Si algo ha quedado confirmado con la elección presidencial pasada, es el uso inadecuado de la encuesta de opinión para interpretar las preferencias políticas de la ciudadanía. De allí, que el resultado alcanzado por la coalición liderada por Mauricio Macri haya sido percibida como un batacazo y la performance del candidato por el FPV, Daniel Scioli, como deficiente.
A contrario de lo que se pretende, el total general de las elecciones pasadas no puede interpretarse como agregación de un conjunto de decisiones irracionales o de último momento, sino más bien, como expresión concreta de un proceso social que se resiste a la generalización a partir del muestreo estadístico. Sólo una lectura determinista que se versiona como realidad anticipada del acontecimiento puede quedar anonadada por los hechos.
Del mismo modo, pero poniendo en cuestión un tipo de razonamiento lineal aplicado al análisis político, es que cabe preguntar si en toda circunstancia los candidatos que participan en una competencia electoral tienen por objeto ganar la contienda. ¿Acaso perder es siempre signo de derrota? En términos concretos ¿quién puede asegurar que la apuesta por un segundo puesto para Daniel Scioli, luego del balotage, no resulte una estrategia política exitosa de largo plazo?
Si bien es cierto que las intenciones reeleccionistas de Cristina Kirchner encontraron un límite constitucional, esto no implica que hayan inhibido su deseo. Digamos que entre la restricción legal y la probabilidad de hacer efectiva su intención, solo se interpone un período de gobierno. Bajo este razonamiento, ¿qué resultado electoral garantiza un posible retorno?
Por una parte, es sabido que Daniel Scioli fue el candidato elegido por Cristina, pero también, quien supo ofrecer la otra mejilla para el cachetazo presidencial a fin de situarse como cabeza de lista.
Quiérase o no, Scioli, supo instalarse como una piedra en el zapato de la Presidenta: imposible de desestimar como gobernador de una de las provincias más importantes de la Argentina, resistente al maltrato, si es necesario, para lograr su objetivo y por si fuera poco, denostado por la ortodoxia kirchnerista.
No obstante, si se piensa en reversa, puede resultar que en esta elección, la ortodoxia kirchnerista haya apostado a quemar el remanente político de un gobierno que ya venció.
Así, en retrospectiva electoral, ¿quién es Aníbal Fernández, sino el mariscal de la derrota? ¿Quién Daniel Scioli, más que un sofisticado remador de cargos, abandonado por el poder?. Piénsese que luego de esta elección, el FPV controla las mayorías en Cámara de Diputados y Senadores, la gobernación de Santa Cruz y que ha colocado a kirchneristas pura sangre en puestos clave de la Administración.
En cambio, en un esquema ganador ¿qué garantías hubiese tenido -dentro de un eventual gobierno sciolista- la reproducción hegemónica del kirchnerismo? Parece, pues, que no es malo quemar la maleza de raíz, más aún si es prolífica y rastrera.
Si esto es así, la epopeya del regreso kirchnerista ya está en marcha. Cristina no pierde tiempo, sabe medirlo. Cuatro años, o menos. Lo dijo muchas veces: ella confía en que vamos a necesitarla.
Resulta entonces que, dejar el gobierno y conservar el poder, deviene una ecuación razonable para habilitar el regreso.
(*) Socióloga (UBA). Profesora regular e investigadora en la Universidad Nacional de la Patagonia “San Juan Bosco” (UNPSJB).