Miraba El irlandés, la última de Scorsese, pero pensaba en Ad Vitam, una serie francesa. Es la historia de la última generación humana que conoció la muerte: la ciencia ha encontrado un baño que permite regenerar las células, al fin la vejez tiene cura. El mundo se llena de personas, se discute una ley que prohíbe nuevos nacimientos; los humanos ya no son-para-la-muerte, Heidegger es autoayuda merovingia. Surge un culto de adolescentes suicidas, ya no hay lugar para ellos. La juventud que comenzó en el siglo XX no termina más, es un sistema cerrado; ¿para qué queremos más gente?, cavilan los baby-boomers. Cada vez que los jóvenes centenarios se dan un baño de regeneración celular les queda un brillo azul en la mirada, parecido al azul helado en los ojos de Robert De Niro, que rejuveneció digitalmente para rejuvenecer junto a sus compinches de casi un siglo.
En 1989, para cuando cumplían los 35, los jóvenes consolidaban el 21% de la riqueza de EE.UU.; en 2008, los Gen-X tenían el 8%. Actualmente los milleniales arañan el 3%. París arde porque los seres no quieren jubilarse a los 67 años. Quieren jubilarse a los 60, como cuando lo usual era morir una década o dos después; ahora podrían vivir el doble, y la zona productiva debe trabajar acorde para sostenerlos. En Argentina la inmunidad hacia el futuro es total, su cultura se organiza en torno a la nostalgia de generaciones pasadas; no pasa un día sin invocar a un general muerto como un grito de guerra. El capital económico es de los viejos, y el político-cultural también.