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26-10-2020-Logo Perfil
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Almuerzo con mi hija en Pilar por su cumpleaños. Ella acaba de volver de un viaje de trabajo a Madrid y ahora mira con mucha más desconfianza que antes el estilo de vida suburbano al que había apostado durante la ya pretérita pandemia.

Pero lo que desata una discusión que deja atónitos a los comensales de otras mesas es el pequeño cristal en el que Argentina se mira para encontrar su propia locura y su insignificancia, esa obsesión malsana de la opinión pública, que no puede pensar en otra cosa que en un infame episodio de alcoba. Yo no conozco demasiado a quienes participan del drama y he tenido que interiorizarme de quién es la señorita Suárez, una muchacha de una belleza casi sobrenatural. De todos modos, me confundo a los demás personajes: Icardi, López. De mi ignorancia se salva Vicuña solo porque protagonizó la Eva Perón de Copi.

Independientemente de mi ignorancia, me parece clarísimo que el descargo publicado por la señorita Suárez merece nuestra adhesión incondicional a su causa. A mi hija le parece de un feminismo oportunista que no se condice con su propia historia de repetidos desarreglos. Yo insisto en que su tragedia la lleva a ser víctima de su propia belleza.

Mi hija menciona el departamentito que le pagó Vicuña mientras ella vitoreaba al wandánico. Admito que eso puede haber sido una jugada poco ética, pero al final de cuentas es madre. Mi hija contraataca recordando un caso todavía más antiguo (incluía un aborto espontáneo) que demostraría la frialdad de la criatura China.

Insisto en avalar su condena en general de los hombres casados y de la hipocresía familiar. Grito que o se está con la intolerable Wanda o con la China. Con gran sabiduría, mi hija desbarata ese dilema trascendental y me calla definitivamente con un: “Yo soy del partido de Pampita”. Yo a Pampita no la aguanto, pero me conmueve la habilidad de mi hija para complejizar un diagrama afectivo.