No es a Dilma a quien echan en Brasil sino a Lula. Así como ella fue presidenta por Lula, deja de serlo también por él. Es a Lula, a su gobierno y a su partido, el PT, a quien se juzga por corrupción. Dilma es un significante del PT y de Lula. Lo fue en las buenas y lo es ahora en las malas.
Brasil y Argentina son gemelos, un espejo donde a veces uno, otras el otro, se adelanta un par de años, nunca más. Los juicios por corrupción que la Justicia brasileña empezó a apurar hace dos años, en Argentina comenzaron ahora con el nuevo gobierno. Allí la Justicia cambió la política, aquí la política cambió la Justicia pero el núcleo es el mismo.
Como Macri, al asumir Temer propuso mantener los planes sociales –allí Bolsa Familia aquí Asignación Universal– y al mismo tiempo reducir gradualmente el Estado promoviendo más mercado. Tiene la misma lógica porque comparte la misma zona geopolítica: el populismo fue posible por el aumento del precio de las materias primas y se agotó junto con sus mayores precios.
Como fueron posibles Getulio Vargas y Perón en el contexto de las guerras mundiales del siglo pasado, al igual que las dictaduras en Brasil y Argentina de los 60 y 70 como respuesta de Estados Unidos a la ex Unión Soviética tras la Revolución Cubana, o la llegada de la democracia promovida también por la política de Estados Unidos a favor de los derechos humanos que el Pentágono le dejó llevar adelante a un presidente débil como James Carter porque hería a la Unión Soviética y a Cuba donde más les dolía, sumado a que las guerrillas sudamericanas ya habían sido derrotadas militarmente tras la estrategia opuesta en la época de Kissinger/Nixon.
Las grandes olas de la economía mundial también les marcaron el paso a Brasil y Argentina: ambos países tuvieron hiperinflación en los 80, fin de la inflación y convertibilidad en los 90 junto con privatizaciones, para coincidir en lo que va de este siglo XXI con la emergencia del populismo al calor del crecimiento del consumo de nuestra soja por parte de China.
Ver a Temer o a Macri como causas y no como consecuencias sería el mismo error que ver a Cristina y Néstor Kirchner o a Lula y Dilma escindidos del contexto que les da y dio posibilidad de surgir. Argentina siempre profundizó un poco más cada ciclo: las dictaduras fueron más feroces, las privatizaciones más amplias y la corrupción, más escandalosa. Los brasileños dicen que es por nuestra herencia hispánica más guerrera versus la portuguesa, más negociadora: los hombres no hacen la historia como quieren sino con la predeterminación de lo dado: una geografía, unas condiciones naturales, una cultura y sus contingencias.
Pero sería un error reducir sólo a la economía (aumento del precio de las materias primas) las condiciones para que Lula y Néstor Kirchner hayan podido establecer un largo período de populismo en Brasil y Argentina. La cultura antinorteamericana, y por desplazamiento anticapitalista, que generó el traslado de la Guerra Fría a Latinoamérica a partir de la Revolución Cubana y la simpatía que generó el Che Guevara entre quienes en los 70 eran muy jóvenes marcaron a la generación que le tocó gobernar cuarenta años después. Lula y Néstor Kirchner se subieron y profundizaron una grieta preexistente: nacionales y populares versus cipayos. En parte fruto de que lo que simbolizó la caída del Muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría en Europa al comienzo de los 90 recién se está produciendo ahora en Latinoamérica con la visita de Obama y el levantamiento de las sanciones a Cuba, sumado a que quienes eran jóvenes en los 70 y condujeron recientemente en Brasil y Argentina están pasando a retiro por una cuestión también biológica, como ya sucedió con los militares que gobernaron en los 70 que, al tener más edad, fueron y van muriendo.
Como una señal del destino que parece indicar el fin de los 70, en lo que respecta a su estela simbólica y su papel como principio rector de las categorías vigentes de la política, pocos días antes de que Dilma fuera suspendida en Brasil falleció quien fue su torturador cuando, a los 22 años, en 1970, fue detenida durante la dictadura en su país. Se trata del coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, director de Operação Bandeirantes (el centro de informaciones del Ejército) y jefe de interrogatorios del Doi-Codi (otro centro de inteligencia y represión).
Queda la posibilidad de que el populismo de los últimos doce años en Brasil y Argentina fuera el retorno en forma de “comedia” de lo que en los 70 fue drama y violencia real, en lugar de la simbólica reciente. Siguiendo aquella frase de Marx en El 18 Brumario de Luis Bonaparte, sobrino de Napoleón: “Primero como tragedia y después como farsa”, parafraseando la idea de Hegel sobre que la historia se repite dos veces.
Y probablemente la Argentina esté recién ahora entrando en el siglo XXI de la política por el efecto retardado de nuestro colapso de 2001-2002, que nos mandó varios casilleros hacia atrás. Más difícil es preverlo en Brasil porque falta ver si Temer es un punto de inflexión sólido o apenas una transición hacia unas nuevas elecciones, y si el PT termina o no siendo arrasado por el desprestigio de la corrupción, como parece estar sucediendo en Argentina con el kirchnerismo. El futuro del populismo, tanto en Brasil como en Argentina, su extinción o regreso, dependerá del éxito económico que obtengan los gobiernos que lo reemplazan.
Ayer procesaron a Cristina por su causa menos emblemática, pero todo indica que pronto lo será también en aquellas de corrupción. Sorprenden los métodos primitivos y groseros de los Kirchner con los que pretendieron esconder sus delitos. Sólo es imaginable en mentes que creyeron que nunca iban a dejar el poder. Salvando las distancias, es el mismo error y la misma omnipotencia de los militares de la dictadura que pensaron que podrían salir impunes. Un indicio más de que los extremos se parecen. Ojalá en unos años confirmemos que lo que está sucediendo es el fin de los 70.