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Del gobierno de científicos al de los creyentes

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Caricias. Alberto F con su perro Dylan, en el video de salutación por el año nuevo. | cedoc

Una de las maneras que los protagonistas y seguidores de este proyecto político, que hace poco más de un año gobierna la Argentina, utilizaron para diferenciarse del macrismo reciente fue la colocación de la idea de “ciencia” como elemento legitimador de una supuesta superioridad contra sus enemigos.

Así como la ciencia posee métodos para demostrar verdades, el acompañamiento de un cuerpo considerable de científicos y científicas sería solo factible si ellos pudieran ver allí también otras verdades. Por lo tanto si los y las profesionales de la investigación acompañan a Alberto Fernández, eso no puede más que ser una suerte de validación basada en métodos de la superioridad de un proyecto sobre el otro. Claro que lo que nadie imaginó fue que la ciencia iba a estar tan demandada en 2020, incluso para demostrar los problemas del Gobierno.

Las proyecciones para 2021 de la economía serían aparentemente positivas, aunque no quedaría muy claro qué tendría que ver el Gobierno con ese destino. Se esperaría un rebote propio producto de la brutal caída de la actividad en pandemia, junto con otros beneficios como el aumento del valor de la soja, que sería el mayor de los últimos seis años.

Estos condicionantes, todos externos, ofrecerían una influencia perfecta para que a diferencia del Covid-19, que llegó desde el exterior para detenernos, puedan ayudar, también desde el exterior, a que en el país  comience un movimiento hacia la recuperación.

Lo interesante de ambos casos, es que Argentina solo viviría de las circunstancias que le llegan siempre desde afuera, y así se suele explicar siempre aquello que nos sucede. Nunca nosotros. Siempre algo más. Algo externo.

Estos artilugios conceptuales demuestran la abundancia de aquello de lo que hablamos, por sobre lo que hacemos. Entre el siglo XIX y el XX los esfuerzos políticos estaban especialmente representados por la capacidad de transformar el mundo, por ser agentes del cambio y en todo caso, las discusiones teóricas y de gestión, se ofrecían como el armado previo que justificaba una orientación versus otra.

En esas obsesiones se pueden encontrar desde el anarquismo hasta el fascismo, porque para todos ellos el mundo era un sitio con problemas sobre el que había que ejecutar ajustes. Pero como dice el filósofo Norbert Bolz, este ya no es el tiempo de la acción, sino el de la comunicación: el tiempo de lo que decimos sobre lo que pasa, mientras nada podemos hacer para evitar, justamente, aquello que sucede.

El nuevo eslogan del gobierno nacional es “Reconstrucción Argentina”, modificando o colocando en una zona de mayor desuso el de “Argentina Unida”. Con este nuevo concepto se intenta brindar mayor protagonismo a quienes deberían ejecutar sobre este mundo las transformaciones necesarias para lograr un mejor país, por lo que quien construye, solo lo puede hacer desde su misma ejecución.

Sin embargo, en los spots las frases finales esconden una mezcla compleja de conceptos: “El destino que nos toca es el que podemos construir”, haciendo una combinación imposible entre fatalidad y agencia. Nada resume mejor el año del Gobierno que esa frase, que en forma poética expresa sus propias inconsistencias.

La unión de estas piezas, junto con las esperanzas para este nuevo año, muestra que la vida que propone esta experiencia política es la de la suerte, la contingencia, el destino o lo que sea que venga sobre nosotros. El futuro, como paradoja, se muestra igual con la esperanza de que la soja siga alta y de que el congelamiento de la economía global otorgue finalmente oxígeno.

Esos son los deseos, las esperanzas, de un gobierno que pasa de las evidencias científicas, que saben defender sus seguidores, a un destino que esperemos sea mejor que el actual. Quien apoya al Gobierno necesita creer en un tiempo mejor, pasando de la ciencia a la creencia en pocos meses.

No existe aquí una particular novedad, ya que en esta orientación conceptual de explicación del mundo Alberto Fernández se ha hermanado con Macri. El ex presidente fue objeto de burla consistente una vez que expresó que su gestión iba de manera rutilante hacia el éxito total, hasta que “pasaron cosas”, haciendo también de su gobierno una combinación compleja entre sus intenciones y aquello que el mundo permitía como posibilidad.

Cada vez que sale algo mal, bien viene colocar las culpas en el exterior, o como diría Luhmann, en el entorno, a pesar de que eso haya sido una operación propia. Lo de colocar las culpas en el entorno es siempre una adjudicación causal de quien habla, de modo que entra dentro de la competencia de las comunicaciones, de lo que se dice, porque justamente este es el tiempo de lo que hablamos. Porque en lo que hacemos parece que el mundo no aparece nunca.

La distancia creciente entre acción y transformación del mundo produce una necesidad aún mayor de relatos explicativos, causales y ordenadores. Quienes siguen uno u otro proyecto político creen fervientemente en complots, planes de los enemigos, intenciones ocultas o fatalidades buscadas en los que el mundo inexplicable se convierte por obra de esas ilusiones, en un espacio con sentido.

En los fracasos de uno y otros siempre hay un lugar especial y reservado a lo que imaginariamente los enemigos gustan de realizar para dañar a los propios. Como nadie ve a sus enemigos en aquellas fábulas ocultas, solo les queda creer en que eso es efectivamente así. Todo se basa en lo que creemos.

Quien se ponga a escuchar el nuevo disco de Paul McCartney podrá comprobar cómo eran las personas de otra época. A pesar de la pandemia, se puede grabar un disco a los 78 años tocando todos los instrumentos y convirtiendo la desgracia de 2020 en una maravillosa obra. Podría haber esperado a 2021 porque este era un año malo, pero esas son cosas de esta generación a la que le encanta explicar las cosas, incluso con la ciencia, para al final no hacer nada.

*Sociólogo.