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Exquisitos y ramplones

Aunque estaban traducidas, los chicos de mi generación se orientaban hacia las historietas o bien a un tipo de material con más pretensiones.

06-11-2021-logo-perfil
. | Cedoc Perfil

Esta semana, no sé por qué, me dio por leer algo de La Sombra, el personaje de pulp fiction que pasó luego a la historieta, el cine, la televisión y los video juegos. La Sombra, el misterioso justiciero dedicado a combatir el mal en la gran ciudad, fue la inspiración para varios superhéroes posteriores, en particular de Batman. Entre 1931 y 1949 se publicaron 325 novelas de La Sombra con periodicidad mensual y luego quincenal. Walter B. Gibson (1897-1985), un escritor interesado en la magia y el esoterismo es el autor de 282 de esas novelas: escribía casi más rápido de lo que el público podía leerlas. 

Mi educación excluyó ese tipo de literatura. Aunque estaban traducidas, los chicos de mi generación se orientaban hacia las historietas o bien a un tipo de material con más pretensiones. En todo caso, en los años sesenta estaba aconsejado que un preadolescente leyera a Salgari pero no La Sombra: Salgari era muy mal escritor, pero no tenía fama de intoxicar a las mentes infantiles. No quiero decir que Gibson fuera un genio de las letras: al menos los dos primeros volúmenes de la serie, La sombra viviente y Los ojos de la sombra son relatos toscos y embrollados. Pero muestran una gran imaginación y están atravesados por un toque fantástico y por de una curiosa obsesión por el disfraz y la reversión permanente de las situaciones. La Sombra puede caracterizarse, casi diríamos transformarse, en cualquier otro personaje, mientras que el bien y el mal son inestables e intercambiables. No se sabe nunca quién es quién (ni siquiera quién es exactamente el personaje) ni cuáles son las reglas que rigen la serie, más allá de una serie de gadgets como las carcajadas del protagonista, su extraña vestimenta con capa y sombrero de ala ancha, su presencia fantasmal y su cara invisible o cambiante. Hay algo en La Sombra que es al mismo tiempo tranquilizador (una especie de ángel guardián que cuida el mundo) e inquietante (la sospecha de que la naturaleza de ese ángel bien puede ser demoníaca). 

Supongo que uno termina aburriéndose después de media docena de volúmenes. Pero tal vez algo tengan, ya que Gibson no se aburría escribiéndolas. Mientras leía esas muestras de literatura baja, di con Noticias de libros de Gabriel Ferrater, poeta, lingüista, traductor y crítico catalán que nació en 1922 y se suicidó antes de cumplir los cincuenta como había prometido. El libro reúne los informes de lectura que Ferrater escribió para Seix Barral y para la editorial alemana Rowohlt, donde da la impresión de haberlo leído todo y en todos los idiomas, además de encarnar un gusto literario alto y cultísimo hasta el punto de la pedantería y el desdén por lo que no alcanza ese parámetro. En algún momento Ferrater habla de las novelas de Dashiell Hammett y concluye, como quien habla de un autor menor, que «la mejor es Cosecha Roja, sigue El halcón maltés y ahí termina la cosa». Claro que Ferrater consideraba ridículo a Kerouac y no iba a rebajarse a leer La Sombra (justamente, pasión infantil e influencia de Kerouac). Me dio curiosidad releer Cosecha roja (1929). Fue una decepción: es cierto que es pionera de un género y a su manera un clásico, que es un tour de force a gran velocidad lleno de vueltas y sorpresas. Pero a Hammett todo le da más o menos igual, como a un mercenario.

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