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Desde el jardín

El caminar tiene otras modalidades: entre otras, la de quien visita un museo, un jardín o un sitio histórico.

Edgardo Scott
Edgardo Scott | Cedoc

Cuando empieza Tiempo pasado, la última novela de Lee Child y la primera traducida y publicada directamente en la Argentina, el héroe Jack Reacher emprende un viaje desde la costa de Maine hacia San Diego, es decir, del extremo noreste al extremo suroeste de los Estados Unidos. Sin embargo, no llegará más que al estado vecino de New Hampshire donde, como corresponde a la tradición del cine y la novela negras, un ligero desvío lo llevará a la boca del infierno y a poner a prueba su talento como deshacedor de entuertos. Que serán muchos y estarán pautados por una trama más cercana al de terror que al policial. Reacher es un héroe original en su género: no tiene residencia fija, deambula de un lado a otro, no le preocupa caminar durante kilómetros y recorrer sin equipaje alguno las rutas americanas hasta que le llega la ocasión de poner a prueba sus destreza para la deducción y el combate.

Child o Reacher bien podría figurar en Caminantes, un elegante libro de Edgardo Scott cuya segunda edición ampliada acaba de publicarse. El libro tiene como subtítulo Flâneurs, paseantes, walkmans, vagabundos, peregrinos y le dedica un capítulo a cada una de las variantes de la marcha. A lo largo del camino, Scott nombra unos noventa escritores, porque el libro es una caminata por la literatura de caminantes, aunque el walkmans de la tercera parte se refiere a los auriculares que, en una época, se usaban conectados a un casete de audio para aislarse del mundo. Allí los nombres son de músicos de rock y de folk. Pero, en el resto, Scott practica su caminata por el mundo de las letras, que no la de un flâneur como Baudelaire, ni de un paseante como Walser, ni de un vagabundo como Sebald ni un peregrino como Thoreau. Es que el caminar tiene otras modalidades: entre otras, la de quien visita un museo, un jardín o un sitio histórico.

Siguiendo a Pascal Quignard, Scott le dedica un pasaje muy interesante a la lectura. Distingue allí entre al lector errante, disponible, abierto, para quien “la lectura sería una forma puntual de pensamiento”, del lector que “en verdad, no lee, no ve, no hace una lectura, sino que lee enceguecido, con una fe prestada” y “sigue las instrucciones de un sacerdote, un profeta, un código o una convención. En cualquier caso seguridades, garantías, identidades e identificaciones.” Concluyen Quignard y Scott que “seremos fuertes si leemos solos”. Pero aquí hay un bucle lógico.

Caminantes, el libro, recorre una literatura balizada por nombres de prestigio. Y, en particular, revisita ese ineludible canon argentino que establece a Sarmiento y a Mansilla como fundadores, coloca en el centro la oposición entre Borges y Arlt (a quienes iguala en jerarquía), pasa por el ineludible grupo de Masotta, Lamborghini, Correas, Sánchez hasta ramificarse sobre el final hacia los escritores más afines o más amigos, según sea quien enuncia. En otra parte, Scott menciona a Sergio Chejfec, para quien caminar es “instalarse”. Y eso hace el autor: mientras camina por el balizado jardín de la literatura, se instala en ella como un cuidador capaz de distinguir a los verdaderos paseantes de los hologramas humanos, parecidos a los turistas que en el epílogo descubre en la avenida de los Champs Elysées, tan horrendos como el hombre en la multitud de Poe.