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El descendiente de Montaigne

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Vires Acquirit Eundo. Cobra fuerza a medida que avanza. Este epígrafe que puso Michel de Montaigne en el comienzo de sus ensayos da cuenta exacta de la potencia de su escritura. Montaigne publicó en vida sólo dos ediciones de sus ensayos. Empezó a hacerlo en 1580. Pensaba que “escribo mi libro para pocos hombres y para pocos años”. Se podría sacar un lema de esto: a más concentración y menor ambición, más exactitud. Siempre les digo a mis alumnos que traten de ensayar, sea lo que sea esto para ellos. Que poder reflexionar –de manera oral, de manera escrita– le otorga a la persona su metafísica y su integridad. Ensayar es como tener una alacena de comida para cuando lleguen los tiempos de guerra. Cuando era chico, en el patio de mi casa, mi papá y sus amigos ensayaban obras de teatro. Eran malos actores, repetían textos inentendibles, pero ensayaban y la vida tomaba otro sentido, más vertical, más intenso. Tenía un libro hace mucho en el bolsillo de mi campera. Era muy pequeño y entraba bien ahí. Ahora que llega el calor reviso la ropa antes de guardarla y sacar la de verano, y encontré el libro. No pude parar de leerlo. Se llama Estados y es de Daniel Gigena. Así que un descendiente de Montaigne vive y trabaja en nuestra ciudad, acá nomás. En el libro visita amigos, reflexiona sobre los hechos más cotidianos de nuestra existencia y a veces se enferma y se tiene que aplicar inyecciones. Mira esos programas de la tele llenos de panelistas y escribe: “Es curioso que una institución tan conservadora como la escuela sea en comparación con estos rancios aparatos ideológicos un espacio donde todavía pueda surgir algo cercano a la promesa, al cambio, al conocimiento aunque sea, o la ilusión de una vida social menos asesina”. Es un libro menor, siempre y cuando sepamos que si repetimos en la boca la palabra menor, muchas veces, la que surge es la palabra enorme. Hagan la prueba.