COLUMNISTAS
el gran arte

El baile de los osos

default
default | Cedoc

Mientras los llamados poetas del rock hacen sus crasas fortunas rimando tarado con pescado, Gustave Flaubert, el primero en la historia de la humanidad que concibió la novela como un arte y como un objeto sólido (debían gustarle las catedrales góticas), enloqueció y volvió parte de su vida miserable intentando eliminar las rimas internas de cada una de sus frases; no le bastó combatir con la proliferación de participios pasados, no le alcanzó con amonestar la facilidad de los adverbios que tanto definen como congelan como matan. Quizá debió haberse preocupado también de los adjetivos, que siempre son una intromisión del autor (y si fuera marxista diría también que son el inventario de su posición de clase o de sus prejuicios de clase). En todo caso, se perdió en los abismos del estilo por una hipertrofia de las lógicas del control, que en mayor o menor medida anidan en el espíritu de un escritor, por la vía imaginaria del dominio del sentido de lo escrito y de sus relaciones internas y de su disposición formal. El caso de Flaubert también ilumina un tiempo histórico, un momento del pasado. Flaubert vivía de ciertas rentas; ahora, un escritor apuesta a las rentas de la venta y al sueño de la traducción, y en la traducción, ¿dónde queda el estilo?, ¿qué del combate contra la rima interna sobrevive en manos de desconocidos afanosos que hacen lo suyo en lenguas que el autor no domina?

El otro día leí El único problema, una vieja novela de Muriel Spark. Supongamos que, a la hora de escribirla, doña Spark amó y pesó cada palabra, ya en su solitaria unidad central, ya en su articulación en dichosos racimos (los párrafos) donde cada pieza es un color y el conjunto es una armonía que se articula con otras en una secuencia total, tonal, que ya puede cerrar en cantos de perfección, desvanecimiento o extravío. Sin embargo, el traductor, del inglés, abunda en feísmos o invenciones como corrusco, mandil, y, para no abusar de la enumeración, tejoleta. En la página 87, el protagonista se pregunta “¿Son mías esas palabras?”, lo que suena tal vez como una queja involuntaria del autor, que en todo su libro traducido tiene por respuesta la traducción del traductor: “¡Claro que no!”.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

¿Era Flaubert el que decía que éramos osos bailando a la luz de la vida, moviendo torpemente nuestros cuerpos (el traductor diría “zangoloteando las cachas”) mientras miramos la tenue luz de las estrellas? En literatura, no se siembra para cosecha sino para pérdida.