La pandemia nos está sometiendo a un inédito test de solidaridad global pero una vez superado el mundo necesita asumir que el espíritu de transformación social que nos sacará adelante es la misma llave que nos conducirá a un planeta sostenible que neutralice este y otro tipo de crisis que aún amenazan en el horizonte.
A medida que avancemos hacia la inmunidad universal frente al covid-19, el actual sentido de la emergencia comenzará a debilitarse y, probablemente, la pandemia pase a formar parte de un pasado olvidado por la memoria colectiva, como ocurrió con la “gripe española” en 1918.
Sería un grave error. Si algo nos enseñó esta pandemia es que las amenazas globales no pueden tratarse como problemas lejanos y distantes. Por el contrario, esta coyuntura supone un urgente llamado de atención sobre nuestra dependencia con la naturaleza y sobre el futuro de la humanidad.
Cuando en pocos días más los Sherpas del Grupo de los 20 (G20) volvamos a reunirnos, iniciaremos la evaluación de los progresos realizados en los grupos de trabajo y en las reuniones ministeriales para identificar las cuestiones prioritarias que serán objeto de consideración por los Líderes en la Cumbre de Roma.
Como la crisis del covid-19 persiste, la salud global y el fortalecimiento del sistema sanitario internacional seguirán ocupando un lugar central en la agenda del G20. Y a pesar de la persistente desigualdad en la distribución mundial de vacunas, el ritmo de inmunización ya ofrece la esperanza de una salida.
Pero el covid-19 nos abrió, además, la oportunidad de ubicar al mundo sobre una trayectoria más sostenible y de avanzar hacia la construcción de sociedades más equitativas e inclusivas. “Reconstruir Mejor (Build Back Better), se escucha reiteradamente en cada rincón del G20.
Tras un interregno de desacuerdos, el mundo está recuperando recién ahora el pleno consenso que había alcanzado sobre el cambio climático en el Acuerdo de París (2015). Pero ya en 2020, aún sin vacunas a disposición, los líderes del G20 asociaron la superación de esta crisis sanitaria del covid-19 y la de otras por venir con “la prevención de la degradación del medio ambiente, la conservación, el uso sostenible y la restauración de la biodiversidad, la preservación de nuestros océanos y el fomento del aire y el agua limpios”.
La pandemia debería servirnos para replantear nuestra relación con el planeta, con los procesos de producción y consumo, con la contaminación, con las condiciones desiguales de vida y con una lógica de funcionamiento económico autodestructivo.
Con razón, la presidencia italiana del G20 ha ubicado tal problemática en el centro de los debates de este año, bajo una agenda signada por las tres “P”: Personas, Planeta y Prosperidad.
Esas palabras condensan los 17 objetivos de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible. Un compromiso común y universal, que se adoptó en Naciones Unidas en 2015, encaminado a fijar metas para el crecimiento económico, el desarrollo humano y la estabilidad del planeta a largo plazo. En definitiva, los tres pilares del desarrollo sostenible.
El cambio climático, la degradación del suelo, la amenaza del colapso de la biodiversidad, la contaminación marina, los plásticos y la acidificación de los océanos provocan graves desequilibrios en los sistemas naturales. Esas emergencias ambientales podrían causar daños sociales y económicos muchos mayores que los causados por esta pandemia.
Desafío global, solución global. Todas las evidencias científicas subrayan que el bienestar de los jóvenes de hoy y de las generaciones futuras depende de una ruptura urgente de las tendencias actuales de la degradación ambiental.
El mundo necesita reducir las emisiones de dióxido de carbono en un 45 por ciento para 2030 en comparación a los niveles de 2010, y alcanzar emisiones neutras para 2050 para contener el aumento de la temperatura global a 1,5°C, como se aspira en el Acuerdo de París (2015). Al mismo tiempo, se requiere conservar y restaurar la biodiversidad y minimizar la contaminación y los residuos.
Es necesario actuar para impulsar un cambio en los modos que nos comportamos para recuperar las economías y los medios de vida. Más aún, para salvaguardar la prosperidad a más largo plazo.
Pero el tránsito hacia una economía “verde” requiere de transformaciones profundas de nuestras sociedades. Y debe orientarse para aliviar las desigualdades en los beneficios del progreso, ser plenamente inclusiva y justa. Y dada su interconexión con los otros Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), esa transición debe insertarse en el paño multicolor de las 17 tonalidades que representan el compromiso de la Agenda 2030 de Naciones Unidas.
La pérdida de la biodiversidad y la integridad de los ecosistemas, junto con el cambio climático y la contaminación, socavarán los esfuerzos para alcanzar esas metas. Y harán aún más difícil avanzar en la reducción de la pobreza, el hambre y la desigualdad.
Con ese horizonte, hemos planteado en todos los ámbitos del G20 que el diseño y la adopción de medidas de recuperación post pandemia se enmarquen en una estrategia y visión integral, que permitan abordar el bienestar ambiental pero sin ignorar la compleja interdependencia de los desafíos socioeconómicos actuales. Es decir, hacer realidad el compromiso del grupo de “liderar el mundo para dar forma a una era fuerte, sostenible, equilibrada e inclusiva después de covid-19”.
No todos los países cuentan con los recursos financieros, técnicos y científicos para encarar semejante tarea al mismo ritmo. Naciones Unidas estima que se exigirán inversiones globales de 5 a 7 billones de dólares por año hacia 2030. Para hacerlo posible se requerirá diseñar una estrategia global común para movilizar esos recursos, cuestión que la presidencia italiana ha ubicado como una prioridad del G20 de este año.
Construir un mundo más sostenible es un desafío global y, como la pandemia, requerirá de una solución global.
*Embajador de la Argentina en los Estados Unidos. Sherpa argentino en el G20.