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Cosas difíciles

Con su curiosidad matemática, Queneau se preguntó si eso ocurría no solo con el número seis sino con otros enteros.

Lectura
Lectura | Engin Akyurt / Pixabay

Hoy me desperté en un estado de ansiedad lamentable y la única manera que encontré de calmarla fue irme a leer al café un libro que no tocara ni siquiera remotamente los problemas que me afligen, ya sean de salud, de trabajo, sociales y financieros, que incluyen el temor de que el equipo del Cholo Simeone pase de ronda en la Champions League. Encontré en la biblioteca un libro que no recordaba poseer y me pareció idóneo para ese propósito, el Atlas de la littérature potentielle de Oulipo, esa mítica asociación de escritores inclinados a la matemática y la experimentación formal, que tuvo como integrantes más famosos a Georges Perec, a Italo Calvino y a Raymond Queneau. Pensé que al estar en francés, un idioma que no domino, la dificultad de la lectura me obligaría a concentrarme en asuntos lejanos a mis preocupaciones. Como Queneau había muerto recientemente, una parte del libro le está dedicada y varios de sus compinches destacan que el escritor era un excelente matemático aficionado, que llegó a proponer y resolver problemas dignos de los profesionales. 

Uno de ellos es el derivado de las sextinas, una forma poética que viene del siglo XII que utilizaron, entre otros, Dante, Cervantes y Kipling. En la sextina, las últimas palabras de los seis versos de cada estrofa se repiten en la estrofa siguiente, pero en otra línea, siguiendo una regla que hoy se llama permutación en espiral. Se pueden escribir seis estrofas con una secuencia de terminaciones distintas pero, al llegar a la séptima, esta repite la estructura de la primera. Con su curiosidad matemática, Queneau se preguntó si eso ocurría no solo con el número seis, sino con otros enteros: si, por ejemplo se podían escribir quintinas o septinas (se puede con cinco, no se puede con siete) y descubrió que el conjunto de números naturales n que admiten una “enina” (hoy bautizada como “quenina” en homenaje a Queneau) es infinito. Pasé toda la mañana tratando apenas de entender este simple enunciado que no estoy ni remotamente en condiciones de demostrar. 

Llegué a casa admirando a quienes dominan la destreza de hacer que la mente avance a toda velocidad en lo abstracto y me encontré en Twitter con una referencia a Oulipo. Apuntaba a la notable entrevista que Valeria Tentoni le hizo a Marcelo Zabaloy en el blog de Eterna Cadencia. Zabaloy es un mago de las letras más que de los números y trabaja con el mismo espíritu “ingenuo y artesanal” que alentaba a los oulipos. Aunque en la vida real se ocupó de reparar máquinas y de instalar redes, Zabaloy tradujo el Finnegans Wake de Joyce y ahora ofrece, bajo el título de Odiseo, su segunda traducción del Ulises, aunque esta vez sin usar la letra a. El antecedente más conocido de escamoteo de una letra (la operación se llama lipograma) es La Disparition, una novela de Perec escrita sin usar la letra e. Desde luego que Zabaloy la tradujo para humillar a la competencia, una vez sin usar la a y otra, más difícil, sin usar la e. Además de escribir novelas y cuentos, está reseñando en su blog todos los libros de César Aira, un proyecto que alguna vez encaré y abandoné en seguida. Zabaloy va por el opus número 34 del pringlense sin usar la a. Dicen que, a partir de ahora, va a hacer lo mismo en esperanto. Lo cierto es que el talento ajeno me alegró un poco el día.

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