La democracia es un sistema ético más que de gobierno, un equilibrio entre la libertad y la igualdad. No se reduce a que haya elecciones ni tampoco (aunque es condición más que necesaria: imprescindible) a que haya división de poderes (causa) y alternancia de personas y partidos en el poder (consecuencia). La democracia como sistema ético persigue eliminar dictaduras tanto en el Estado como en el mercado. Su fin es combatir las posiciones dominantes para que unos pocos no dominen a todos. El periodismo fue su gran herramienta denunciando cualquier concentración o abuso de poder. No hay libertad bajo un poder concentrado, ni como ciudadano, ni como consumidor. El siglo XX fue el de la lucha entre la democracia y el totalitarismo: de derecha (Hitler/Mussolini) y de izquierda (Stalin/Mao). Hubo una guerra mundial y una guerra fría donde la superioridad ética de la democracia se impuso. Tras la caída del Muro de Berlín, China y Rusia cambiaron su sistema político/económico imitando progresivamente a Occidente. Se creía, con optimismo, que la instauración de la economía de mercado, donde los productores competían por la elección de los consumidores, derivaría en un sistema electoral donde los candidatos y los partidos competirían por la elección de los votantes.
Fue así en los 90 en Rusia y, a pesar del sistema de partido único, en China, donde los presidentes se alternaron sin reelección hasta hace poco. Pero la democracia en Occidente, la de los países desarrollados, comenzó a perder los atributos que le daban su superioridad ética, al mismo tiempo que en los 90 el periodismo dejó de ser su herramienta de sustentación, al pasar los medios a ser comprados para otros fines: consolidarlos como empresas de entretenimiento donde el crecimiento constante y la rentabilidad fueran su principal misión, o para fines de lobby y directamente presión política. Y se completó su golpe de gracia con la aparición de dos empresas: Google y Facebook, que se llevaron entre el 70% y el 80% de la mayoría de los ingresos de los medios de comunicación de todo Occidente, reduciendo las economías de los medios con su consiguiente pérdida de autonomía.
Los medios, en lugar de ser la herramienta de la sociedad para controlar a los políticos y los monopolios económicos, pasaron a ser la herramienta de los políticos y los monopolios económicos para cumplir con sus intereses. Trump es el ejemplo paradigmático del cambio desde aquel Estados Unidos del Watergate, donde dos redactores del diario The Washington Post hicieron que renunciara el presidente Nixon por escuchar conversaciones de sus opositores.
En este contexto actual de la democracia en Occidente, donde en el Legislativo de Inglaterra se expuso que la salida de ese país de la Unión Europea pudo ser producida por una manipulación en la elección del Brexit con datos de Facebook, China viene a decirle a Occidente: “El modelo democrático de ustedes ya no tiene superioridad moral, ahora el nuestro es superior porque es menos hipócrita” (no hay división de poderes ni periodismo independiente), y modificó su legislación para que el presidente pueda ser reelecto indefinidamente.
En la Argentina, antes de ayer se realizó la reunión anual de directores de Adepa, la asociación que aglutina a todas las entidades periodísticas del país, donde se le pidió al Gobierno soluciones para mejorar la sustentabilidad de los medios y se criticó el rol de Google y Facebook en la reproducción de las noticias. Paradójicamente, el gobierno nacional compra publicidad en Google y Facebook –que en parte generan su audiencia reproduciendo contenidos de los medios periodísticos sin pagar el costo de quienes lo generan– porque no comprende las consecuencias políticas y económicas que provoca convertir la publicidad local argentina en una importación: el dinero va a Estados Unidos sin tributar en nuestro país, donde ni siquiera están registrados debidamente, violando además el principio de igualdad ante la ley.
Al día siguiente, Adepa reunió a los accionistas de los principales medios periodísticos para coordinar acciones en línea con la Unión Europea, que ya multó a Google y a Facebook por abuso de posición dominante, y emitió un comunicado donde anuncia las acciones que realizará.
Si bien los gobiernos de cada país podrán imponer el pago de derechos de autor e impuestos sobre la publicidad local, el gobierno con mayor responsabilidad es el norteamericano: cuando su propia sociedad termine de percibir los costos que tiene la concentración de poder de algunas empresas tecnológicas, reclamará que su Congreso obligue a dividir esas empresas, como hizo en la década del 80 con el monopolio telefónico.
El gráfico que acompaña esta columna muestra cómo para los propios norteamericanos cayó la aprobación de Google, Apple, Facebook y Amazon, las grandes tecnológicas agrupadas bajo la sigla Gafa, construida con los logos de cada una de ellas. Mientras que Uber, Lyft (un Uber de larga distancia: entre ciudades) y Tesla aumentaron su aprobación, Google, Apple, Facebook y Amazon perdieron entre 10% y 28% de aprobación en solo seis meses a causa del escándalo de Cambridge Analytica. Las dos “A”, Apple y Amazon, no tienen su modelo de negocio basado en la venta de publicidad o de datos para propaganda, porque ambas venden sus productos al público, pero igualmente se vieron afectadas en la consideración pública por el escándalo de Facebook.
Marketing político y fake news hubo siempre. Un excelente artículo de George Friedman en Geopolitical Futures lo explica en detalle; lo que nunca hubo fueron dos empresas como Google y Facebook que aspiraran entre el 70% y el 80% de la publicidad mundial, con un poder económico que les permita impedir el surgimiento de rivales y desde su posición monopólica direccionar las audiencias.
En su libro New Power, Jeremy Heimans y Henry Timms escriben sobre la lucha entre instituciones del “viejo poder” y del “nuevo poder”. Facebook y Google son nuevas instituciones de poder que sirven a antiguos intereses de poder. En Estados Unidos hay propuestas de sustituir un gran Facebook por una red social federada con grupos de nodos independientes (los ejemplos son Mombook, Athletebook y Gamerbook) pero conectados a una red paraguas, como es el sistema de mails. “El correo electrónico es la red social más resistente en internet”, dijo Nathan Schneider, profesor de Estudios de Medios en la Universidad de Colorado, quien en 2016 propuso que los usuarios de Twitter compraran la plataforma a sus accionistas para convertirla en una cooperativa. Algo así ya existe: Mastodon, una red social descentralizada similar a Twitter, ha recibido más de un millón de usuarios registrados desde su debut, en 2016. Y varias redes sociales basadas en el blockchain, y las monedas virtuales como Bitcoin, han surgido así en los últimos meses.
La posición dominante de Google es más sólida que la de Facebook; probablemente haya venido a quedarse pormuchos años. A pesar de que el Congreso norteamericano obligó en 1984 a la AT&T a separar su operación de telefonía local y dividirla en siete empresas diferentes, AT&T continúa siendo la telefónica más grande del mundo. Pero obligarla a competir hizo progresar las telecomunicaciones y el servicio de los consumidores. La libre competencia no es espontánea, lo espontáneo es el monopolio, el libre mercado es una construcción de los Estados modernos. Por eso el comunicado de ayer de Adepa, la asociación más representativa que aglutina a medios gráficos, radios, televisión y sitios web, informando que analiza “alternativas legislativas o judiciales, teniendo en cuenta las respuestas que se ensayan en otros países” frente “a los crecientes cuestionamientos que recibe Facebook” y a las “plataformas dominantes como Google y otros megaintermediarios globales”, puede ser un gran despertar para los productores de contenidos en todo tipo de plataformas, para que internet sea la fuerza democratizadora con la que nos ilusionamos.
A diferencia de la telepantalla que imaginó George Orwell, en su novela 1984, para controlar a los ciudadanos, los teléfonos inteligentes los están mirando, noche y día, donde sea que vayan: la telepantalla era solo en sus casas, el teléfono está siempre con el ciudadano y, más que leer el pensamiento, puede predecir las acciones de sus portadores antes de hacerlas . En la novela de Orwell, solo los miembros de la élite del partido estaban autorizados a poder apagar sus pantallas.