COLUMNISTAS
POSCRISTINISMO

Delinear el futuro

La Presidenta se bajó de palabra de cualquier candidatura y habilita el armado de su sucesión.

IN ABSENTIA Cristina Fernández
| PABLO TEMES

Por la premura de la sospecha, de ser objetada injustamente en ese mar de críticas plausibles que a diario recibe, Cristina sólo produjo una declaración en estos últimos l5 días de la Argentina. El resto fue silencio, asombroso silencio. Evitó la palabra sobre los dramáticos cortes de luz y las penurias ciudadanas, el rush inflacionario, las groserías contables de Lázaro Báez –el socio perfecto, compra lo que uno desecha, alquila lo que uno necesita alquilar–, el apogeo del general Milani, y ni siquiera hizo un brindis por la celebración navideña o el fin de año. Claro, no había nada para festejar. Sólo, eso sí, la Presidenta intentó reparar una insinuación del diputado Carlos Kunkel, quien había soltado el cabo de que Cristina podía ser, aún, candidata. No a la presidencia, claro, sí tal vez a la gobernación de Buenos Aires, viejo proyecto ambulatorio de la alfombra rosada que se ampara en el origen de la dama (ya fue legisladora bonaerense) para acompañar en esa propuesta cualquier nominación en el orden nacional, la de Daniel Scioli por ejemplo, bajo el eslogan repetido de “Scioli al gobierno, Cristina al poder”. Habrá que convenir que lo de Kunkel, ansioso para eludir la jubilación, resultó inoportuno, casi de humor negro: hablar de postulaciones justo cuando los ciudadanos braman por carecer de agua, por la heladera podrida, el ascensor inútil o los precios en el supermercado. Y Ella, atenta, desmontó el operativo, dijo que no aspiraba a nada al finalizar su mandato y que, en alguna medida, era una tontería esa frase del inefable Amado Boudou denunciando “traición a la patria” a quienes hablaban del final de Cristina.

Importa el detalle femenino de la corrección a Kunkel: protocoliza el poscristinismo sin su candidatura en ninguna parte –más allá de los pedidos que puedan intentar sus seguidores en algún acto de febrero–, habilita a la peor de las pasiones políticas en sus propias filas: la sucesión, el papelerío de la herencia, encontrar un lugar rentado para los sobrevivientes, salvarse, en suma, después de 2015. Vivir sin Ella, sin la voz imperial, inapelable, indivisible, difícil tarea para quienes abdicaron hasta de su personalidad durante más de diez años. No en vano, antes del episodio Kunkel, ya habían aparecido señales de disidencia: incidentales desvíos, insolencias y apostasías, de la recurrente ambigüedad de Scioli a los límites de Pichetto, de la obligada deserción de José Manuel de la Sota al hand off y prescindencia de ministros y secretarios de Estado (Randazzo, Capitanich mismo). Sólo quedan en el búnker sureño, debido al cultivo personal que Ella hace de sus macetas, la obediencia debida de agrupaciones como La Cámpora, cúpula que cumple horarios y presencia, interesada por incluir en cualquier documento no tanto la substancia del mismo sino la sublime denominación de “la señora presidenta Cristina Fernández de Kirchner”, como hacen los sumisos funcionarios que, antes de hablar en público, repiten como un ritual forzado el saludo “para todos y todas”. Conmueven estas fruslerías palaciegas en tiempos en los que desaparece la corbata a la hora de la jura o el Himno se interpreta con música caribeña. Aunque resulte curioso en esta nueva mimesis, tampoco falta en ese entorno de poder la consulta cada vez más dilecta al general Milani, quien laboriosamente construye un escudo sobre la mandataria que, entre otras escaramuzas, generó una orgiástica inquina con el radical jujeño Gerardo Morales (no es el único en la lista de enemigos) que no sólo se ventiló en el Senado sino que arrastra feroz historia desde que el legislador le atribuyó al ahora teniente general una operación en su contra de dudoso buen gusto. Se omiten los detalles fotográficos.

Cristina, como la desdichada Antígona y tantos gobernantes en el pasado y en el mundo, se encuentra angustiada porque algún error personal (¿Guillermo Moreno, Mercedes Marcó del Pont, Julio De Vido y la energía?) oculta sus “grandes éxitos” en la gestión, y ya ingresó en el capítulo de revisar sin decirlo su propia política económica. Quizá, con el objetivo razonable de convertir en menor el deterioro total de su administración, devaluando, bajando salarios, corrigiendo precios, adecuando para el mediano plazo hoy una inflación arrolladora.
Acompañada en su abrumador silencio, para mitigar esos efectos escasamente populares, con los sectores más radicales de su cercanía, de Luis D’Elía a las Madres, de ciertos intelectuales a La Cámpora. De manual, obvio, como han hecho tantos líderes europeos (François Mitterrand, por ejemplo). A menos, como cree parte de la oposición, que las modificaciones sean un ardid para fugar temporalmente de la crisis. De ahí que se reúnen, conversen y acuerden para construir alianzas –sin un jefe todavía, sin un armador constante– entre radicales y socialistas, quizás eventualmente con Mauricio Macri, si éste supera los análisis de sangre que habrá de imponerle Elisa Carrió, ya que el viajado jefe del PRO, con pocas luces para la cuestión energética como el resto de los políticos –sugirió por ley la instalación de grupos electrógenos para el verano, lo que supone créditos en el invierno para comprar leña– parece apartarse de aquella estela que lo dominaba: captar parte del peronismo para acceder a la presidencia. Hoy se muestra más susceptible a otras expresiones políticas (seguramente influido por el maltratado ecuatoriano Jaime Duran Barba y Marcos Peña): se recuesta en la conveniencia de incorporar otros socios y éstos, a su vez, quizá les concedan un espacio para integrarlo a su formación. Más o menos la misma inquietud que había despertado en Sergio Massa antes de los comicios del año pasado –motivo que validó su ruptura bonaerense–, cuando un encuestador de productos devenido en oráculo político demostró que la mayor parte del país no entiende como imprescindible, como ocurría en el pasado, que la única salida electoral del país pase obligadamente por el justicialismo. O una parte de ese cuerpo ancestral. Si Massa y Macri coinciden en la misma dirección, sus eventuales asociados también contemplan –sin un líder atractivo– esa alternativa. Algo parecido, tal vez, a lo que también ahora asoma en la propia Cristina, quien por realismo cambia en ciertos fundamentos pero sirviéndose de la asistencia musical del pasado, para ver si le alcanza para atravesar el ciclo próximo con alguna holgura.

Mientras, se sacrificarán alfiles como Capitanich –quien asumió como aspirante a presidente en 20l5 hace apenas dos meses y hoy está casi internado–, experiencia que no seduce a otros conmilitones del oficialismo. De ahí la oblicua deserción, la indiferencia, la segura apostasía, el necesario cambio de piel que determina la inminencia del poscristinismo que ella misma decretó al clausurarle a Kunkel una alternativa poco viable que sólo veían con esperanza algunos de un circuito cerrado de TV