Para quien vive aislado, como es mi caso, Twitter hace las veces de canal de comunicación con el mundo y permite que el solipsismo se acerque a veces al diálogo con otros seres humanos. El otro día se comentaba, entre los usuarios que sigo, una nota que hablaba del Don Pedro con whisky japonés que el chef Dante Liporace ofrecía a sus clientes por 40 mil pesos. Como el artículo decía, además, que muchos clientes estaban dispuestos a pagarlo, se me ocurrió decir: “El que tiene plata hace lo que quiere”. Alguien respondió que esa era una frase propia de un nuevo rico y entonces me di cuenta, tras haberla usado muchas veces, de que no era así, que esa era una expresión para pobres que tiene, además, cierto sentido irónico y se aplica a situaciones tales como pedir un suplemento de muzarela para la pizza.
Entonces me acordé de algunas películas de la reciente edición del Bafici, como la titulada The United States of America de James Benning, que tiene 52 planos rotulados con el nombre de una localidad de cada uno de los cincuenta estados norteamericanos (más uno del Distrito de Columbia y otro de Puerto Rico). Mi mujer, asombrada porque alguien viajara a cada estado para filmar un plano, pensó que Benning había tenido esta vez más dinero del que suele disponer para sus producciones. Pero era una broma: al final de la película, uno se entera de que todo (o casi), se filmó en California, donde vive Benning.
En cambio, Así se rodó Carne quebrada, de Gonzalo García Pelayo, se filmó en once bellísimas localidades ubicadas de sur a norte en España y Portugal. Presentada como el making-of de una película porno es, no sé si fue la primera película en la historia del Bafici con sexo explícito, pero seguro que la única que logró combinar con tan gozoso desparpajo el erotismo, el paisaje, la filosofía, la literatura y la música. Claro que García Pelayo se propuso hacer lo que quería con su plata que no es poca y ganó, según se cuenta, apostando en los casinos.
Y hablando de casinos, en el Bafici se proyectó también la última película de Paul Schrader, The Card Counteri, producida por Martin Scorsese, filmada en salas de juego del estado de Tennessee y en la que el protagonista es un ex torturador al servicio de las fuerzas armadas estadounidenses que, tras pasar unos años en la cárcel, se convierte en lector de Marco Aurelio y en jugador profesional itinerante de póker y de blackjack. Aquí el dinero está en primer plano, aunque el centro de la película es la culpa del torturador, su calidez humana y su afán de redención. Se me ocurre que esa fue la verdadera película pornográfica del festival, resultado de las confusas ideas que siempre tuvo Schrader sobre el cine y sobre el mundo. El problema no es la improbable existencia de su torturador arrepentido, estoico y simpático sino que la tortura, el juego en el casino y la destreza cinematográfica son parte de un mismo patrón que permea la cultura norteamericana, por lo cual lo que importa es el talento, la destreza que tanto puede servir para ganar un Oscar, desplumar al prójimo o arrancarle los ojos. Lo importante, en esa zona oscura del cine que hace segregar adrenalina al espectador, es la necesidad de destacarse, como quien dice de tenerla más larga, otra expresión al alcance de los pobres.