¿Cómo se vuelve de las vacaciones? ¿Cómo empacar sensaciones que forman parte de una vida completamente distinta, aire de montaña, o marítimo, pájaros renovados, cielos mutantes y abiertos, risas de noche, niños en la arena?
Se vuelve con lo mismo, sin serlo. Quizá la demora en llegar –más allá de las congestiones, dignas del cuento de Cortázar– sea la de llegar a uno. Pero tampoco queda muy claro quiénes éramos antes de partir, al menos en los primeros días de recién llegados, cuando la sal todavía se empeña en cambiarnos de piel. ¿Qué significa irse de vacaciones? El permiso de la alternancia, cambiar de vida por un rato, como si un doble se asentara durante todo el año en alguna parte, doble de mar o de montaña, un doble recostado en una ladera, o subido en una nube, a la espera de la llegada de nuestro cuerpo cansado y anhelante, en busca de aquel que no hace otra cosa que esperarnos, agradecido quizá por no formar parte de nuestra rutina, libre de nosotros, un doble de cuerpo sin cuerpo, la proyección siempre presente de un futuro gozoso. ¿No hay manera de traerlo, de meter en la valija los aires refrescantes de una “vita nuova”?
Ya saben algunos que ciertos personajes se me imponen, sobre todo aquellos que siempre tienen algo para decir, como Humpty Dumpty, “el amo del lenguaje”, según Lewis Carroll; huevo rechoncho que acuñó el término “palabra-valija” o “palabra-baúl”, según las traducciones de portmanteau, que permite “empacar” distintos significados en una misma palabra. Simpática definición de neologismo. ¿Será posible inventar un término que no sea “yo” para incluir nuestro doble en la valija de regreso y, en lugar de desdoblarnos en la vida ordinara de todos los días y la extraordinaria de las vacaciones, reunirnos más frecuentemente durante el año, en el sitio donde transcurre nuestra vida, sin tener que pensar en descansar de nosotros mismos trasladándonos? Se me viene otro personaje, William Wilson, del que recientemente advertí el “doble de letra” (la inicial desdoblada, la doble v), y tantos otros dobles de la literatura (Stevenson, Wilde, Dostoievski, Borges, Silvina…). Pero no recuerdo dobles de vacaciones. En todo caso, si existen, es buen momento para alentarlos a que vuelvan con nosotros. O que nos acompañen más a menudo durante el año, para darle rienda suelta a la vida cotidiana, convirtiendo el trabajo en placer, el descanso en trabajo, trayendo el infinito gris de las piedras de las sierras al negro rotundo del asfalto. De nuevo invoco a Humpty Dumpty, cuando sugiere que es mejor festejar el no-cumpleaños porque implica hacerlo 364 veces al año. ¡Felices no-vacaciones, entonces!