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opinión

El golpe de Estado permanente

Los negocios con grandes grupos económicos, el silencio de la oposición como medio para disciplinamiento social.

Marguerite Duras
Marguerite Duras | Cedoc

Vuelvo sobre Cuadernos de la guerra, de Marguerite Duras, que había leído hace años –y comentado en este entrenamiento dominical cuando se publicó en Francia–, y que me dieron ganas de releer (entre tanto, ya hay edición en castellano en la editorial Siruela). Escritos entre 1943 y 1949, son textos que funcionan como borradores, banco de pruebas de varias de sus novelas, y también como cuadernos de notas sobre otros asuntos. La lucidez de Duras sobre la formación política cultural que se va estableciendo en la Francia de finales de la guerra y comienzos de posguerra es impactante. Se trata de la instalación de un orden (el de De Gaulle y la Quinta República), apoyado e impuesto por Estados Unidos e Inglaterra, como forma de obturar –es decir, reprimir– cualquier tendencia progresista o de izquierda. Escribe Duras: “De Gaulle decretó duelo nacional por la muerte de Roosevelt. No duelo nacional por los quinientos mil deportados muertos de hambre y de balas”. Sobre esos asuntos –y su contracara, la colaboración– Francia quiere dar vuelta la página lo antes posible, dejar todo eso atrás. Entre esos deportados políticos, en general comunistas o de otras izquierdas, estaba Robert Antelme, pareja de Duras en ese momento, sobreviviente de campos de concentración y autor, en 1947, de La especie humana (aparecido en una editorial fundada por ella para poder publicarlo, ante el desinterés de casi todo el mercado editorial), texto mayor sobre el tema, a la altura de Si esto es un hombre, de Primo Levi (me salteo aquí los avatares de la publicación del libro y su reedición muy posterior en Gallimard, así como los propios avatares sentimentales de Duras en ese período, de por sí igualmente novelescos). Entre tanto, Duras militaba en el Movimiento Nacional de Prisioneros de Guerra y Deportados, grupo de la resistencia francesa comandado por François Mitterrand (quien aparece como François Morland en su novela El dolor). Opositor a De Gaulle, años más tarde, en 1964, Mitterrand publica un gran libro, hoy injustamente olvidado: El golpe de Estado permanente (traducido al castellano en la aún más olvidada editorial Cuadernos para el Diálogo, Madrid, 1968). Formidable plaidoyer contra el poder absoluto de De Gaulle, que opera desestabilizando sin cesar a la sociedad, buscando sembrar el terror, el miedo, la trivialización de todo asunto complejo, la búsqueda de chivos expiatorios, los negocios con grandes grupos económicos, el silencio de la oposición como medio para disciplinamiento social. La palabra que se ejerce desde el poder es una palabra bastardeada, demagógica, que retoma puntualmente el habla del fascismo de preguerra, al que dice oponerse.

Releyendo el libro, al mismo tiempo que aún mantiene una justeza implacable, empiezo a encontrarlo viejo. Algo cambió sustancialmente desde entonces en el modo en que se ejerce el poder. El golpe de Estado permanente hoy lo ejercen los grandes medios de comunicación. Su negocio es la desestabilización diaria, la imposición de la lengua del odio, la censura y la idiotez. El clima social es el de la muerte próxima a la que se la llama libertad. Volviendo a Francia, nada más ajustado que la tapa del 26/8 de Charlie Hebdo. Pero también nada peor que glosar una ironía gráfica. Búsquenla en internet, informa mucho sobre nuestro tiempo.