La diferencia es brutalmente descomunal, es una exageración de la realidad. Su dimensión tiene tanto espacio, tanta evidencia, que golpea como respuesta en formato de verdad a una experiencia política que basó su diseño de vínculo con la ciudadanía pensando siempre más en la representación de sí misma, que en su existencia verdadera. Ante el golpe, las reacciones de Macri y Peña expresan la enorme dependencia que ambos tienen a las imágenes que de sí mismos fueron creando, y que a esta altura parecen todavía reales para ellos mismos y una ficción para casi la mitad de los votantes.
El macrismo probablemente será recordado como un gran caso de fantasía. Su nacimiento se encuentra en un proceso absolutamente virtuoso de aprovechamiento y claridad sobre las dificultades de sus rivales. La campaña de 2015 es considerada como un ejemplo fundamental del modo de ordenar discursos, fotos, gestos, colores, redes y hasta momentos, que lograran simular ser algo que en realidad no eran. El debate con Scioli puede ser recordado como un momento inicial, como el punto de origen, como un ejemplo descomunal de la dimensión real de la mentira, con un Macri negando hacer en el futuro, todo lo que después terminaría ejecutando en los próximos años. En el otro extremo de esa línea de tiempo está Macri el martes pasado anunciando medidas, con igual estilo, mismo movimiento de brazos, con olas en el rostro, ilusionado en una acción de comunicación como motor de cambio en los comportamientos. Se le puede quitar el volumen y encontrar al Macri eterno, al de siempre, el que hace solo lo que sabe hacer, decir cosas pero sin acción.
Probablemente el éxito más considerable de Marcos Peña sea el de haber logrado ser adictivo para Mauricio Macri. Como artífice de la construcción cinematográfica de Cambiemos, su manera de explicar el mundo exterior siga siendo lo único que logra sostener la vida cotidiana del Presidente en el ejercicio del poder. Hace tiempo que Peña no trabaja para la gestión del Estado, sino para la psicología de su jefe y su demora o duda en la salida del equipo, es la demostración de su éxito de dependencia. Se desvanecerán solos y aunque sea en el momento final de la caída, tendrá la exclusividad de estar a su lado. Abandonados por la gente, sobreviven consumiendo sus guiones de proyectos de país que ya no serán filmados por nadie.
Los relatos cumplen funciones de sentido para confirmar lo que se cree
Los inventos discursivos no deben por esto ser disminuidos en su relevancia o su necesidad de sentido. El peronismo ha realizado en esta campaña un enorme proceso de resignificación que es al mismo tiempo heredero de modalidades creadas por Marcos Peña. Expresar abiertos desacuerdos, reconocer errores, asumir culpas, preocuparse por una campaña ordenada y utilizar modalidades más novedosas de comunicación. Como Macri con Scioli en el debate, Alberto Fernández ha utilizado enorme cantidad de tiempo en decir que no será lo que lo acusan de que terminará sucediendo: un títere de Cristina. Macri ya se prepara para el debate con las mismas herramientas estratégicas de Scioli, instaurando la campaña del miedo; Alberto se prepara para responderle con su propias palabras: “mirá Mauricio en lo que te has convertido”. Cuatro años después, se cambian las posiciones pero no tanto las modalidades de las estrategias.
El evidente enorme peso de la economía en formato de catástrofe social, muestra los límites de la construcción en comunicación gubernamental. Sigue siendo imposible anteponerse al sufrimiento de hombres y mujeres en la vida real con una comunicación que intente construir lo contrario como realidad, a través de una fábula. Sin embargo, los relatos cumplen funciones de sentido para confirmar lo que se cree y siguen siendo fundamentales para la acción. La victoria enorme de Alberto Fernández es por la economía, al mismo tiempo que por lograr dar sentido a que votar de nuevo al peronismo podía expresarse como una acción válida nuevamente. El peronismo no es la realidad, y Macri la ficción. El peronismo intentará ser la nueva adaptación de ficción a la compleja realidad económica.
Lo terrible de Vidal, sus ministros, los ministros de Macri, sus legisladores, es que se sienten demasiado reales. Esa soledad con el mundo real es el total contrario de la descontrolada utopía de Macri y Peña. Así se acerca al final Cambiemos, representado en extremos propios y sin ningún centro que lo contenga. A partir de ahora, a seguir la ilusión peronista, que cada tanto, es invitada de nuevo, a contarse una bonita historia.
* Sociólogo