La ingeniosa y anónima copla dice: “Deuda vieja no se paga/ el que la paga es un loco/la nueva se vuelve vieja/ y no se paga tampoco”. Miel para los oídos del Instituto Patria, casi un himno cultural para que repita su muchachada ante el FMI y el Club de París. Pero llegan tarde los cristinistas con el amenazante cancionero: el verso se recitó en 1985 (en un seminario regional sobre deuda externa, en Montevideo), fueron sus autores astutos peronistas, jugando deliberadamente al “policía bueno y al policía malo” junto al alfonsinismo frente a los organismos internacionales. Si unos parecían difíciles, los otros eran temibles como alternativa. En conjunto, entonces, lograron bajar la tasa Libor que apremiaba al Gobierno: lo hacían por la Patria, no por el Instituto.
No es lo que sucede ahora, ojalá fuera un distractivo engañoso: el camión atmosférico contra el FMI se lanza desde el propio Gobierno, del sector ligado a la vicepresidenta, declarando no pagar los préstamos mientras Alberto Fernández negocia, no subir las tarifas, bajar las del gas en tiempos de frío, modificar el destino de partidas para incrementar el gasto, aumentar el déficit y desautorizar al ministro Guzmán y al propio Presidente, entre otras lindezas. Casi un golpe “blando” si uno se remite al siglo pasado, a las caracterizaciones de la época con las que suele enajenarse el kirchnerismo. Sin embargo, trasnochando y sin entrenamiento, agobiado por el hediondo aluvión de sus amotinados, ayer salvó el pellejo el Presidente: le aceptaron postergar el default técnico con el Club de París que empezaba a tener el mes próximo. También el recargo por cláusulas leoninas y no cumplidas que firmó en su momento Axel Kicillof. Otra semana para sobrevivir.
Si uno vuelve a la pícara estrofa del no pago, vale recordar una reunión clave de ese período. “Mire, Roberto –le dijo Raúl Alfonsín al finado legislador García que venía del gremio de taxis–, necesito que nadie se salga del corral”. Ex hombre de Los 25, de la presunta renovación peronista, el aludido contestó: “Se lo garantizamos, Raúl, todos vamos contra la deuda externa”. A lo que respondió el mandatario radical: “Igual, fíjense bien, para muchos de ustedes no hay alambrado alto para saltar”. Se cumplió el compromiso, y Alfonsín, generoso, hizo incluir en el presupuesto una asignación que luego le permitió expandir a Antonio Cafiero su campaña política.
Casi un golpe “blando” si uno se remite al siglo pasado, a las caracterizaciones de la época con las que suele enajenarse el kirchnerismo.
Aquella convivencia política ni siquiera se advierte hoy entre los miembros de una misma coalición gobernante, detalle que la mayoría de los interlocutores de Fernández le manifestaron en Europa, del Papa a Macron, pasando por la Georgieva y Kerry: nadie sabe lo que dura la palabra del presidente argentino, si lo que promete luego habrá de cumplirlo por imperio de Cristina. Una monumental crisis de poder que enfada hasta al propio Francisco, quien pidió que no lo llamen –en particular la señora– para mediar en el conflicto. Tiene otras guerras.
De regreso en Buenos Aires, a Fernández le corresponde nueva agenda, ni dispondrá de tiempo para cantar victoria por la suspensión del pago junto a Guzmán, quien tal vez se olvide del imperativo “Basualdo o yo” con el que viajó a Europa. Imaginan otra ofensiva del rubro cristinista, insaciable desde que tratan de imponer una ley que no permite las clases, con poderes especiales, a una doctora exitosa que exige cobrar dos pensiones y un salario propio. Ni a Hugo Moyano se le había ocurrido. O la provocación del favorito Carlos Zannini, duque de Calamuchita o conde de Salsipuedes, convencido de que él y sus amigos merecen privilegios especiales (por la vacuna, entre otras prebendas) por los títulos que le otorgó la emperatriz, confianza que los reyes de Francia concedían a quienes en las mañanas les calzaban pantuflas, ropa interior y la vestimenta del día, mientras les permitían asistir a los criados para retirar las bacinillas con las fétidas deposiciones reales.
Cuanto más íntima la servidumbre al monarca, mayor estatura en la cúpula de Versalles. Extraño curso final para el aristocrático procurador, que se lo suponía devoto de Mao Tse Tung, quien por décadas le prestó un enorme servicio a EE.UU. impidiendo el progreso de China, hasta que primero un balbuceante Lin Piao y luego Deng Xiao Ping con eficacia, abrieron la economía china para lograr que el pueblo no solo se conformara con un tazón de arroz, que era la máxima aspiración revolucionaria. Cualquier asociación con otra realidad es pura ficción.
Hay una monumental crisis de poder que enfada hasta al propio Francisco, quien pidió que no lo llamen –en particular la señora– para mediar en el conflicto.
La gracia concedida al Gobierno –en momentos que nadie ejecuta un default en el mundo– y anuncios sobre lluvia de vacunas alivian en parte al Presidente y tal vez enardezcan a la vice, dispuesta a reprocharle la gira si no volvía con algún presente.
Para Alberto, la suba en los mercados para acciones y bonos argentinos sería un aliciente, aunque haya dudas sobre el futuro: Cristina no respeta lo que ella misma aprobó en el Presupuesto. Desde el Senado intentará nuevas escaramuzas, encabezadas por Mayans, Parrilli o Fernández Sagasti, y persiste el proyecto de no honrar ninguna deuda.
Si la inflación –como dice el ministro Guzmán– fuera un fenómeno multicausal, la inestabilidad institucional que provoca la viuda de Kirchner debería ser contemplada en ese registro. Otros objetivos incorporará esa fracción dominante antes de las elecciones, algunas relacionadas con el sector exportador en materia de granos: quieren reverdecer viejas medidas del peronismo de los 50. Allí donde está la plata puede descubrirse un enemigo político.
Dicen que esas intervenciones son para defender la mesa de los ciudadanos. Una vuelta sobre sí mismo para descubrir que nada cambia en el plano inclinado de la Argentina.