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Deseo y pasiones

No hay fantasía sin deseo. Digamos entonces que, en el principio, hay una disposición del ánimo, un movimiento afectivo hacia algo que se apetece.

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No hay fantasía sin deseo. Digamos entonces que, en el principio, hay una disposición del ánimo, un movimiento afectivo hacia algo que se apetece. De ahí entonces –de ese movimiento deseante– proviene la fantasía, que resulta algo así como la representación, la puesta en escena del deseo. Pero el solo hecho de que reproduce por medio de imágenes cosas pasadas o lejanas, representa ideales en forma sensible o idealiza cosas reales hace que entremos en un mundo tan atractivo como inasible. Como si aspiráramos a apresar con la mano un mundo de burbujas.

La fantasía que a veces roza el grado superior de la imaginación produce situaciones extraordinarias. En el arte y en la vida. Pero siempre ilusorias. Está hecha de la misma sustancia que los sueños. Puede uno cumplirlas o no. Lo importante es el universo fantástico que siempre acompaña al hombre, desde el principio de la historia, para enriquecerlo. En todos los planos: desde la capacidad productiva enfocada en la constru-cción de grandes obras arquitectónicas (por caso, las egipcias, griegas o precolombinas) o la capacidad creativa intelectual (la invención de mitos, leyendas o relatos ficcionales).

El hombre es deseo y fantasía. Es deseo y sueños, más allá de su aptitud racional, del desarrollo científico y del uso de herramientas tecnológicas. Existen fantasías diversas que recorren caminos sublimes y, también, de horror. Todo vale. (...)

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La pasión (del latín passio, -onis) es la acción de padecer. Por algo la cultura occidental y cristiana levanta como paradigma mayúsculo lo que conocemos como la Pasión de Jesucristo. Hablamos de un estado de sufrimiento atroz que atraviesa un sujeto –en el caso bíblico, Jesús– convertido en doliente pasivo hasta su muerte en la cruz, en nombre del amor. Si nos atenemos a cuestiones más terrenales y contingentes, esto es, a las pasiones terrenales, ligadas al ámbito del placer, el amor con minúscula, el sexo, la política, el deporte, el arte en general, las oscilaciones y el vértigo del consumo, cuesta entender esto de que la pasión está ligada al dolor, al sufrimiento y a la muerte. Conviene entonces aclarar algunos matices.

Existe un tipo de pasión amorosa en la que lo erótico tiene un valor fundamental y es el señuelo nutriente, en tanto y en cuanto los amantes estén atrapados por las redes de un obstáculo. Adulterio, distancia extrema, aventuras, piedras en el camino para que el anhelado encuentro se produzca. El deseo, sobre el que se sustenta toda pasión amorosa, debe permanecer encendido siempre. A mayor atracción, curiosidad y aventura por conocer lo nuevo y desconocido, mayor deseo.

Así lo cuenta Platón en El banquete. Otras leyendas suscriben la pasión amorosa como un camino de éxtasis doloroso en la Tierra. La de Tristán e Isolda, por caso, amantes a quienes se les dan de beber un filtro mágico, es un modelo típico de pasión enloquecedora, adúltera, con todos los obstáculos imaginables, solo aplacada con la muerte de los protagonistas. Llevada a la ópera por Richard Wagner, alcanza ribetes místicos: “Nací para desear y morir”, dirá Tristán. El cine da cuenta de casos de pasión erótica cuyo final previsible será la muerte: Una vez en la vida, protagonizada por Jeremy Irons y Juliette Binoche, dirigida por Louis Malle, cuenta la historia de un diplomático que se pierde de pasión por su nuera. El hijo los descubre y se suicida. El padre termina loco y vagabundeando por el mundo.

La pasión erótica está ligada a la perturbación de la mente, se dice que los enamorados tienen “comido el coco”, y uno de los dos siempre se convierte en esclavo o siervo del otro. Cuando esta perturbación se lanza más allá y supera los límites, cae en excesos incontrolables, se convierte en vicio. El cristianismo primero, luego Dante en La divina comedia, por dar un ejemplo, llaman a estos usos pecado de lujuria. Esta, en pleno siglo XXI, tiene su expresión más detestable en el mercado ascendente de la pedofilia y otros ilícitos horrorosos que el sentido común nos lleva a no detallar aquí.

La pasión amorosa –íntimamente ligada a la del consumo– tiene en el mercado global miles de adeptos dentro del avance cada vez más ostensible del capitalismo. De todos modos, aquí nos detendremos en la revalorización de la erótica desde una perspectiva que, según la socióloga británica Catherine Hakim, ensayista posfeminista, transforma positivamente, mejora la performance de un sujeto, en particular si es mujer, en su interacción con el resto de los sujetos sociales.

Hakim habla del capital erótico, que sabiamente utilizado conduce a una persona al éxito. Belleza facial, sex appeal, un buen cuerpo, charme, vitalidad, elegancia y sexualidad parecen ser la clave para triunfar en el sistema. Más allá de la vida privada, las investigaciones de Hakim volcadas en su ensayo Capital erótico apuntan a despenalizar la prostitución y a considerar el capital erótico como un valor deseable.

Dice Hakim que ha sido la hegemonía patriarcal y machista la que ha sostenido la idea equivocada de denigrar la belleza y la sexualidad. Y apunta algo llamativo: “Los informes más interesantes de mi libro vienen de la Argentina: demuestran que el atractivo físico y lo social están íntimamente relacionados”. ¡Bingo! Sin embargo, volviendo al ámbito del amor/pasión, no hay más remedio que aceptar que: a) la pasión erótica es previa al amor –dicen los que saben– dirá por lo general entre dos y tres años, el mismo tiempo que lleva elaborar un duelo; b) la pasión así entendida poco tiene que ver con el tejido entrañable que se crea en y por el amor, que como explica Platón en el Fedro es amistad amorosa y fraterna, complicidad leal, compañerismo y respeto entre pares; c) la pasión erótica se nutre y acrecienta por la existencia de un enigma inicial, por el ansia de develar lo desconocido y desafiante. (...)

*Autora de Crónicas planetarias, Ediciones Octubre (fragmento).