Las medidas adoptadas para apartar de los estadios de fútbol a los jefes de las barras bravas suscitan una razonable aprobación general, y la suscita por igual la determinación judicial de mantener esas medidas con firmeza. Como consecuencia, calculo que podrá ocurrir una de estas tres cosas: que se active automáticamente un dispositivo de control remoto, por el cual dichos jefes pueden manejar a las barras a distancia, sin necesidad de estar ellos mismos en la tribuna; que se produzca un traspaso fluido hacia nuevos liderazgos, según la dinámica de poder y de prestigio que exista en cada club; o bien que se abra una de esas terribles disputas entre líderes, grupos, bandas, una de esas etapas de luchas feroces por ganar el manejo de una barra, lo que pone especialmente en peligro al resto de los hinchas, los hinchas comunes, ya que las peleas de esta índole pueden librarse por caso dentro de una misma tribuna, o en la playa de estacionamiento de la propia cancha, o en el sector de quinchos del propio club.
Los que andan lo más panchos, por lo que vi, son los que mandan a estos que mandan: los que los cubren para evitar las sanciones correspondientes, los que les montan máquinas de imprimir entradas dentro de la propia institución, los que los envían a la tribuna (o a la platea, cuyos accesos están aun más vigilados) a intimidar y amenazar a los que cantan lo que no quieren que se cante. A esos los veo, cada tanto, por televisión: usan saco, lucen cautos, dan lecciones de moral.