La investigación en neurociencia surgió con el estudio del funcionamiento cerebral bajo la influencia de lesiones o enfermedades cerebrales, aunque en la actualidad incluye también su estudio en condiciones normales bajo la influencia de determinados estímulos.
Si bien mediante las neuroimágenes y los estudios cerebrales se ha arribado a nuevos conocimientos sobre el funcionamiento cerebral (como la nueva caja negra a descifrar), también ha surgido la intención de develar los misterios de la mente humana, lo que implica un delicado, ambicioso y riesgoso desafío.
El auge de la investigación y la difusión sobre neurociencias ha propiciado expectativas desmedidas que coinciden con la alta y creciente prevalencia de enfermedades mentales como uno de los principales problemas y retos sanitarios a nivel mundial.
Tales expectativas tampoco se condicen con las deficiencias o limitaciones que persisten en el diagnóstico, la eficacia y la disponibilidad de tratamientos para enfermedades mentales y neurológicas de elevada carga sanitaria. Tampoco ha contribuido sustancialmente a la resolución de problemáticas sociales tales como la violencia, la marginalidad o las falencias educativas, entre otras.
El furor, el exceso de optimismo y la utilización sobredimensionada de la neurociencia hacen parecer que todo lo humano puede ser explicado, interpretado o aprovechado desde o a través de la neurociencia (visión neurocéntrica).
El resultado de una comunicación superficial y excedida tiende a provocar la banalización de la disciplina neurocientífica. El riesgo que esto conlleva es que sobrevenga un “efecto pendular”, es decir, pasar de la actual “neuromanía” a un “neuroescepticismo”. De creer en un cerebro todopoderoso, desde el cual surgen los hilos que nos convierten en marionetas bajo su autónomo manejo, pasar a un neuroescepticismo radical, que pueda llevarse consigo valiosos aportes del avance de la neurociencia.
Neurointerdisciplina: desafío promisorio. La tendencia de reducir lo humano al cerebro implica desestimar el ineludible concepto de integración cuerpo-mente, una mente que se expresa inmersa en un cuerpo.
A partir de nuestra interacción con el medio, los diferentes estímulos sensoriales llevan la información a nuestro cerebro y a través de él interactúan con nuestro organismo. Es en este proceso que el mundo (la realidad) cobra sentido y carga emocional y a partir del cual cada persona crea su propia lectura de la realidad. No todo es cerebro. La mente existe y se expresa a través de un cuerpo que le brinda contenido. No habría una exclusiva asociación de la mente con el cerebro sino que también involucra a nuestro cuerpo, la mente emanada de un cerebro y un cuerpo integrados, interactuando entre sí y con el medio.
La conducta humana es más compleja y va más allá de lo que el cristal biologista nos muestra. Debemos agregar a esa lectura lo aportado por los aspectos sociales, antropológicos, históricos, entre otras lecturas posibles, que no pueden estar ajenos a la concepción de ser humano. La integración cerebro-cuerpo-mente debe incluir influencias socioculturales, creencias y educación, entre otras, para dar cuenta y forma del entramado de nuestros pensamientos y conductas.
En la etapa del auge del movimiento positivista surgió el concepto de que “la ciencia aquieta lo que la filosofía aviva”. Quizá en la actualidad la neurociencia (como ciencia) requiera “ser aquietada” pero “avivada” a través de su asociación con otras disciplinas (filosofía, sociología, física cuántica, etc.) posibilitando una mirada integradora de la persona, que contemple su dimensión espiritual, social y en conjunción con la naturaleza de la que forma parte.
Así, el aporte de la neurociencia será útil siempre y cuando se articule con tales disciplinas, lo que determinará su verdadera contribución al conocimiento y el bienestar del ser humano.
*Médico neuropsiquiatra y neurólogo; director médico de Ineba.