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Desencuentro

Como un adolescente torpe que devuelve, con mirada inocente, un automóvil chocado, Kirchner, en emergencia, le arroja, al gobernador Scioli, devaluado por las consecuencias de su patológica lealtad, la presidencia del Partido Justicialista.

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Como un adolescente torpe que devuelve, con mirada inocente, un automóvil chocado, Kirchner, en emergencia, le arroja, al gobernador Scioli, devaluado por las consecuencias de su patológica lealtad, la presidencia del Partido Justicialista. Ante el dramatismo implícito en el rostro de Balestrini, el vicegobernador.

El PJ que Kirchner le arroja por la cabeza a Scioli, en presencia del poder territorial real –o sea Balestrini–, es el instrumento simbólico de su ruina. La representación del fracaso personal. Es decir, el fracaso político. A Kirchner le fue infinitamente mejor, como presidente de la Argentina, que como presidente del Partido Justicialista. Como esbozo de estadista, al menos se lo puede discutir.

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De ningún modo es casualidad que en la Argentina se hable, exclusivamente de Kirchner, desde hace seis años. Como dirigente partidario, en cambio, derivó en una decepción elemental. Un desastroso fiasco que alcanzó a taponar, incluso, alguno de sus atributos incuestionables. Para este “desencuentro” no vienen al caso.

La orgiástica dilapidación del poder coincidió, en Kirchner, con la proyectada reconstrucción del Partido Justicialista. Un peronismo a la carta, a su antojo, al arbitrio de su paladar. Patética consecuencia del máximo error básico, que lo indujo a la adicción de autoaniquilarse: haberse convertido en El Elegidor. Al designar, arbitrariamente, a La Elegida. Con la racionalidad de creer, absurdamente, que mantenía asegurado, por delante, doce años de kirchnerismo garantizado.

En la instancia, colectivamente demencial, Kirchner contó con la resignada complicidad de una mayoría culposa de colaboracionistas. Que no vacilaban en apretujarse para ser recibidos, por Kirchner, en las oficinas de Puerto Madero.

La mayor parte de los dirigentes peronistas, de importancia sensiblemente territorial, los que hoy preparan el pase de facturas, supieron inclinar, oportunamente, sus cervicales ante aquel poderoso que se creía eterno. En enero del 2008, Kirchner había decidido gobernar la Argentina desde la presidencia del PJ que paulatinamente diseñaba. Como si El Elegidor hubiera intervenido, de facto, el gobierno de La Elegida. Cuando era más significativo el conocimiento de la agenda del marido. Interesaba más que las ceremonias meramente protocolares de La Elegida. Ya la dama había sido virtualmente derrocada. Condenada al ejercicio abusivo de la oralidad. Que se atrevía, en la plenitud del desbarajuste que compartían, a emitir lecciones de moral. A aventurarse, hasta ayer, en las clases magistrales de docencia ética. Y de –incluso– técnica periodística. El balance de Kirchner, como presidente del estrellado PJ, es fatídico. La instancia penosa de su gestión coincidió con el conflicto –horriblemente gerenciado– del campo. Donde Kirchner, en su magnífico desequilibrio, supo promover los actos más catastróficamente grotescos de la historia del peronismo.

Escenas grandilocuentes, con epílogos de cotillón que no vacilaron ante las románticas declaraciones de amor televisado en directo. Entre abrazos estremecedores y lluvia de papelitos brillantes. Momentos ideales para ser recreados en una próxima ópera rock, que ilustre nuestra extravagancia histórica.

Sin desdeñar, tampoco, aquel triste acto de asunción del instrumento de su ruina, el PJ. En aquel estadio del club que lucha por el ascenso, acaso Platense, tal vez Deportivo Morón. Donde El Elegidor, como nada tenía para decir, le arrojó el uso de la palabra a La Elegida.

Con la impotencia similar que le entregó, ayer, al gobernador Scioli, el líder –gastado por el abuso– de la Línea Aire y Sol, la presidencia del partido, el instrumento que lo sepultó. En presencia de Balestrini, el vicegobernador, titular de la “Secretaría Política”. Ninguno de los tres podía simular el rostro patético del desventurado que podía atreverse a entonar el tango “Desencuentro”. Letra de Cátulo Castillo. Música de Troilo. El que comienza:

“Estás desorientado y no sabés/ que trole hay que tomar, para seguir”.


*Extraído de www.jorgeasisdigital.com