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CRISIS DE FE

Dios en las escuelas

La semana pasada aparecieron dos notas parejamente interesantes. En la primera, publicada por Crítica el martes 9, Andrés Fidanza comentaba la designación del arzobispo de La Plata, Héctor Aguer, al frente de la Comisión de Educación Católica del Episcopado.

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La semana pasada aparecieron dos notas parejamente interesantes. En la primera, publicada por Crítica el martes 9, Andrés Fidanza comentaba la designación del arzobispo de La Plata, Héctor Aguer, al frente de la Comisión de Educación Católica del Episcopado. El texto recordaba la trayectoria del fiador religioso y transcribía su pronunciamiento a favor de extender la supervigilante mirada de la Iglesia, no sólo sobre los cuatro mil colegios católicos, sino también sobre los niños bautizados que estudian en los estatales. Fidanza establecía un correlato entre esas augustas palabras y la próxima implementación de la Ley de Educación Sexual en todos los colegios nacionales –confesionales o no–, lo que permite anticipar un nuevo debate nacional, tan rico como los de la laica o libre de pasadas décadas, pero con términos cambiados: “preservativo o contención”.
La segunda nota, firmada por Pedro Ylarri, salió el domingo 14 en PERFIL y mensuraba la existencia en nuestro país de dos millones y medio de argentinos carentes de toda religión y sin vocación de tenerla. Según la nota, algunos de estos compatriotas pugnan por un Estado laico y piden, entre otras demasías, retirar los símbolos religiosos de todos los organismos públicos y…
Y eso fue lo que me preocupó.
Desde luego, no hay dudas de que donde se ve una cruz, alguien preferiría encontrar una estrella de David, una media luna flameante, la plácida sonrisa de Buda o los rulos de Sai Baba. Pero no hay manera de contentar a todo el mundo ni existe duda de que despegar todo símbolo político o religioso de la pared de cada oficina nativa sería una tarea ímproba.
Pero en rigor, lo que me dejó taciturno fue la sospecha de que una disputa entre ateos y creyentes podría poner en cuestión mi delicada creencia, en apariencia nada progre, sobre la necesidad de impartir enseñanza religiosa en las escuelas. Lo que quiero decir es que en las escuelas no debería impartirse las verdades de una religión en particular, sino desplegarse en abanico los sistemas de construcción de todas las creencias.
En tal sentido, bastaría con que esas enseñanzas no fueran transmitidas por los interesados en su perpetuación (es decir, los sacerdotes de cada culto), sino impartidas por docentes con adecuada formación pedagógica. Así, por ejemplo, las prosternaciones, rezos y pleitesías que forman parte de casi todos los ritos devocionales estarían integrados a un sistema de gimnasia “blanda”, estilo tai-chi-chuan, que evitaría los golpes y desgarros que a las jóvenes generaciones imponen el fútbol y otros ejercicios brutales; el estudio de las vidas de santos, místicos y mártires introduciría a los educandos en los rudimentos del arte de la biografía. Así también, el análisis de la evolución de la pintura religiosa y de los atuendos de los dignatarios eclesiásticos imprimiría en las nuevas conciencias un seguro conocimiento de las artes representativas y establecería una cierta genealogía entre ciertos caprichos de la moda secular y la perennidad de los usos centenarios. La difusión de la Cábala que fascinó a Madonna podría servir para que millones de niños (sin necesidad de envolverse en plástico) aprendieran los secretos del cálculo infinitesimal y se instruyeran en las infinitas posibilidades combinatorias del lenguaje. Y eso para no hablar de la teología: no existe objeto de meditación más apasionante que las teorías respecto de la Gramática de la Creación y de la Generación de un Dios, El Dios, Los Dioses. Permitan los sacerdotes que los misterios de cada fe sean impartidos por estudiosos de la historia de las religiones.
Entonces, nuestros hijos se aproximarán, entre titubeantes y extasiados, a invenciones tan extraordinarias como las que permiten la concepción de las vírgenes, la elevación y el descenso a los cielos de reyes o pastores, la resurrección de los hombres, la económica absorción por uno de los pecados de todos y el tránsito de las almas a Paraísos de leche y miel donde bellezas eternas nos sirven la comida en la boca.
Si fuera factible llevar a cabo esta transformación educativa, la didáctica de la fe habría llevado a cabo el milagro mayor. Difundir por el mundo el amor a la literatura.

*Periodista y escritor.

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