Entre muchos otros rasgos, puede decirse de las literaturas de Pablo Katchadjian y de Emilio Jurado Naón, que funcionan como poderosos imanes sistemáticos de lectura. Esos tres términos –imanes, sistemáticos, lectura– están relacionados. Se trata de la lectura como un imán que atrae restos de lecturas de escrituras ajenas hacia un sistema propio. A riesgo de generalizar –la generalización es enemiga de la literatura– puede decirse también que todos (o casi todos) los escritores escriben a partir de lecturas. Pero no todos tienen la capacidad de imán y, sobre todo, de incorporarlas a un sistema. Es decir, de sacarlas de un contexto dado para ponerlas a funcionar en un contexto nuevo. Esa fue la gran invención de las vanguardias –del ready-made al collage– y eso mismo, a su turno –su turno para morir, como diría Laiseca– es lo que hacen Katchadjian y Jurado Naón con las vanguardias o, mejor dicho, con la tradición de las vanguardias. Allí anida el sistema de Katchadjian, como el de Jurado Naón (lo llamo sistema y no programa, porque son literaturas que ejecutan, no que declaman). La diferencia, entre tantas otras, entre uno y otro, reside en que, por una cuestión generacional, Jurado Naón incorpora también a Katchadjian como parte de su sistema de lecturas. Eso quedaba claro en A rebato, su primer libro, pero también en el siguiente –Sanmierto–, en el que también incorporaba eso que, en los catálogos de las librerías de viejo, suelen llamar “temas argentinos”; para ahora, en el recientemente publicado Tópico de los dos viajeros (Palabras Amarillas, Buenos Aires, mayo de 2020) profundizar ese camino. El propio concepto de tópico, como sinónimo de asunto o tema de conversación, denota el acto de incorporar ese tema, ese catálogo de temas argentinos (Mitre, Roca, Pavón) en el sistema de descontextualización y recontextualización que atraviesa la obra de Jurado Naón. Asunto nada fácil: para salir airoso (¡salir airoso de Aira!) hace falta erudición y una máquina perforadora que arremeta contra todo lo que se oponga al sistema. Como en sus libros anteriores, Jurado Naón vuelve a lograrlo.
Pablo Katchadjian acaba de publicar Amado señor (Blatt & Ríos, Buenos Aires, 2020). Aquí el asunto es generar un sistema que desarme los géneros y los rearme bajo el modo de una supuesta fluidez narrativa. Porque la hiperfluidez que Katchadjian viene poniendo en juego desde Qué hacer exhibe, o mejor dicho esconde, la capacidad de alterar el concepto de fluidez. Efectivamente, sus textos fluyen como una narración infinita, sin desenlace posible que, como un simulacro, se presenta como fragmento. Lo que leemos parece un fragmento de una narración inacabable, especie de obra de arte total, o tal vez de antiobra de arte total, que no se detiene nunca. En Amado señor el género subvertido es la novela epistolar, que recoge la gran tradición de disturbio del género epistolar –que tiene en El uruguayo de Copi su punto extremo– pero también la tradición confesional, es decir, la de la escritura dubitativa en primera persona. Solo que Katchadjian lo hace bajo el modo del desplazamiento: del Amado señor se llega, casi naturalmente, a la Amada nube de bacterias y más allá, porque el sistema lo permite y lo pide. La naturalidad de la hiperfluidez se logra debido a una exigencia intelectual radical.