COLUMNISTAS
Selección y Argentina

Doctor Merengue y posverdad

Cualquier acto teatral necesita un acuerdo tácito entre el espectador y los actores.

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Angelici. “El tomó la decisión de echarme, no Tapia”, acusó el Patón Bauza. | telam

“La famosa grieta de credibilidad con la que nos habíamos familiarizado se ensanchó repentinamente como un abismo. Arenas movedizas de declaraciones  mentirosas de todo tipo, engaños tanto como autoengaños,  estaban listas para tragarse a cualquier lector”

Hannah Arendt (1906-1975); de “Mentir en política”, ensayo publicado por “The New York Times” en 1971.


Cualquier acto teatral necesita un acuerdo tácito entre el espectador y los actores. Unos fingen ser otras personas, los otros fingen creer que lo son. Sólo así puede desarrollarse una ficción. Si sobre el escenario se miente con arte, el público validará la historia y la disfrutará. ¿Qué pasa si el texto o los actores son malos? Para Schopenhauer: “Una mala obra interpretada por buenos actores es mucho mejor que una obra excelente representada por cómicos mediocres”.

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La tragedia –ya no teatral– estalla cuando a un texto pésimo se le suma una compañía de cómicos horribles. El resultado es un show bizarro similar a lo que, lejos de las tablas, nos ofrece la televisión. Señores importantes con carnet y cara de cemento que actúan como pueden, mal, y repiten un texto improbable, en el mejor de los casos.

Durante semanas, Chiqui Wall de Moyano, Edgardo Big Feet Bauza y George Saint Paoli nos asombraron con su infinita capacidad para mentir mal y desmentir peor. Chiqui, aún incómodo en su nuevo rol, sobreactuó con torpeza y candor. “¿Quién dijo que los reyes son los padres?”, insistía, en tanto los demás leían: “A rey muerto, rey puesto”. Ay.

Su paso por Barcelona fue un flash. Huyó con pavor de la prensa catalana, cumplió con el besamanos en una de las casas de Messi y concretó una cita clandestina con un enviado de Saint Paoli, el ansioso, su candidato. Todos sabían que, desde hace tiempo, ambos tenían línea abierta para organizar el desembarco, mientras Bauza jugaba al solitario en el predio de Ezeiza. El triángulo pasional fue tan evidente que los andaluces –que saben lo que es mentir con garbo– se cabrearon. Porque una cosa es mirar para otro lado, y otra cosa es quedar como el cornudo del pueblo, razonaron con la lógica del macho ibérico.

P.P. Castro, el presidente del Sevilla, se hizo el ofendido y envió una carta oficial llena de reproches a la AFA. Nadie le creyó. Lo que de verdad le molestó, y mucho, fue la incontinencia verbal de su amigo Danyel Angel Easy, el titiritero, que lo mandó al frente al hacer pública la charla en la que le contó que irían por Saint Paoli.

Big Feet Bauza, hombre afable y de bajo perfil, arrancó mal y nunca pudo levantar. Convocado por la Comisión Nosecuantodora, se lo notó tenso en su debut televisivo con La Usina Niembro, donde por primera vez afirmó lo que repetiría hasta en sus últimas apariciones, con el ventilador prendido a full. “Argentina va a ganar el Mundial”. Afirmación temeraria, pero más seria y factible que prometer pobreza cero.

La semana pasada, por fin, Chiqui y Big Feet revelaron lo que todos sabían. Bauza, liberado, habló sin filtros. “Yo estaba afuera antes que asumiera la nueva dirigencia. No me echaron antes porque le ganamos a Chile. Me ningunearon para desgastarme. No me conocen. Si venían de frente, yo me iba. Se lo dije en la cara a Tapia. Me juró que la decisión la tomó él pero no es verdad. Fue Angelici. Intenté hablar de fútbol, pero no entiende nada. Son sindicalistas. ¿Sampaoli? No fue ético, pero la ética siempre pierde. Ojalá le vaya bien. Eso sí, me divertía verlo cuando negaba todo”, tiró al bulto.

Lo del videíto con insultos de Camel Di Leo, su ayudante, viralizado por culpa de un “teléfono perdido”, fue –¡santo Freud!–, sólo un chiste. Esta vez la táctica de Bauza funcionó 10 puntos. Cobraron todos.

Chiqui perseguía a Infantino en la Convención de la Conmebol en Chile para negociar la sanción a Messi, cuando supo sobre el desahogo de Bauza. “Los hombres de bien se dicen las cosas en la cara”, sentenció, con la dignidad como escudo. Después, solemne, anunció: “El elegido es Saint Paoli”. ¡Sorpresaaa…!

Mientras en Washington Macri comía agnelottis con ricota y limón Free at Last, y un chori nac & pop con papas y Trump, Independiente, el club del Supersuegro Moyano, vice de la AFA, pataleaba por la convocatoria de Ezequiel Barco al plantel Sub 20 que saldrá de gira por Vietnam –todo muy simbólico– y jugará el Mundial de Corea. “El chico fue maltratado en el Sudamericano de Ecuador”, denunció el secretario general Héctor Maldonado, que defendió a su jugador, herido porque arrancó como titular y terminó en el banco.

Lío, desmentida del cuerpo técnico de Ubeda, charla conciliatoria, final casi feliz. Moyano tuvo que pedirle a Víctor Blanco, secretario de la AFA y mandamás de Racing, que se disculpara en nombre de… Independiente. Qué modernos.

Al mismo tiempo, Ubeda y sus cascoteados discutían con Racing sobre la misteriosa lesión de Lautaro Martínez, 9 titular del equipito nativo. Para el club, el jugador sufrió “una distensión en el músculo semimembranoso de la pierna derecha” entrenando con la Sub 20. Batista, el técnico alterno, lo negó: “El martes no tenía nada”. Concretado el papelón, fumaron la pipa de la paz. ¡Los dos a la final!, gritaría Soldán.

El otro yo del doctor Merengue, célebre historieta creada en 1945 por Divito, contaba las aventuras de un señor muy formal que decía una cosa mientras su álter ego, desaforado, pensaba otra. En este caso, el globito de lo no dicho es obvio. Independiente y Racing, sin obligación reglamentaria y con un clásico por jugar, no querían cederlos.

“La diferencia entre la mentira tradicional y la moderna a menudo equivale a la diferencia entre esconder y destruir”, nos advierte Hannah Arendt en su ensayo Verdad y política, editado en 1969 por The New Yorker.

Habrá que cuidarse entonces, compatriotas, antes que el pensamiento real del doctor Merengue de la posverdad nos empuje al costado del camino, otra vez, y en carne viva.