¿Lo conocés a Marcelo? Marca punta en la Selección de Brasil. Inauguró el Mundial, contra Croacia, con un torpe tropiezo que resultó gol en contra, y luego, en semifinales, contra Alemania, se comió un paseo que todavía está tratando de entender. Juega en el Real Madrid y, por lo tanto, es probable que se haya acostumbrado a contar con los privilegios de los poderosos (vistas gordas, diferimiento de tarjetas amarillas, interpretación unilateral de forcejeos mutuos, etc.); lo cual se habrá extendido sin dudas a su desempeño en el equipo brasileño, y más aún de local. Hubo una jugada en el ya histórico 7-1 que me gusta pensar que decidió el partido: Marcelo entra en el área rival y se zambulle, en procura del penal que no era, buscando el beneficio de siempre. Boateng, el zaguero alemán, lo increpa: por tramposo, por desleal, por mezquino. Y así le revela que en la treta vil del poderoso ya no hay otra cosa que impotencia. El resto cayó de maduro: tocar y tocar y meter goles a rolete.
¿Y a Mascherano, lo conocés? El debate nacional de actualidad es con quién conviene compararlo: si con José de San Martín o con el Che Guevara. Surgió de River y, tal vez por eso, se le impuso tempranamente la presunción moral de su destino de exquisitez en el juego. Fue en el Barcelona, nada menos, que no es un antro de rusticidad precisamente, donde lo eximieron de tales mitologías, lo hicieron retroceder en la cancha (casi hasta la posición que de hecho terminó ocupando en el partido contra Holanda) y le revelaron que ser un gran defensor es un destino no menos honorable que cualquier otro. Su cobertura del remate de Robben en el área no sólo fue esforzada, salvadora, necesaria: también fue bella. Detectar belleza en un taco o en un caño, en una rabona o en una gambeta, pero no en un cierre defensivo perfecto, prodigio de elasticidad y coordinación, es a mi juicio una forma de limitación estética. Se subsana apreciando el juego en todas sus variantes y en toda su extensión.
* Escritor.