Alfonsín no se equivocaba al considerar a la guerrilla de los años 70 como otro demonio sin por eso dejar de ser intransigente con la dictadura, un demonio incomparablemente mayor. Las enormes diferencias de culpabilidad que les cabían a quienes tenían la responsabilidad de conducir el Estado frente a quienes se oponían a él igual dejan visible la aberración que compartían: ninguno de los dos respetaba la ley ni creía en las instituciones del sistema democrático como mecanismo para resolver las diferencias sin apelar a la violencia.
Cuarenta años después, el mundo cambió: es poco viable la instalación de dictaduras militares y la sobrevivencia de guerrillas. El reciente fracaso del golpe en Turquía o las FARC solicitando pasar a insertarse en la vida democrática como un partido político reflejan cómo la lucha armada resulta cada vez más inaceptable. Pero se mantiene como resabio cultural la falta de respeto por el cumplimiento de la ley aunque se exprese en otras formas de violencia institucional.
No es casual que los partidarios de Hebe de Bonafini (más responsables que ella misma, quien con sus casi 90 años y extravío no podría hacer lo que hace, ni haber cometido los errores que cometió durante el kirchnerismo, si no fuera incentivada por quienes sacan algún rédito político apropiándose de algo de su capital simbólico) terminen protagonizando un acto de rebeldía frente a la Justicia al negarse a que ella concurra a declarar, que guarda alguna similitud conceptual con el origen del levantamiento carapintada en 1985.
Aquella vez se trató de un mayor del Ejército –Ernesto Barreiro– que se negó a presentarse a declarar ante la Cámara Federal de Córdoba y, cuando la policía intentó detenerlo por el desacato a la Justicia, 130 oficiales y soldados del cuartel donde se encontraba se amotinaron y lo impidieron.
Aldo Rico, entonces teniente coronel, salió en defensa de quien no se presentaba a declarar y, con la visibilidad que obtuvo en aquella crisis institucional, construyó una carrera política que le permitió llegar a ser electo intendente de San Miguel en 1997. Kicillof, quien mayores posibilidades tiene de hacer una carrera representando al kirchnerismo, podría haber potenciado su futuro si hubiera podido encabezar la resistencia a una represión policial que hubiera intentado detener a Hebe de Bonafini atravesando el cordón que montaron quienes lo impedían.
Aquellos que, odiando al kirchnerismo visceralmente, se quejaron de que el juez y las fuerzas de seguridad no actuaran con más dureza, deteniendo el primer día a Bonafini y dispersando a sus partidarios, son los mismos que protestaron porque no se desalojó a los manifestantes a favor de Cristina Kirchner frente a los tribunales de Comodoro Py cuando tuvo que ir a declarar la primera vez, sin comprender que en lugar de aplicarles un castigo se los estaría beneficiando como protagonistas de una gesta.
Siguiendo aquello de que el drama regresa como comedia, es incomparable el levantamiento carapintada con el frustrado conato de resistir la orden de detención por rebeldía de Hebe de Bonafini, entre otras tantas cosas porque los militares cometieron el delito de usar las armas que el país les había dado, en beneficio propio. Ahora el conflicto con Bonafini se desinfló al día siguiente con la presentación ante el juez de un pedido de postergación de la audiencia para la semana próxima.
Pero no terminará allí. La esencia de asignarse el derecho de poder actuar fuera de ley, desde su transgresión más chica, como cortar una avenida, hasta la más grande, o sea hacer justicia por sus propias manos porque se sufrió alguna injusticia previa, tardará tiempo en irse. Bonafini justificó su rebeldía ante el juez diciendo: “Estoy en rebeldía desde el 8 de febrero de 1977, cuando se llevaron a mi primer hijo. Desde entonces estoy en rebeldía, porque las injusticias no se soportan”.
Quien fuera secretario de Derechos Humanos del gobierno de Cristina Kirchner, Martín Fresneda, dijo: “Presenciamos un acto de rebeldía de esta mujer que es Charly García, es Maradona, es el pueblo argentino”. Ni los dictadores, ni la guerrilla, ni el kirchnerismo extremo, ni los anti K surgieron de la nada. Son parte de nuestra cultura, que se resiste a aceptar definitivamente el Estado de derecho. Llevará una generación recuperar la total normalidad.