La imagen, la intención de voto y el estado de ánimo colectivo son tres dimensiones que empezaron a no tener relación entre sí para un poco más de la mitad de los electores a partir del ciclo K. Así como durante la Segunda Guerra Mundial nadie se planteaba demasiado si le gustaban o no cuestiones domésticas de Churchill para decidir apoyarlo ciegamente, muchos en la Argentina no se detienen a analizar detalles de la gestión Macri o de la de Cristina para decidir adherir o rechazar. Los grandes rasgos, son suficientes para definir posturas y destrozar al oponente.
Macri sabe que, en el momento del voto, gran parte de su electorado no va a dudar un segundo en apoyarlo. Lo hará, sin importar si sigue subiendo al infinito la factura del gas, la nafta, o la lechuga, o que Marcos Peña aparezca cada dos días diciendo que lo peor ya pasó. Nada de eso impactará en la decisión de personas que padecen ataques de pánico con tan solo imaginarse la posibilidad de volver a soportar a los panelistas de 6,7,8 o de volver a ser testigos de un exabrupto de Moreno. Pasa lo mismo en la vereda de enfrente, donde muchos consideran irrelevante los seis millones de dólares encontrados en la caja fuerte de Florencia, al tan solo imaginar una nueva conferencia de prensa de Aranguren.
El contexto bélico es clave para seguir recurriendo a la escucha emocional y ciega. Por eso la falta de explicación y las frases cortas en la aparición del Presidente antes del debate en el Congreso de la Ley de Tarifas. En un pico de máxima tensión, una audiencia agotada, golpeada y expectante solo supo que si Macri hubiera tenido alternativa no lo hubiera hecho y que es contra Cristina F. de Kirchner contra quien sigue peleando. Punto.
Frente al fracaso y la imposibilidad de mostrar resultados por factores varios Cambiemos sabe, que, aun así, hay quienes no lo van a dejar. Porque es también emoción y tiene, también, un amplio costado irracional. Por eso su imagen desciende, su gestión es criticada por propios y ajenos, el estado de ánimo y humor colectivo se complica, pero su intención de voto, si bien no alcanza, está lejos de colapsar.