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El amigo brasileño

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Lula. En campaña, en la Plaza de Mayo a lo Perón. | Pablo Cuarterolo

No debe existir otro antecedente donde el principal adversario electoral de un presidente del principal socio comercial que busca su reelección sea invitado a ser el centro de la más multitudinaria fiesta política de un gobierno vecino.

Alberto Fernández no puede desconocer el enorme significado simbólico que tendrá para Bolsonaro ver al presidente argentino cediéndole a Lula el protagonismo de un acto mayor al que el propio Bolsonaro logró generar en su apoyo en Brasilia el 7 de septiembre, faltando ahora solo nueve meses y 22 días para las elecciones del 2 de octubre en Brasil. Hasta se podría decir que es la venganza fría que se toma Alberto Fernández después de haber soportado los insultos y ataques a su familia de Bolsonaro y sus hijos igualmente groseros.

Lula marcha primero en las encuestas con diferencias amplias sobre Bolsonaro. Varias consultoras indican más del doble de votos que su oponente: 48% contra 21% (Genial/Quaest/CNN), 44% contra 21% (Vox Populi), 44% contra 26% (DataFolha), la menor diferencia a favor de Lula sobre Bolsonaro es 17%  (Modalmais/Futura), y hasta hay encuestas que ubican a Bolsonaro tercero, siendo entonces el balotaje entre Lula 47% y el ex juez Sergio Moro 31% (PoderData) con Bolsonaro obteniendo solo 19%.

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Bolsonaro tiene un índice de rechazo de 65%, y de llegar a segunda vuelta  su techo sería 35%, perdiendo contra cualquier candidato por amplia diferencia. Ya hoy es un “pato rengo”: el Supremo Tribunal  lo contradice, el Congreso no le aprueba las leyes que propone, y cuando se acerquen las elecciones dentro de pocos meses y todas las  encuestas coincidan en su derrota dejará de tener poder, aunque formalmente gobernará hasta fin de 2022 .

Los riesgos de Alberto Fernández de sufrir represalias por entronar a Lula no son mayores que los beneficios que podrá obtener el último año de su presidencia si Lula fuera presidente de Brasil, como todo parece indicar. En los años de Patria Grande de Lula, Chávez, Néstor Kirchner, Evo y Correa, el protagonismo de Chávez y el peso geopolítico de Brasil, sumado a que Lula había asumido antes que sus vecinos, colocaban al presidente argentino en una condición secundaria. Si dentro de nueve meses Lula fuera electo en Brasil, si además en Chile el candidato de ultraderecha, José Antonio Kast perdiera el balotaje y fuera electo el candidato de izquierda, Gabriel Boric, Alberto Fernández podría quedar como artífice refundador de aquella Patria Grande, paradojas de un presidente débil, porque él rescató a Evo Morales, cuyo partido hoy gobierna Bolivia, su embajador en Chile Rafael Bielsa se enfrentó públicamente al candidato de ultraderecha Kast, y el propio Fernández fue a ver a Lula cuando estaba en la cárcel, y lo potencia ahora en su campaña electoral para recuperar la presidencia de Brasil.

No es menor este acto de ayer para Lula. Viene de hacer una recorrida por Europa y Argentina es el primer país latinoamericano que visita en su virtual tour de carrera presidencial. Concentraciones como las de Argentina en la Plaza de Mayo no son habituales en Brasil e impresionan a nuestros vecinos.

Sus críticos registrarán el evento con Cristina Kirchner como la plaza de la corrupción, talón de Aquiles de Lula, cuya fortuna personal es casi nula y nada comparable al enriquecimiento que los Kirchner obtuvieron en la función pública a lo largo de su vida, lo que no le quita responsabilidad por haber permitido el mayor sistema de corrupción de la historia de Brasil: solo un funcionario de Petrobras devolvió cien millones de dólares de coimas que había recibido personalmente. Como mucho dinero fue devuelto por testigos arrepentidos para reducir su condena, no hay forma de decir que hubo lawfare en el Lava Jato. Sí se podrá decir que fueron condenados políticos de todos los partidos y no solo del Partido de los Trabajadores de Lula, y que todos los partidos políticos fueron responsables del sistema de retornos. Y que en el caso personal de Lula la acusación se circunscribe a los últimos pisos –cobertura en Brasil– de un edificio en Santos, equivalente a nuestro Mar de Ajó y no a Guarujá, como se menciona por error a veces y que sí sería comparable con Pinamar, que Lula nunca llegó a habitar. Más una casa de campo que Lula usó pero no está a su nombre sino de un empresario contratista del Estado, lo que hasta se podría comparar con la casa de Villa La Angostura que Macri usa los veranos sin ser de él sino de un empresario que se la presta.  Y por último, varias donaciones de inmuebles al Instituto Lula, equivalente al Instituto Patria.

Lula es un caso único, se hizo famoso oponiéndose a una huelga general metalúrgica siendo él mismo ya sindicalista. Lula cuenta que no le gustaban los sindicatos e ingresó en él porque su hermano mayor lo inscribió. También cuenta que de joven era despolitizado: vale escuchar el reportaje íntimo que le realizaron dos youtubers populares de Brasil hace pocas semanas (https://bit.ly/Lula-repo). Cuenta que le gustaría disfrutar de su mujer joven: enviudó en 2017, y cuando salió de la cárcel en 2019 se hizo pública su relación con Rosângela da Silva, una socióloga de 54 años, de Curitiba, la ciudad donde estuvo detenido 580 días, que lo conquistó enviándole todos los días a la cárcel una vianda de comida casera.

Cuenta que al salir de prisión fue a ver al Papa,  que está indignado con Bolsonaro y llegó a la conclusión de que “alguien debe gritar. Tengo una obsesión: que el pueblo vuelva a comer (se había erradicado el hambre en Brasil en 2010 y ahora hay 18 millones de personas con hambre en nuestro vecino). Yo comí pan recién a los 7 años, mi desayuno era un gajo de harina de mandioca con café negro. Pan... pan, era solo cuando estaba enfermo. Mi almuerzo era solo porotos y arroz y escondía la marmita en la fábrica mientras comía para que nadie viera que ni siquiera tenía un huevo”.

Fue el único presidente de Brasil que no pasó por la universidad, y construyó más escuelas en sus ocho años que en toda la historia de Brasil como república desde el siglo XIX. Él explica que quería estudiar pero no pudo y ahora quiere que todo hijo de un obrero pueda ir a la universidad. Difícil no quedar seducido por él como tantos brasileños. Pero también hay muchos  que lo rechazan porque les cuesta aceptar a un obrero poco educado como la persona al frente del país, sumado a que, en una parte importante de los brasileños, las denuncias de corrupción son una causa para votar por cualquier  otro candidato. La principal amenaza de Lula es que quien llegue al balotaje no sea Bolsonaro sino Sergio Moro o el gobernador de San Pablo, João Doria.

Todo puede cambiar en los próximos nueve meses, pero el escenario más probable es que el amigo brasileño del Frente de Todos sea electo presidente de Brasil.