Como porteño suelo pensar que los habitantes del interior tienen una idea equivocada de nosotros y que no somos esas criaturas soberbias que los explotan, sino gente más abierta y civilizada que nuestros críticos. Supongo que lo mismo les ocurre a los parisinos y a los habitantes de Nueva York. Aunque entre los neoyorquinos, los más conspicuos no son los nacidos y criados: “Esas personas ávidas venidas de otros lugares son las que alimentan la extravagante llama de la ciudad mientras escalan jerarquías en las finanzas, el comercio y el arte. Nosotros, los nativos, con nuestro aire de propietarios, estamos muy bien, pero no contamos en el esquema de las cosas.” La cita proviene de Nadie te está mirando, una recopilación de artículos de Janet Malcolm aparecidos en The New Yorker y en The New York Review of Books que las entusiastas hermanas Nuin acaban de publicar en su editorial Monte Hermoso traducida por Teresa Arijón.
Malcolm nació en Praga en 1934, pero es casi neoyorquina: llegó en 1939 con sus padres que huían del nazismo. Murió en 2021 y escribió buena parte de las notas del libro pasados los 80. La vieja siguió hasta el final ejerciendo esa forma del periodismo refinado y discretamente arrogante que se parece a la literatura y que el New Yorker representó como ningún otro medio.
En The French Dispatch, la película de Wes Anderson (nacido y criado en Texas) que homenajea al New Yorker en un tono entre cruel e ingenioso, entre aristocrático y lastimero, alguien dice que el estilo de la revista se basa en la premisa de que las notas deben ser personales pero sin que lo parezcan. Las de Malcolm, autora de El periodista y el asesino, lo son con menos disimulo, pero mantienen la idea de que la excelencia debe ser sobria y discreta, aun al precio de no ser excelente. Para eso es esencial la negativa a tomar partido explícito a favor o en contra de los personajes, lo que obliga a una serie de balanceos, rebalanceos y contrabalanceos para mantener la objetividad, sobre todo cuando se escribe en primera persona como hacía Malcolm.
Un ejemplo tomado del artículo dedicado a la excéntrica pianista china Yuja Wang: “Schiff habla con la lenta cadencia de muchos hombres de Europa del Este, saboreando las palabras, como para que aprecies lo interesante y entretenido que es todo lo que ellos dicen –solo que en este caso sí lo es.”
Nadie te está mirando toca otros temas pero es, sobre todo, una variada galería de retratos de personajes singulares y exitosos (o, por lo menos, meritorios), desde Jane Gallop, una profesora feminista que se jactaba de acostarse con sus alumnos y alumnas de doctorado, a las hermanas Cohen, propietarias de la sofisticada librería Argosy. Mi favorito es el que da título al libro y se ocupa de Eileen Fisher, diseñadora, dueña de una cadena de tiendas de ropa minimalista y exquisita, cuyo subtítulo original en The New Yorker fue The art of understatement, expresión que se podría aplicar a la revista y, en particular, a la nota misma, en la que Malcolm intenta entender a una mujer que construyó un pequeño emporio pero afirma no poseer la menor capacidad de liderazgo.
Allí, la autora refina el newyrorkerismo hasta el punto en que la ironía disimula la perplejidad frente a lo que podría ser un rasgo de genialidad o un fraude.