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Radical como ninguno

No sé por qué me acordé de Tato Bores cuando se cumplen cien años del nacimiento de Pasolini, pero así son las cosas de la memoria.

Pier Paolo Pasolini
Pier Paolo Pasolini | Archivo

Recuerdo que cuando en la Argentina se estrenó tardíamente Teorema, la película de Pasolini, Tato Bores hizo en televisión un chiste que hoy sería imposible. El cómico recomendaba al espectador que si el protagonista llegaba a entrar en su casa, todos se pusieran contra la pared, incluido el canario. En esa época (1971) estaba permitido tener prejuicios y el chiste era una manera de sintetizar la versión que circulaba sobre el argumento de la película: Terence Stamp llegaba a la casa de una familia tipo con una sirvienta y se los cogía a todos (el argumento no incluía un canario). No sé por qué me acordé de Tato Bores cuando se cumplen cien años del nacimiento de Pier Paolo Pasolini, pero así son las cosas de la memoria.

El centenario se recordó de diferentes maneras, en particular mediante la traducción al castellano de un libro titulado Pasolini por Pasolini (El Cuenco de Plata), que recupera y entrevistas y debates que tuvieron lugar entre 1961 y 1975 (el año de su asesinato), y que tienen al cine como tema principal (aunque no único). No sé si Pasolini fue un gran cineasta y muchas de sus ideas sobre el tema eran bastante discutibles: el famoso “cine de poesía”, el rechazo a los planos secuencia, el aprecio por la semiología, el desprecio por Ford, Hitchcock y Hawks, el odio a Eisenstein. Pero no hay una sola conversación con él que no sea fascinante, porque tenía al menos tres condiciones singulares: era personal, original y de una inteligencia prodigiosa. En cada intervención pública, en particular en sus artículos en la prensa, Pasolini era una mente que ejecutaba saltos mortales sin red. No se me ocurre nadie que pudiera publicar, por ejemplo, una nota titulada “Demasiada libertad sexual os convertirá en terroristas”. Está incluida en el libro homólogo traducido por Errata Natura en 2014 y que incluye la entrevista que diera horas antes de su muerte. Esta se recrea en Pasolini, la película que Abel Ferrara filmó también en 2014. Atrapado por el enigma, Ferrara elige mostrar lo que tal vez fuera la mayor creación de Pasolini: su propio personaje, ese intelectual refinado, comunista que creía en dios a ratos y familiero obsesionado por los muchachos pobres de los suburbios, que seguía votando al PC y creía que era bueno que la revolución China reconvirtiera a todos en campesinos pero admiraba a John Kennedy entre todos los políticos y había detectado con una lucidez admirable el carácter siniestro y reaccionario de los grupos terroristas. Pasolini era capaz de escribir sobre el mayo del 68 que no era una revolución sino “una guerra santa que la burguesía combate contra sí misma”.

Pasolini propuso en ese último año de vida cosas tan radicales como la abolición de la televisión y la escuela secundaria obligatoria. Pensaba entonces que el mundo se había degradado a una uniformidad consumista y el pueblo italiano se había convertido en una masa pequeñoburguesa indiferenciable, una degradación que hasta les había afeado el cuerpo a sus muchachitos. Estaba seriamente asustado. Entonces lo mataron. Después no hubo tiempo para profundizar en sus ideas más provocadoras: pasó de moda, vinieron otros cineastas, otros poetas, otros filósofos. Al cabo de los años, lo que terminó asustando a sus ex camaradas fue el covid. Sin televisión no nos hubiéramos enterado de su existencia.

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