Para seguir con lo que le estaba diciendo el sábado pasado, le aseguro que el señor George Bernard Shaw tenía razón. Tenía razón porque abajo en el infierno-invierno hay gente interesantísima y si una se pone a pensar dice bué, el clima arriba debe ser muy benévolo, pero todo está lleno de plomazos que tañen el arpa y canturrean canciones moralizantes, mejor me voy bien abrigada para abajo y me entretengo con las conversaciones de no sólo Shaw, sino también Wilde, Yeats, Beckett, cosa de dedicarme a los escritores ingleses que eran irlandeses, y después veremos otras nacionalidades. Pero terminé sosteniendo una interesante conversación con Alarico que es un tipo bastante jodido y autoritario que se tiene muy merecido el infierno, francamente, pero que es mucho más divertido que los impolutos santitos que pueblan el paraíso.
A ver (como dicen ahora los idiotas de la tele, junto con obviamente y digamos): dice el tal Alarico Rey de los Godos que no hay en la tierra ni en el sistema solar ni en el universo, una mejor manera de organizar países que convertirlos en reinos. Ah, sí, le dije, cómo no, siempre que el rey seas vos, paparulo. Por supuesto, me dijo con tono de indignación, para qué va a salir uno a pelear y agotarse trabajando en organizar a toda una población de estúpidos levantiscos si no es para ser rey, ¿eh? Bueno, a mí los reinos no me gustan, le dije, prefiero las democracias. Se rió a carcajadas: ¿Ah, sí?, dijo secándose las lágrimas, y te aguantás a una reina sin corona más tirana que yo, que gritonea y ve conspiraciones en todas partes y mete la pata hasta la incordiera, flor de democracia juá juá juá. Ah, no, le dije, no me vengas con eso, yo por lo menos tengo esperanzas.
Se rió un poco más y me ofreció su lanza herrumbrada y ensangrentada. Pero no se la acepté: prefiero el papelito ese que dice que voté.