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El camino del medio

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Parece lo contrario, pero Massa descubrió antes que todos los demás que los extremos en la política moderna no son el vehículo más preciso para lograr victorias electorales.

Macri no puede decir que él y sus equipos consideran que la estatización de YPF fue un sinsentido. Debe volcarse a una simulación hacia un centro cuidadoso para no atemorizar a casi la mitad de sus votantes, que considera que es mejor un país con mayor cantidad de empresas del Estado que privadas.

Enfrente, Scioli puede arrojarse hacia otro semicentro imaginario, porque tiene a un personaje kirchnerista que practica el extremo, como Randazzo. Los verdaderos oficialistas fanáticos y polarizados tienen allí alguien a quién votar.

Massa, a quien la opinión pública colocó en el centro de la escena, en ese verdadero camino del medio, dedicó parte de su año último a combatir en un territorio discursivo muy opositor, generando comunicación de campaña contra CFK. Mientras subía carteles contando los días para el fin de una era, se desposicionaba y dejaba a Scioli el rol de kirchnerista bajas calorías y a Macri la versión de cambio con la ilusión de bajo riesgo de desarmar los logros sociales de la década. Massa pierde volumen de votos porque sale del medio, no porque se ubica en un centro inexistente.

El camino del medio significaba, en su origen, alguien que recibía votos sin importar qué opinaba de Cristina. Aprobadores o no de la gestión presidencial eran en su mayoría posibles votantes de Massa; casi todo el mundo pensaba por lo menos en la posibilidad de elegirlo. Hacer campaña bajo un equilibrio complejo pero no imposible, obligaba a un discurso moderado y medido hasta en los detalles. Decir que Aerolíneas debía ser estatal, pero sin La Cámpora o que el Gobierno era quien tenía que controlar a las empresas, pero no extorsionarlas. El kirchnerismo había sido una experiencia política en época de crisis y ahora se esperaba una era que mantuviera los mismos cambios, pero con menor vértigo. Eso representaba Massa: un futuro no tan diverso.

En 1984 sólo el 7% de los argentinos declaraba en nuestras encuestas que “nunca simpatizaría por un partido político”. Hoy es el 48%. ¿Ese es un electorado polarizado? Según nuestros datos de Ipsos en EE.UU., el 31% de los votantes es republicano y el 41% es demócrata; eso es polarización real.

Lo que el voto pone en realidad sobre escena es la idea de incertidumbre. Las sociedades necesitan de la ilusión del equilibrio, de la continuidad, de que el futuro no será una serie de procesos disruptivos insoportables e inmanejables. El futuro es siempre incierto, nadie puede garantizar los sucesos por venir, y mientras el futuro no se note –es decir, que todos los presentes confirmen el futuro, que simulen que todo sigue igual, que las cosas no se mueven– la gente vive más tranquila. Cuando una sociedad se mueve y actualiza, sin que se note que el futuro llega todo el tiempo, con mínimos cambios, se puede describir todo como “estado” de cosas. Cuando el presente se muestra disruptivo y cambiante, se habla de “sucesos” que ocurren todo el tiempo.
La oferta política se enfrenta a un electorado que espera más “estados” que “sucesos”, más tranquilidad y menos cambio, y eso es lo que simula el camino central al que muchos invitaron a Massa a recorrer hace dos años. El asunto es que él llenó su comunicación de “sucesos”, uno tras otro, mientras Scioli y Macri comenzaron a moverse menos, a confundir su presente con el futuro y, por tanto, a mostrar un posible panorama de gobierno no tan cambiante.

Las sociedades no se polarizan, sólo tratan de lidiar con la incertidumbre del futuro. Massa fue en parte la personificación de esa necesidad, que fue interpretada como de cambio, como un “suceso”, cuando en realidad era un reclamo de seguir más o menos, en el mismo “estado” de cosas. Allí andan, tranquilos y sin desviarse, Scioli y Macri, por la avenida central de la tranquilidad social contemporánea.

*Sociólogo. Director de Ipsos-Mora y Araujo.