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REALIDAD ARGENTINA

Día del amigo político

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Hay virtudes individuales y colectivas que se pueden adquirir o perder de acuerdo con nuestro entorno diverso.
La familia, los compañeros de estudios y del trabajo nos influyen. Los impactos afectivos, positivos y negativos, van esculpiendo nuestro carácter y formando nuestra conducta.
Tampoco es igual para la personalidad vivir en ciudades de distintos tamaños o en lugares rurales, como también la situación económico-social aporta sus propios términos.
El dólar, para un argentino, es una obsesión. Cuando a determinados animales se los somete a experimentos, sus reflejos quedan delimitados. La moneda norteamericana es, para nosotros, la descarga eléctrica que nos fueron aplicando tantos gobiernos que ya forma parte del inconsciente colectivo nacional.
Por su parte, el aumento de la inseguridad nos va mutando a cierta paranoia, nos hacemos temerosos y vamos perdiendo solidaridad por miedo a que la violencia, siempre ciega, nos alcance.
Cuando el trabajo escasea las condiciones laborales personales empeoran. Pueden incrementarse los abusos patronales y la posibilidad del desempleo nos empuja a la precariedad y sus consecuencias.
Pero entre tanta malaria hay una virtud que prevalece entre los argentinos: la amistad. El mismo Borges, poco propenso a resaltar bondades criollas, define la amistad como un atributo de la argentinidad, pues él era un amigo constante.
La amistad, sin pretensiones de ensayo, tiene el mérito de la horizontalidad, de no requerir contratos ni documentos, y es un vínculo sin pactos, lo que lo hace parecer liviano, pero con la solidez hecha de las hazañas y peripecias en común.
El 20/7 hemos celebrado el Día del Amigo/a, numerosas comidas, salutaciones y mensajes se han cruzado, y estos tiempos escurridizos de redes sociales nos ponen ante el desafío de los distintos grados de amistad.
Recibimos y enviamos saludos a amigos, pero también cumplimos con los que no lo son tanto.
Aparece la primera pregunta: ¿la amistad tiene categorías? Sabemos de amigos a los que frecuentamos poco sin que la amistad se deteriore, pero ¿pueden ser amigos aquellos que nunca vimos en persona?
Un segundo interrogante de la correspondencia amistosa es: ¿cuándo nos damos cuenta de que el otro es un amigo/a? Tal vez en el momento en que le contamos algo desde las entrañas y lo guarde en su propio corazón, o cuando la vida nos puso, alternativamente, las máscaras de la tragedia, de la comedia y del drama y en esos rostros cambiantes siempre sabemos ver que ahí está el otro.
Una tercera inquietud ligada a lo comercial: ¿es posible trabajar con un amigo? La respuesta tiene voces disonantes, por lo que es aconsejable pensar su puesta en práctica con detenimiento.
Llamamos familia política a los parientes de la pareja. Podríamos denominar “amigos políticos” a aquellos que, siendo amigos previamente, se vuelcan en conjunto a la actividad política y ocupan cargos más por afinidad afectiva que por condiciones profesionales para ejecutar la función pública.
Y nos llega el último cuestionamiento: ¿los amigos políticos son útiles a la construcción de una sociedad más equitativa? ¿Qué debe privilegiarse, el valor de la confianza o la racionalidad de los resultados?
Cada intendente, gobernador/a o presidente encara el dilema del amigo político.
Un hallazgo periodístico sería obtener el listado de los que han saludado a Macri o a Cristina o a Urtubey o a Morales (por citar algunos) en el Día del Amigo. La lista daría pie a numerosas conjeturas, especulaciones y editoriales.
Mientras tanto, prefiero aprovechar la oportunidad para saludar a mis amigos/as. Acá estamos.

*Secretario general de la Asociación del Personal de los Organismos de Control (APOC) y secretario general de la Organización de Trabajadores Radicales (OTR - CABA).