Dada la muy mala situación del país, la cercana elección presidencial abre una posibilidad de cambio en democracia y orden. El problema es que, debido a la complejidad de la situación, no se trata solamente de cambiar una figura, un presidente, para iniciar una reconstrucción. La solución nacional no es una buena candidatura, sino un pacto abarcador con un programa eficaz que contemple toda la problemática del país.
Ya lo hemos vivido, y sabemos que una solución de fondo exige un acuerdo o pacto nacional que involucre a todos los sectores. Y para que sea posible, tiene que ser propuesto por un sector con profundo arraigo histórico y que incluya a la clase trabajadora y a los marginados. Los “grasitas”, como cariñosamente los llamaba Eva Perón.
¿Es posible esto? La teoría del acuerdo nacional es vieja y en términos superficiales, como “tema de conversación”, ha sido mencionado incluso por el actual gobierno en algún momento, a propuesta del jefe de Gabinete, o sea sin el respaldo necesario.
Dada la declinación del partido radical –que en su momento intentó el Tercer Movimiento Histórico–, solo desde el peronismo podemos pensar en un resurgimiento de esta magnitud. Pero acá las contradicciones son enormes. El electorado peronista acompaña a Cristina, que carga severas acusaciones, y el supuesto tercio de votantes indecisos no tiene una impronta colectiva que los agrupe. Pero eso no quiere decir que no pueda lograrla: hay figuras importantes que trabajan en este sentido (con matices, Massa, Pichetto, Solá y otros).
También hace falta un proyecto, y en este sentido solo hay discretos anuncios, sin que se hable en serio de un verdadero plan de Gobierno. No se lo ve en Cristina ni en Macri, y solamente Massa alude a este respecto, mencionando figuras técnicas propias de peso: Lavagna, Pignanelli, Arroyo, por solo citar unos pocos nombres. Pero de estas menciones a un verdadero plan estructurado hay un largo trecho. Aparte del aspecto político, que es, nada menos que ganar la elección. No se ve muy claro el panorama desde el punto de vista de la salida nacional para el crecimiento, acabar con la pobreza en serio, superar la brecha que nos divide, equilibrar los acuerdos condenatorios para el país con el Fondo Monetario Internacional y rescatar las viejas banderas de la felicidad del pueblo y la grandeza de la nación como objetivos supremos.
En el campo peronista es importante el papel de Cristina hoy. Deberá rodearse de lo mejor que le ofrece el peronismo, que no son los Boudou ni los Scioli para las candidaturas, abriendo la puerta al peronismo doctrinario y nutriéndose, no de la militancia pagada de los acomodados, sino de los luchadores de edades diversas que ponen el hombro todos los días yendo a trabajar, y confiando en ella en la medida en que simboliza el peronismo. Los votos que Cristina tiene hoy provienen tanto de la gente del pueblo que sabe que con ella estaba mejor que ahora, como de la masa peronista que, por principio, vota siempre peronismo. Aunque haya contradicciones. Es un caudal inamovible que forma parte del “hecho maldito del país burgués” del que hablaba John William Cooke. A pesar de frustraciones y traiciones. Ese voto incluye trabajadores y clases medias, intelectuales y también empresarios de la industria nacional. Es un fenómeno político del que hablaré en una próxima nota. Son votos del movimiento nacional, y deben utilizarse para el rescate del país y la defensa de su soberanía.
Es un eje para pensar el pacto unificador y salvador del país, al que deberán sumarse todos los sectores de la producción, la cultura y los movimientos sociales y religiosos. Dada la tradición histórica, es destacado el papel de la Iglesia Católica, que viene señalando la gravedad de la situación y los errores del modelo de gobierno elegido.
El momento es confuso y exige grandeza de todo el pueblo y de todos sus protagonistas, que ojalá la tengan, porque las cosas están mal.
*Crítico literario. Dirigió la publicación de las obras completas de José Hernández.