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El espejo pandemia: mujeres en el poder

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Taiwán. Su presidenta combina modernidad con displicina oriental. | AFP

La historia enseña que las catástrofes naturales ponen frente al espejo a cada individuo, sociedad, sistema político y gobierno. Ante situaciones de vida o muerte masivas e imprevistas, lo que queda en evidencia es el punto en que en la conciencia de cada individuo se han realmente instalado, más allá del discurso cotidiano, los valores éticos y morales que la civilización ha alcanzado como principios y objetivos. Desde allí, y según resulte el nivel promedio, el espejo refleja el nivel de ejercicio de esos valores al que han llegado las sociedades, sistemas políticos y gobiernos vigentes.

Aunque se las compara, las pandemias no son guerras, ya que la rendición o el acuerdo de paz resultan imposibles. La rendición es la muerte; el acuerdo de paz, una utopía. El espejo nos muestra lo que somos y tenemos, siempre insuficiente ante un enemigo que enferma y mata, descalabra nuestras vidas y no conocemos. El fin de la pandemia deviene algo así como la Tierra Prometida, pero ahora no se trata de rogar y hacer promesas, sino de ir hacia ella. Así, cada individuo, sociedad, sistema político, emprende el camino desde el punto al que ha llegado en progreso y equilibrio económico, político y social.

Los países que mejores y más rápidos resultados han obtenido hasta ahora son Alemania, Taiwán, Nueva Zelanda, Finlandia, Islandia, Noruega y Dinamarca. Todos gobernados hoy por mujeres, algo que los medios han subrayado hasta el punto de poner en segundo plano los métodos y resultados de la lucha contra el virus. Por supuesto que el trabajo de todas esas mujeres es excelente, pero ¿obtendrían esos resultados si estuvieran gobernando otros países, otras sociedades? Ya el hecho de que gobiernen y hayan sido elegidas al margen de cuestiones de género –la primera ministra de Islandia está casada con otra mujer– indica que están al frente de sociedades modernas, igualitarias, evolucionadas. En términos políticos y sociales, Taiwán es una excepción en esa lista. Resumiendo, no es precisamente una democracia escandinava, sin contar con los irresueltos conflictos con China. Pero su presidenta, Tsai Ing-wen, hace un excelente trabajo, apoyándose en medios modernos de comunicación y la disciplina social típica de Oriente; esto último algo difícil de encontrar en los países latinos.

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El espejo pandemia también refleja la decadencia de sociedades ayer ejemplares, hoy víctimas de varias décadas de neoliberalismo. Es el caso de Francia, hasta ayer un ejemplo de atención sanitaria; hoy, de insuficiencia de recursos. El espejo de Estados Unidos proyecta un resplandor que deja en pelotas ante el mundo al liberalismo puro y duro. Por no hablar, con alguna excepción, de los países “subdesarrollados”…

De las mil dificultades, veamos el ejemplo de las cárceles. En todos los países se plantea, por un lado, la necesidad de descomprimir esos sitios, y, por el otro, el problema. Pero en muy pocos las cárceles no están superpobladas y en pésimo estado sanitario. Muy pocos disponen de las pulseras de seguridad necesarias para controlar a todos los liberados, o de otros sitios seguros donde distribuirlos. De las cárceles escandinavas se sale, salvo excepción, reformado. De otras, incluyendo Estados Unidos, salvo excepción, más delincuente aún.

O el tema de la reapertura paulatina de la actividad comercial, industrial, social. Muy pocos países disponen de sociedades disciplinadas y vigilantes de la indisciplina, de un cumplimiento social masivo.

Hay consenso en que la crisis económico-financiero-social mundial consecutiva a esta pandemia será muy grave y de imprevisibles consecuencias. Ante el espejo de esa realidad individual, social, política, cultural, del país, región y el mundo en que vivimos, todos nos veremos en pelotas.

Vaya uno a saber si, al menos, aprovechamos el ejemplo de esos países que hoy, con mujeres al frente como emblema del punto al que han llegado, enfrentan mejor esta pandemia.

*Periodista y escritor.