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atriles obvios de los candidatos

Debate tuitero

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Tan simple como aburrido. El formato de estos debates choca con lo que se ve en otros países. | AFP

Hoy tendrá lugar el segundo debate presidencial. No hacen falta vaticinios sobre las cualidades oratorias ni gestuales de los candidatos. Y si hay que preverlas, es posible que Macri se muestre un poco más entrenado y Alberto Fernández un poco menos agresivo que el domingo 13. Quizá Lavagna no sea tan ahorrativo en la voluntad de exponer sus ideas sobre economía. Del Caño hizo dos buenos actings: su propio minuto de silencio sobre lo que estaba sucediendo en Ecuador, cuando no encontró respaldo entre los otros participantes; y levantar el puño para mostrar un pañuelo verde arrollado en la muñeca. Los candidatos de la derecha cultivaron la monotonía, porque sus ideas eran conocidas y las repitieron tal cual. Fueron intervenciones apropiadas al extraño aburrimiento que causaba el debate. Pero, suceda lo que suceda esta noche, ayer a la tarde tuvo lugar la manifestación de despedida de Macri, un gesto para indicar que la batalla no está perdida.

No queda más remedio que remitirse al futuro que, en este caso, llegará dentro de muy pocas horas, a diferencia de la prolongada e insípida campaña electoral, donde abundaron los juicios despectivos o acusatorios de los dos principales candidatos y escasearon las explicaciones razonadas. Fernández, que viene en subida, quería fortalecer su discurso como debe hacerlo un aspirante: atacando al gobierno que desea reemplazar. Y Macri, que se mantiene en estable posición de segundo cómodo, debía agitar los fantasmas del pasado y asegurar que él, una vez más, podría derrotarlos.

Allá lejos. En otros países, mantenerse en carrera electoral es una ventaja que los candidatos no desaprovechan. En la última campaña presidencial en EE.UU., donde Trump fue elegido, Bernie Sanders, el político de izquierda (que allá se llama “liberal”), un viejo de más de 70 años, aprovechó las primarias demócratas para consolidar su figura y sus ideas, reclutar un público joven y pavimentar el camino de otros que vendrán detrás de él. Sanders, sabiendo que perdería esas primarias, eligió pelearlas hasta el final, con un entusiasmo que galvanizó una parte importante de su partido. Los candidatos norteamericanos no juegan siempre a pleno en la ruleta electoral.

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El martes 15 a la noche, CNN trasmitió el debate demócrata por las presidenciales norteamericanas. Ninguno de los candidatos, ni la probable vencedora, Elizabeth Warren, ni figuras que se estaban dando a conocer nacionalmente esa misma noche, ni el viejo Sanders, desaprovecharon la oportunidad. Todo esto es posible porque ninguna comisión reglamentó de manera ridícula ese debate. En EE.UU. la función de los periodistas fue hacer preguntas a los candidatos, no solo marcarles los minutos transcurridos. Acá, ante la comisión organizadora y los representantes de quienes intervendrían, los medios no consideraron imprescindible sostener el derecho a preguntar. Seguramente prevaleció la opinión de que era mejor ese formato que quedarse sin nada.

Este formato de debate favorece a Macri, habituado a hablar breve como en un spot o tuit

Los candidatos estadounidenses se señalaron con el dedo o la mano unos a otros, sin temer que eso fuera considerado una agresión. Y pudieron interrumpirse o pedir nuevamente la palabra, simplemente haciendo un gesto hacia los periodistas. Ya debe estar colgado en YouTube y les pido a los eventuales lectores de esta nota que le echen simplemente una ojeada.

Pero en la Argentina somos originales. Una ley obliga a los candidatos a debatir, porque no tenemos seguridad de que quieran hacerlo. Como si esto fuera poco, una comisión ad hoc acuerda con los participantes reglas tan minuciosas como las de una disciplina monacal. Y, después del desenlace, aparecen los analistas de gestos, ya que con los expertos universitarios en comunicación y discurso no alcanza.  

Pésimo formato. Otro signo de originalidad criolla fue el formato ridículo del debate. En primer lugar, se desconfiaba de que hubiera una audiencia capaz de soportar más de dos horas de televisión, y los medios seguramente no estaban dispuestos a rifar su rating de domingo a la noche para que tuviera lugar un diálogo argumentado y razonable.

En segundo lugar, se debió acordar con los candidatos las reglas. Nadie va a suponer que allí pesaron de modo decisivo otros que no fueran los dos posibles ganadores: Macri y Fernández. Las reglas que se establecieron en lo que concierne a la prohibición de que los candidatos dialoguen entre ellos y de que sus intervenciones más largas, por cada tema, no excedieran los 3 minutos son completamente inverosímiles para quien haya tenido la curiosidad de ver un debate en otros países del hemisferio occidental. Realmente, esas reglas no parecían pertenecer a ese hemisferio. Tres minutos son, a lo sumo, 250 palabras. Cualquier lector puede tomar un texto de esa extensión y ver si le parece que es adecuado para los temas propuestos.

Tres minutos de máxima y sin preguntas; luego intervenciones de 30 segundos. ¿Treinta segundos? ¿Por qué no lo hicieron por Twitter?

Qui prodest? ¿A quién le convino que fuera de este modo? La hipótesis es sencilla. Fernández no tiene problemas en hablar exponiendo ideas previas o improvisando. Puede extenderse y, en general, su peligro es una oratoria demasiado abundante (parece ser un rasgo genético del kirchnerismo seconda maniera, ya que la prima maniera del presidente Néstor no fue la proliferación sino la claridad a veces brutal). No puedo imaginar que, sentados a la mesa donde se acordaron las reglas del debate, los representantes de Fernández exigieran intervenciones de tres minutos, que no favorecen el estilo de su candidato. Tampoco puedo imaginar que los representantes de Del Caño o de Espert exigieran tiempos brevísimos.Puedo imaginar a los apoderados de Macri planteando la extensión mínima, y es evidente que no es necesario explicar los motivos. Macri todavía no aprobó Discurso Político I (como se diría en un programa académico).

Pero las cualidades no son juzgadas en una abstracción ajena al tiempo y al espacio. La rapidez de Fernández en la réplica y su mordacidad pueden no ser hoy las virtudes que lleven al podio de la oratoria. La ironía es celebrada en ciertos casos, pero corre el riesgo de confundirse con pedantería o con poco tolerable superioridad. Macri logró atraer a sectores de las capas medias porque se presenta engañosamente igual a ellas, y mezcla el gesto bonachón con el impulso autoritario. Fernández, pese a tener la misma edad que Macri, tiene un perfil típicamente moderno. Macri es un arcaico posmoderno. Esa combinación de ambas temporalidades aproxima a Macri a un público del cual su riqueza y sus ideas deberían alejarlo.

Retórica. Todo esto se vio en el debate del domingo 13 y, salvo que los asesores sean Mandrake, posiblemente se repita esta noche. No solo porque los asesores no son magos, sino porque lo que Macri y Fernández han ganado proviene de lo que mostraron y no de lo que ocultaron en el debate anterior. No se trata tanto de lo que dijeron sino de la retórica con que se expresaron. La retórica les da una forma a las ideas. Por su pobreza, la de Macri sintoniza con el actual sentido común, que puede detestar la orgullosa abundancia de Fernández, que a diferencia de su candidata a vicepresidenta no posee la veta sentimental y dramática. Macri combinó la simpleza de su intelecto con la sencillez de sus gestos durante esta campaña.

Por otra parte, volvamos a lo esencial: el formato del debate favorecía a Macri. Acostumbrado a hablar con la brevedad de un spot o un tuit, su sintaxis es penosa cuando necesita de frases más largas.

Los tres minutos son su duración ideal. Vuelvo a mi hipótesis: si yo hubiera negociado las condiciones del debate en nombre de Macri, habría tratado de imponer exactamente las reglas que terminaron viéndose el domingo pasado y, según todo indica, se repetirán esta noche. El que representó a Macri en esa negociación pudo haber subordinado su participación al cumplimiento de condiciones parecidas a las que vimos en funcionamiento. Fernández puede hacer un discurso político a la vez largo, accesible y complejo. Estas cualidades eran expulsadas por el formato tuitero del debate.

La cuestión es seria, porque hemos visto la crisis del discurso político, convertido en pastillas televisivas, adaptables a la preocupación que tienen los canales para que su audiencia no haga zapping. Los canales buscan la nota de color como antídoto al uso del control remoto. La Argentina es un país original, donde los actos ya no terminan en largos discursos programáticos, sino en exhortaciones aptas para transformarse en zócalos de pantalla televisiva. Celebramos el desquiciamiento de los partidos. ¿Quién soportaría hoy un discurso como aquellos inaugurales de la democracia en los años 80? Solo el carisma de Cristina, autoritario, autocentrado y colorido hasta el pintoresquismo, hizo que sus discursos fueran escuchados.

De todos modos, las instituciones establecidas por ley, como el debate presidencial, no deberían imitar la brevedad de un diálogo de Tinelli en el “Bailando” o de un chisme en algún programa de la media tarde. Quizá, en el próximo debate presidencial, no seamos tan originales. Copiar un poco los debates electorales que se pueden ver en YouTube o seguir en la CNN no es son rasgos de elitismo extranjerizante.