante”, pareciera no registrar que sale a llenar el vacío que ellos mismos produjeron.

Sin dudas, al ex ministro le cabe la crítica de no haber minimizado los daños que igual se iban a producir con su renuncia haciéndola de una forma menos espectacular. En psicología sistémica se sostiene que el agente enloquecedor siempre es el más fuerte. El loco es quien enloquece al sano con su desquicio y lo lleva a actuar autodestructivamente.

Y Máximo Kirchner proyecta (ahora en jerga de psicología freudiana) al achacarles lo propio a los demás: “ponerse del lado de Drácula” porque el Drácula, en sentido figurado y en el marco de esta escena, es él. Es por las ideas que Máximo representa por lo que aumentó el dólar cuando renunció Guzmán y no por Guzmán. De la misma forma que volvió a aumentar el dólar el jueves, cuando se difundieron rumores de que podría llegar a renunciar Alberto Fernández. Nuevamente en ese caso: aumentó el dólar no por Alberto Fernández, sino por quién podría sustituirlo, la mamá de Máximo o un representante suyo. 

Martín Guzmán era un significante del Presidente, y Alberto Fernández es un significante de contención del kirchnerismo duro. Lo mismo sucedió cuando Cambiemos perdió las PASO presidenciales en agosto de 2019 y el dólar (y con él la inflación) volvió a aumentar desproporcionadamente junto a los bonos y acciones de activos argentinos que se desplomaron: el agente del caos económico era el rey puesto (el kirchnerismo) y no el rey muerto (el macrismo). 

La falla de Guzmán, como la de Macri en 2019, fue la de no poder contener al kirchnerismo, debilidad que quedó expresada sin disimulo cuando en mayo de 2021 el entonces ministro de Economía dispuso el relevo de su subsecretario de Energía, Federico Basualdo, y cómo este reportaba directamente a Máximo Kirchner, Martín Guzmán no pudo desplazar a su subordinado. Un año soportó el ex ministro esa desautorización hasta que en junio de 2022 se decidió a plantearle al Presidente nuevamente el relevo de Basualdo y ante la negativa/imposibilidad de Alberto Fernández terminó siendo él quien se tendría que ir.

Que la salida de Martín Guzmán produjera tal eclosión económica esta semana no se relaciona con las virtudes del ex ministro que el país perdía. Lo demuestra el recordar que cuando se fue Domingo Cavallo en 1996 o cuando se fue Roberto Lavagna en 2006 no se generó ninguna hecatombe esas semanas y nadie podría dudar de las habilidades difíciles de reemplazar que caracterizaban a esos dos superministros de Economía.

Cuando Máximo Kirchner dice “se abrazaron a Guzmán y los dejó tirados” debería decir “se abrazaron a Alberto Fernández, a quien nosotros dejamos tirado”. Y cuando agrega “a ver cuándo aprenden” más que un pedido luce como una amenaza.

Pero no amenaza ni se pavonea quien está verdaderamente fuerte. En la derrota de Guzmán, como en la de Alberto Fernández, está implícita la derrota del kirchnerismo duro. Por eso en su discurso en Escobar se limitó a criticar al ex ministro pero no al Presidente remarcando que para volver a ganar en las elecciones de 2023 hay que hacer lo mismo que en 2019, es decir, mostrarse unidos.

El dólar aumentó no por la pérdida de virtudes de Guzmán, sino por el miedo al kirchnerismo

En la misma línea fue la reunión que su madre mantuvo el miércoles con Alberto Fernández en Olivos (junto a Sergio Massa) siendo la segunda vez en 72 horas que iba a Olivos después de la comida que mantuvo el domingo a la noche. Se percibe una intención de controlar los daños que también a Cristina Kirchner le generó la renuncia de Martín Guzmán, quien pudo haberse inmolado en la forma intempestiva de su renuncia e involuntariamente herido a Alberto Fernández pero sin duda logró  herir a la vicepresidenta desafiando el disciplinamiento al que somete a la mayoría de los funcionarios con pocas excepciones, como la de Aníbal Fernández, que trató a Máximo Kirchner de lo que es, hijo, diciéndole que “cuando seas presidente, hablamos”.

El silencio de Alberto Fernández durante toda esta semana es tan polisémico como la hermenéutica de sus discursos a menudo contradictorios entre sí. Qué pasó por la cabeza del Presidente su semana más difícil se irá haciendo escrutable con el tiempo pero el kirchnerismo no debería subestimar su capacidad de respuesta.

 

Continúa mañana: De Cristina a Guzmán