Esta época del año debería ser la del balance, la de la plancha, la de pensar en la pachorra. Pero esto es Argentina y estamos pensando en saqueos, cortes de luz y devaluación. Pasó el año pasado y todos pensamos en 2001. En realidad no tuvo nada que ver, pero esto es la Argentina, y hay ciertos reflejos que no se pierden.
Hubo otro diciembre fatídico. Este año, precisamente, se cumplen diez años de la masacre de Cromañón. Sí, este mismo 2014 en el que murió Omar Chabán. Ahí la cosa fue bien diferente y marcó un punto de inflexión en la relación entre el gobierno nacional y los reclamos de justicia. No había vínculo alguno entre el Gobierno y la tragedia de Cromañón. Es cierto, había (y mucha) corrupción estatal en la Ciudad. Pero eso no dañaba la imagen del Ejecutivo nacional.
Nadie, absolutamente nadie en la Casa Rosada se acercó a las víctimas de Cromañón. El entonces presidente Néstor Kirchner ni siquiera se molestó en viajar desde El Calafate para poner la cara y, cuanto menos, dar un consuelo a los familiares, que estaban solos de toda soledad. Y esto va más allá de lo justo o no del reclamo de los familiares. Lo que pasó en Cromañón es algo más delicado y complejo que otra masacre, como la de Once. Pero eso es otra discusión.
El Gobierno podía haber sacado un alto rédito político a un muy bajo costo. Pero prefirió ignorar el tema. Eso sucedió en diciembre de 2004, en pleno idilio popular con Néstor, en la época en que el discurso “este gobierno no reprime las manifestaciones populares” era perfectamente sostenible por parte del kirchnerismo, en la época de la reforma en la Corte Suprema y la bajada de la foto de Videla. O sea, en la época en que se llevaron adelante los logros que toda persona que alguna vez tuvo alguna simpatía por el kirchnerismo podría, hoy, recitar de memoria como grandes logros.
Ese 30 de diciembre de 2004 marcó un punto de inflexión importante en eso que se conoce pomposamente como “la política de derechos humanos” del gobierno nacional. La negación a recibir a los familiares de las víctimas de Cromañón dejó claro hasta dónde llegaría el alcance de los “derechos humanos”. El término “derechos humanos” involucraría desde entonces sólo a las víctimas del terrorismo de Estado de la última dictadura militar.
Del mismo modo que desde el discurso mediático matachorro se instaló el término “inseguridad” para hablar sólo de robos de civiles (en general pobres), pero no de la violencia policial, desde el “progresismo” se aceptó mansamente una sola acepción del término “derechos humanos”. El precio que se pagó por eso fue altísimo: hoy dos de los principales candidatos a presidente salieron con declaraciones fuertísimas. Mauricio Macri habló de “terminar con el curro de los derechos humanos”. Y Sergio Massa pidió “cerrar la etapa de los derechos humanos”.
Las dos declaraciones son tan repudiables como simpáticas para el votante medio. Hay diferencias: lo de Macri es más realista porque apunta a la forma en que se implementó esa política, con el descalabro de Schoklender en Sueños Compartidos a la cabeza. Lo de Massa es un poco más alarmante, porque lo suyo suena a punto final, a fin de los juicios, a impunidad.
En todo caso, todo resulta muy sintomático de la Argentina que se viene en 2015. Porque si ambos políticos hacen esas declaraciones, es porque rinden electoralmente. Y si rinden electoralmente, es que estamos jodidos. Por el oportunismo de esos políticos y por el oportunismo del oficialismo que contribuyó a que llegáramos a esta situación. Sin olvidar la negligencia, oportunismo, ingenuidad y/o complicidad (sí, hubo de todo) de muchos de los organismos.
Esto no significa desmerecer lo hecho. Que fue mucho. La Argentina venía de una era de impunidad, y eso se revirtió. Pero se pagó un precio tan alto que hoy discursos como el de Macri o el de Massa encuentran un alto consenso en la sociedad. Termina el año y en este 2015 que comienza parece no haber muy buenas noticias para los derechos humanos. Y ésa no es una buena noticia para nadie.
*Periodista.