COLUMNISTAS
SEGURIDAD, VACiO Y ESTUPIDEZ

El extraño caso del duelo contra nadie

Otra vez sopa. No hay caso, nos encanta embarrarla. Entusiastas negadores de manual, escondemos la tierra debajo de la alfombra y decretamos el fin de la rabia ametrallando perros. Miramos para otro lado y chau, acá no ha pasado nada. Más simplistas que cobardes, huimos del detalle o la paciente organización hasta derrapar fatalmente si de respetar la voluntad del otro se trata.

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“Tralalá, yo no lo veo,
no debe ser tan feo./
Tralalá, que no me vean,
voy a esconder mi cabeza
en la arena./ Tralalá,
debe ser cierto, ¡no crea
que no le creo!/ Pero tengo
en mi vida tanto que hacer.../
Déjeme de joder.”

De ‘El avestruz’ (Flanders/Swann);
arreglos y versión en castellano:
Alberto Favero y Nacha Guevara (1970)

Otra vez sopa. No hay caso, nos encanta embarrarla. Entusiastas negadores de manual, escondemos la tierra debajo de la alfombra y decretamos el fin de la rabia ametrallando perros. Miramos para otro lado y chau, acá no ha pasado nada. Más simplistas que cobardes, huimos del detalle o la paciente organización hasta derrapar fatalmente si de respetar la voluntad del otro se trata. Mañana será otro tema. Somos partidarios de cualquier unanimidad, aun las más falsas, y disfrutamos a lo pavote de pomposas ceremonias donde cada uno se imagina del lado de los buenos, sentado a la diestra de Dios. Nos encanta confrontar, pero no concebimos la posibilidad de la derrota. Así somos.
Perder nos saca y eso pone en marcha nuestra industria de la excusa. Se culpa siempre al otro, se denuncian conspiraciones, se descalifica al ganador y si todo falla se lo acusa de cualquier cosa. Entre políticos esta práctica no supera la violencia verbal: peleas de matones vírgenes con frases rimbombantes y deditos levantados. Se van en amagues. En el fútbol la cosa va en serio y estalla, a lo bestia. Los energúmenos de elite marcan su terreno y les declaran la guerra a todos. Se matan, literalmente. Nadie les pone límites.
¿Es imposible ponerles freno? No. Muchos países lo han hecho, de manera planificada y con éxito. Por eso, muchachos, que ayer en La Plata el Estado haya tirado la toalla de modo tan penoso y admita su incapacidad para controlar la violencia de estos freaks resulta bastante más que deprimente. Prohibir el acceso del público visitante con la banal excusa de impedir una feroz insurrección gimnasista si Estudiantes les daba una vuelta olímpica con la Copa Libertadores en alto es una amarga confesión. No sabemos. No podemos. No queremos.
El acuerdo entre dirigentes y la historia de la falta de capacidad para la revancha fueron pour la gallerie. Nos toman por idiotas. La verdad es que las fuerzas de seguridad no han sido capaces de garantizar que el partido se juegue con normalidad y ni siquiera permitieron que los excluidos lo vean en su propio estadio por circuito cerrado. Tocamos fondo, chicos.
Ni los hooligans, ni los tarados que juegan a ser skinheads en España, ni los tifosi italianos han acumulado tanto poder como nuestras bestias a sueldo. Profesionales del apriete que trabajan para punteros y dirigentes, custodian actos políticos y revenden sustancias con la complicidad de ciertos policías. ¿Cae uno? Asume otro y la estructura continúa, intacta y reforzada. Por eso estos tipos parecen intocables. Por eso esta prohibición suena más a protección
que a castigo.
El 22 de diciembre de 1983 el descendido Racing jugó la última fecha en la cancha de Independiente que, ya campeón, lo esperaba para dar la vuelta en sus narices con una felicidad que heló mi sangre racinguista. Yo estuve ahí. Fui a sufrir, viejo oficio que los académicos ejercemos con orgullo. ¿Y? Nada. Sólo la humillación deportiva de un lado y el orgullo del otro. Fin de la cuestión.
¿Tan mal estamos hoy? ¿Tan bajo caímos? Así parece. Han arruinado un clásico entrañable; lo dejaron sin duelo de hinchadas, sin orgullo, sin color. ¿Qué otra estupidez podrían acordar en el futuro? ¿Acaso nuevas medidas para evitar que los equipos huérfanos tengan el mal gusto de ganar el partido y arruinarlo todo? ¿Y si meten cinco, como Banfield contra Lanús? ¿Quién daría un centavo por la salud de esos desubicados? Digámoslo con claridad: esta prohibición legitima la perversa lógica del fundamentalismo barrabrava: “Mandamos nosotros: si dan la vuelta, hay goma”. Patético.
Ya es insostenible justificar ese estúpido oficio de porrista de novela negra con referencias a la pasión o al folclore futbolero. Basta. Y ojo que no todos los malos de esta película están en la popular. “Quien con monstruos lucha cuide de convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti”, decía el bigotón. Nietzsche, no Aníbal Fernández.
El partido en sí, ustedes perdonen, fue lo de menos. Estudiantes lo ganó con autoridad. Fueron tres goles y pudieron ser más, pero Verón se merecía la fiesta completa, con vuelta, copa y la mirada de bronca del vecino. Por cierto, quien no comprenda la naturaleza de estas profundas relaciones de amor-odio no entiende nada de fútbol... ni de la vida.
Admitámoslo: si renunciamos a la libertad en nombre de una seguridad de morondanga, falsa y fugaz, estamos en el horno, compatriotas. Mal, mal. Sin libertad, sin seguridad y sin vergüenza..

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