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opinión

Para mí, de anchoas

Vi la película hace unos días y todavía me sigo preguntando qué tiene de particular. No quise decir que la película sea mediocre sino qué es lo que la hace distinta.

06-11-2021-logo-perfil
. | Cedoc Perfil

Mi amigo Gonzalo Castro es entre otras cosas escritor, cineasta, diseñador y artista plástico, pero entre sus múltiples habilidades no figura la sensatez: tiene una teoría disparatada para casi todo. Por ejemplo, sostiene que Paul Thomas Anderson es un gran director, aunque sus películas se arruinan cuando en ellas actúa Daniel-Day Lewis. Supongo, entonces, que le habrá gustado Licorice Pizza, una película que está nominada para el Oscar e hizo que muchos espectadores salieran del cine con una amplia sonrisa. La vi hace unos días y todavía me sigo preguntando qué tiene de particular. Entiéndanme bien: no quise decir que la película sea mediocre sino qué es lo que la hace distinta. Espero que cuando llegue al final de esta nota, la respuesta quede más o menos clara. No para el lector (es una persona grande y no necesita ayuda), sino para mí mismo.  

Ya el título es una rareza: hasta que la empecé a ver me preguntaba qué diablos podía querer decir. Cuando la terminé seguía sin saberlo, pero ahora estoy en condiciones de informarles que ese nombre era del de una cadena de disquerías que fueron populares en Los Angeles durante los setenta. “Licorice” se traduce como “regaliz” y leí que en una vieja película, Abbott y Costello no logran vender los discos que les encomendaron y uno dice: “anunciémoslos como pizzas de regaliz”. De ahí que “licorice pizza” se use como sinónimo de los discos de vinilo, aunque no estoy muy seguro de qué cosa viene a ser el regaliz o la regaliz. Pero lo pueden averiguar en la web. 

Brevemente, LP (casualmente Long Play es también una denominación para los discos de vinilo) transcurre en los tempranos setenta en el valle de San Fernando y narra las aventuras de una chica despistada de veinticinco que conoce a un chico emprendedor de quince. Es amistad a primera vista y también amor, además de que Alana y Cooper se complementan perfectamente: ella es hábil para el arte y las manualidades, él es un adolescente de negocios. Mucha gente dice que la película se sostiene en el encanto de los protagonistas, especialmente de Alana. Es lógico que una película de PTA tenga actores intensos (algunos demasiado intensos, diría Castro) y estos lo son en su justa medida. Pero el argumento no me convence: Judy Garland y Mickey Rooney no eran muy atractivos y miren el éxito que tuvieron. No me parece tampoco que la gran virtud de Licorice Pizza sea la evocación (de la época, de la juventud en general, del mundo del espectáculo, de lo que quieran). Más bien creo que su irrealidad de punta a punta logra un efecto extraordinario: que esa irrealidad se contagie a la realidad hasta hacerla indistinguible de la fantasía. Para muestra, digamos que Joel Wachs, el candidato a alcalde que oculta su condición de gay (la revelaría treinta años después), es un personaje verdadero (y tiene ese mismo nombre). En lugar de copiar la realidad, Licorice Pizza la absorbe. Y ese siempre fue el objetivo secreto del cine, que se consuma en directores como Anderson o Tarantino, para quienes no hay un afuera de su medio. Llegamos al final. Si mi explicación no los convence, tengo otra: Licorice Pizza, con su descubrimiento juvenil de un mundo oscuro aunque más bien inofensivo, es otra versión de El cazador oculto, la biblia de los americanos que aspiran a ser artistas.

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