COLUMNISTAS
DE EUROPA AL BARRO

Después de la gira, las internas

El periplo europeo del Presidente fue muy productivo. Ahora toca resolver la deuda y alinear funcionarios. Kicillof, siempre amateur, y roces en Justicia.

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‘Se va la primera...’ Alberto Fernández. | Pablo Temes

Fue una semana de caricias políticas para Alberto Fernández. Su exitosa gira por Europa le deparó las mieses de la cordialidad de la canciller de Alemania, Angela Merkel, del presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, y del presidente de Francia, Emmanuel Macron.

Todos ellos lo recibieron muy bien, comprometieron su apoyo para los reclamos por la deuda y hasta le hicieron regalos simpáticos y de calidad (la guitarra que le regaló Macron es de muy buena hechura).

Dicho esto, hay que recordar que a Mauricio Macri también lo trataron muy bien en su primera gira europea. Y lo mismo le sucedió a Néstor Kirchner en su primer viaje presidencial al Viejo Mundo. A la única a la que nunca le fue verdaderamente bien fue a Cristina Kirchner. Ya se ha dicho aquí que su patológica personalidad generó el rechazo de todos los jefes de Estado que la conocieron.

La moraleja de este racconto es que el apoyo de los líderes mundiales es una condición imprescindible para enfrentar una negociación tan compleja como la que deparará la búsqueda de un acuerdo de pago con el FMI y los bonistas, pero insuficiente para reconstruir la economía del país.

El sinuoso camino de Alberto

Deuda. Néstor Kirchner solucionó el problema de la deuda pero Cristina se fue del gobierno con 25% de pobreza, la deuda con los holdouts y altos índices de inflación y desempleo.

Mauricio Macri solucionó el problema con los holdouts, pero su gobierno terminó con más del 30% de pobreza, la deuda con el FMI y bonistas privados, e índices de inflación y de desempleo aún mayores de los que había heredado.

En su periplo europeo, el Presidente fue a pasar la gorra en pos de la ayuda de los líderes mundiales a los que visitó. Es altamente probable que también le vaya bien con Donald Trump, que trató con deferencia al flamante embajador en Washington, Jorge Argüello, quien volvió a ocupar esa sede diplomática de la cual había sido expulsado en 2012 como castigo por CFK.

Está claro que el problema de la deuda se va a solucionar. El desafío es que vengan las inversiones. Por eso –y para que no le suceda lo que a sus antecesores– el gobierno de Fernández debe abocarse a la búsqueda de las soluciones políticas y estructurales que requiere la problemática de la economía argentina.

Kicillof. En el devenir de la negociación por la deuda, el Gobierno tuvo en las dos últimas semanas una especie de quinta columna: Axel Kicillof. Su impericia para manejar el vencimiento del bono por 249.750 millones de dólares emitido en 2011 por Daniel Scioli fue proverbial.

Cuando se propone una postergación de los plazos de pago o alguna otra variante, se requiere un consenso previo con un número de acreedores que sea suficiente para que el deudor se asegure contar con la aquiescencia de la casi totalidad de los acreedores. Eso es lo que no hizo Kicillof. Lo suyo fue un piletazo sin ninguna posibilidad de éxito.

“Fue algo amateur, sin ningún sentido”, lo definió un analista económico de elite. Y tan amateur fue que acabó impactado negativamente en la reestructuración del bono AF20, un bono dual que se paga en pesos o en dólares a un cambio determinado.

Es evidente, además, que Kicillof no tiene muy en claro su rol. El es el gobernador, no el ministro de Economía. La lógica indica que debió haber sido su ministro de Economía, Pablo López, quien llevara la voz cantante de la negociación ante la opinión pública.

Para eso están los ministros, que son, además, fusibles.

“Axel se equivocó otra vez. Tiene mucho que aprender”, confiesa una voz de su cercanía.

Alberto, Francisco, Axel y Aníbal

Internas. Poco le duró al Presidente el dulce sabor de las jornadas vividas entre Roma, Berlín, Madrid y París. La interna emergió con toda su potencia apenas el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, volvió a decir que en la Argentina no hay presos políticos.

Que haya salido a cruzarlo Julio De Vido no sorprendió a nadie. Es más, el retruécano del depreciado ex ministro –despreciado, además, por muchos de sus ex conmilitones– es casi un galardón para el jefe de Gabinete. Pero que esa discrepancia haya sido expresada públicamente –una vez más– por una integrante del gabinete, la ministra de las Mujeres, Género y Diversidad, Elizabeth Gómez Alcorta, es insólito.

La repercusión de este episodio sin dudas ha sido fuerte al interior del Gobierno. No es casual que el canciller Felipe Solá haya salido de inmediato a respaldar a Cafiero al advertir que este incidente termina afectando la autoridad del Presidente. Y el mismo AF advirtió esto ya que ayer la orden que circulaba al interior del gabinete era no hablar más del tema.

Otro foco de tensión que se está incubando es el de la reforma judicial. El proyecto anunciado por el Presidente el 10 de diciembre en su discurso ante la Asamblea Legislativa aún no tiene fecha de presentación a causa de las diferencias internas entre la ministra de Justicia, Marcela Losardo, y el secretario de Asuntos Estratégicos, Gustavo Beliz.

AF decidió que se encarguen de su redacción –entre otros– Losardo, Beliz, Cafiero, el secretario General de la Presidencia, Julio Vitobello, y la interventora de la AFI, Graciela Camaño.

La última semana trascendió que Beliz habría solicitado el asesoramiento del fiscal José María Campagnoli.

Es un aporte extraoficial. “No está institucionalizado”, afirman. Campagnoli, que fue subsecretario de Justicia durante el período en que Beliz se desempeñó como ministro de Néstor Kirchner, fue víctima de la persecución política del kirchnerismo cuando investigó a Lázaro Báez.

Losardo, por su parte, ya hizo saber en los pasillos de Comodoro Py que está “muy en desacuerdo” con la reforma judicial que está armando Beliz, con eje en la Justicia Federal, conmocionada en estos días por la muerte del juez Claudio Bonadio.

Bonadio fue un juez muy pero muy cuestionable al que el kirchnerismo –en el ejercicio de la doble moral que forma parte de su esencia– protegió y elogió cuando se benefició con sus fallos y a quien recién denostó cuando fue objeto de sus investigaciones por hechos de corrupción.