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¿Dónde está Wally Massa?

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A contramano de su trayectoria, Sergio Massa ha adquirido en los últimos meses un llamativo perfil bajo. Sin declaraciones altisonantes, iniciativas políticas efectistas o movimientos legislativos de fuste, parece jugar un rol muy secundario en la compleja realidad argentina. Justo a pocas semanas del inicio del calendario electoral.

Optimista –o negador– por naturaleza, el diputado trata de mostrar que esta suerte de ostracismo es autoimpuesta, para construir de fondo y no de forma el proyecto hacia la candidatura que más le importa, la presidencial de 2019.

Puede que sea cierto. También puede que no. La polarización que el macrismo y el kirchnerismo multiplican a medida que se acelera el inicio de la campaña proselitista lo tiene como víctima principal. Su promocionada “ancha avenida del medio” adquirió la angostura de una aguja. Luce como un convidado de piedra y sin argumentos frente a ciertos debates.

Brilló por su ausencia, por caso, durante el caliente mes de marzo, el de mayor conflictividad para el Gobierno. Ni mu ante la marcha del 24 de marzo, los paros docentes y la primera huelga general de la CGT a Macri. Ni siquiera lo espoleó que dos de los miembros del triunvirato cegetista fueran definidos como massistas: uno ya se bajó públicamente del espacio. Tampoco reflexionó con algún eco sobre la marcha del 1A.

Los más críticos recuerdan el papelón de su viaje para la asunción de Trump, en enero, donde participó de la recepción oficial y al día siguiente de las protestas contra el nuevo presidente. En la intrascendencia quedaron sus recorridos posteriores por China e Israel.

Días atrás, se mostró junto a su aliada Stolbizer en la inauguración de una escuela de gobierno del Frente Renovador. Y en privado trata de resolver temas conflictivos entre su esposa Malena y el actual intendente de Tigre, su pago chico y centro de operaciones.

Amén del endurecimiento de Macri y, sobre todo, de Vidal en la provincia de Buenos Aires, Massa aparece desdibujado en ese territorio que lo catapultó a las grandes ligas hace cuatro años. La falta de definición del tablero peronista bonaerense lo afecta, pero confía en que las piezas se irán acomodando.

Aunque le vence el mandato como legislador nacional, sostiene que aún no sabe si será candidato en octubre. Debería tomar nota que, pese a que faltan dos meses para la inscripción de listas, su imagen no para de caer, de acuerdo con números confiables de una encuestadora seria. Hace seis meses, a nivel nacional, era el tercer dirigente con mayor adhesión tras Vidal y Macri: 56% de opiniones positivas contra 32 de negativas. Hoy está sexto, con 44% de consultados a favor y 52% en contra. Más temprano que tarde deberá despertarse si pretende ser competitivo.