En el Bafici de este año hay dos películas cubanas y una mesa redonda sobre “Cuba y los desafíos del cine independiente”. Nunca estuvo claro qué es el cine independiente pero el problema en Cuba no solo es hacer cine sino sobrevivir a un régimen corrupto y cruel, en el que la clase dirigente está dispuesta a llevar la represión a cualquier extremo para mantener sus privilegios.
Pero Miguel Coyula y José Luis Aparicio, directores de Corazón azul y Tundra se empeñan en hacer películas. Más allá de sus comunes dificultades de producción y de los enfrentamientos con la censura, sus filmografías discuten implícitamente sobre el eterno tema de la Revolución Cubana. Coyula (La Habana, 1977), que tiene una filmografía extensa, reconocida sobre todo en los Estados Unidos, donde recibió una Beca Guggenheim y un pasaporte americano, produce, escribe, fotografía y edita todo lo que dirige. En Corazón azul se empieza diciendo que la película no recibió apoyo financiero del ICAIC (el INCAA cubano) ni tampoco de Sundance ni de Ibermedia ni de ninguna de las instituciones que convierten la libertad creativa en esa pasta uniforme que circula por los festivales. Amigo de la alegoría, del virtuosismo, del collage y de la espectacularidad, hay en él una actitud wellesiana y mucho de dandismo. En Memorias del desarrollo (2010), que parece una versión de Forrest Gump filmada por un heredero de Santiago Alvarez, Coyula habla de las miserias de los intelectuales cubanos en la isla y en el exilio. En Corazón azul, un proyecto genético de Castro, crear hombres y mujeres nuevas como quería Guevara, produce una raza de superhéroes insensibles que deciden acabar con el régimen mediante el terrorismo hasta que, al final, el líder disuelve el grupo y declara que no importa de quién son hijos, sino lo que harán en adelante, como si la época (y la épica) de la Revolución diera lugar a una nueva aurora protagonizada por sus nietos.
Tal vez el mayor contraste entre Coyula y Aparicio (La Habana, 1994) se note en dos documentales sobre artistas silenciados. En Nadie (2017), Coyula entrevista al escritor Rafael Alcides, un viejo militante caído en desgracia que sigue creyendo en el socialismo y en las bondades tempranas de Fidel Castro. En Sueños al pairo (2021), en cambio, Aparicio se ocupa de Mike Porcel, un integrante de la Nueva Trova denunciado y repudiado por sus compañeros que hoy vive calladamente exiliado en Miami. Con una precisión admirable, Sueños al pairo expone los matices de la delación frente a la dignidad de un excelente músico que no se prestó al compromiso. En Secadero, una comedia negra sobre la corrupción en la policía, la contundencia, el humor, la intensidad y el cuidado para filmar de Aparicio vuelven a manifestarse. Tundra, película fantástica en la que el régimen se descompone y la racionalidad se desintegra, alcanza una rara belleza en la cima de la desesperación. Sus películas responden sin proclamarlo a las excusas habituales (que la Revolución fue buena hasta que se descarriló, que los otros países no son maravillosos o que lo importante es mirar al futuro) de la única manera que el cine tiene a su alcance: observar de cerca a las víctimas y a los verdugos. Aparicio no estará en Buenos Aires porque no consiguió que el gobierno cubano le otorgara una visa.