Lo que sigue es la historia real de una señora argentina de 75 años, en muy buen estado para su edad, jubilada hace unos años. Entonces tuvo que contratar a un abogado, jubilándose así al cabo de seis meses, de los cuales el abogado facturó el valor de tres, además de otros gastos. También le ocurrió que, sin consulta previa, la Anses abrió una cuenta en un banco privado, que no era el suyo, para el pago de sus haberes.
Desde entonces, aunque de manera intermitente, nuestra jubilada llamó “al 130”, donde según le informaron se hace el trámite del cambio de banco. Pero cada vez resultaba en una espera irritante y, en el mejor de los casos, en complejísimas explicaciones dichas a toda velocidad y con pésima fonética.
Este mes decidió pues ocuparse en persona. En la Anses de San Telmo, a unas 12 cuadras de su casa, obtuvo una cita con fecha y hora (10:15), para otra oficina en la avenida Patricios, esta vez a 20 cuadras. El día fijado se presentó en punto y pasó más de media hora atenta al ajetreo de los empleados que, mientras atendían, chismorreaban entre sí comiendo facturas que uno de ellos, dejando por un momento de atender a un anciano, distribuía con un paquete bajo el brazo.
Finalmente, nuestra jubilada fue recibida, pero ocurrió que cuando tenía que hacer el cambio de banco debía inscribirse en el “sitio” Anses correspondiente… Este no funcionaba. No la red; sino el sitio. Después de más de media hora, resignada, pidió una nueva cita. Se le informó entonces que allí no podían dársela; tenía que regresar a la oficina de calle México, o “llamar al 130”…
Y fue así que, furiosa, nuestra señora hizo lo que nunca: “chapeó” con su carnet de periodista (sí, es una colega) y exigió hablar con el responsable del lugar. En el alboroto consiguiente, se presentó un señor –que no dio su nombre– a quien la empleada que la había atendido explicó el problema.
Y entonces ocurrió el milagro: este señor se inclinó sobre la computadora de su colega, apretó unos botones ¡y el sitio funcionó! O sea que nuestra heroína completó el trámite, no sin que se le informase que el cambio de banco se concretaría dos meses después, ya que “éste está en curso y se hará el mes que viene”.
Esto, por el lado estatal. Por el privado, nuestra heroína es colega, como hemos dicho. Y jubilada como es, sigue trabajando en su casa, porque lo necesita y le gusta. En estos tiempos, para informarse y transmitir depende de la “red” TV/internet contratada; en su caso, desde hace años, Cablevisión-Fibertel.
Pero le ocurre que, en los últimos años, ese servicio funciona bien algo así como la mitad del tiempo. Y que para resolver lo de “la otra mitad”, debió atravesar el mismo Vía Crucis que con “el 130” de la Anses. Esperas interminables, “para tal cosa disque tal; para tal otra cual”, y así todo el tiempo.
En fin, que nuestra heroína acabó por anular su contrato. Fue entonces que comenzaron a llamarla a diario, para ofrecerle el servicio… ¡A mitad del precio!, sin atender a su pedido de una solución técnica. Al cabo, se presentó un técnico serio y eficiente, quien le informó que tanto “su módem como su cableado ya no están en uso”.
Desde entonces, créase o no, a nuestro personaje la siguen llamando para ofrecerle un servicio más barato, pero nadie está al corriente del informe que, supuestamente, el técnico habría suministrado. Y ha pasado casi un mes… Mientras tanto, hasta hoy, sigue recibiendo el servicio, aunque ya no lo paga. A cada llamada, responde que no renovará hasta que se resuelva el problema técnico; pero nada que hacer.
¿Negocios Anses-bancos? ¿Cablevisión-Fibertel hace lo que quiere sin control alguno? Vaya uno a saber. Son solo dos ejemplos entre muchos, tanto en el sector público como en el privado.
En fin, que si el lector sospecha que nuestra señora es en realidad este autor, quizás no se equivoque. Pero da lo mismo; podría ser cualquiera de nosotros.
*Periodista y escritor.